Buscar

Una flecha en el blanco móvil

Juan Antonio Rosado Z.

 

Ignoro por qué cada vez es más común confundir narrativa con prosa. Ambos conceptos no se ubican en el mismo nivel. Todavía en el siglo XIX se hablaba, por ejemplo, de “cuento en prosa” y de “cuento en verso”. Puede narrarse en verso. ¿Acaso no están allí los grandes poemas épicos de la humanidad? ¿No contamos con el Romancero? ¿No siguen escribiéndose corridos y hasta narcocorridos, que narran breves historias e incluso, repentinamente, introducen secuencias descriptivas? La distinción básica por la forma en que se despliegan los temas es prosa, verso y diálogo. Con estas tres formas, el escritor puede narrar, describir, explicar o argumentar.

Juan Antonio Rosado Z.

 

Ignoro por qué cada vez es más común confundir narrativa con prosa. Ambos conceptos no se ubican en el mismo nivel. Todavía en el siglo XIX se hablaba, por ejemplo, de “cuento en prosa” y de “cuento en verso”. Puede narrarse en verso. ¿Acaso no están allí los grandes poemas épicos de la humanidad? ¿No contamos con el Romancero? ¿No siguen escribiéndose corridos y hasta narcocorridos, que narran breves historias e incluso, repentinamente, introducen secuencias descriptivas? La distinción básica por la forma en que se despliegan los temas es prosa, verso y diálogo. Con estas tres formas, el escritor puede narrar, describir, explicar o argumentar.

No obstante, en la actualidad se ha preferido recurrir al término “narración” para agrupar a los géneros narrativos, es decir, a aquellos en que se cuenta una historia “de preferencia” en prosa, aunque narrar no sea otra cosa que contar un hecho o una serie de acontecimientos que ocurren en una secuencia temporal, y siempre desde un punto de vista determinado. El punto de vista puede ser un narrador que sólo atestigua los hechos, un narrador que los protagoniza, uno que los observa desde afuera, sin intervenir, o un narrador que lo sabe todo. Anécdotas, crónicas, cuentos, mitos, leyendas, novelas, poemas épicos, romances, corridos, obras dramáticas y la gran mayoría de las películas son géneros narrativos, pero también lo son el chiste e incluso el chisme.

Cualquiera puede narrar, como cualquiera puede argumentar. Lo hacemos en la vida cotidiana, en un café, en el hogar, en el trabajo… Lo hacemos cuando tenemos que ir al Ministerio Público a denunciar algún hecho. Los periodistas e historiadores lo hacen todo el tiempo. Narrar no implica arte, ninguna técnica literaria interiorizada, parodiada o transgredida. Narrar es simplemente contar algo y ya. Convertir eso en arte literario es el verdadero reto, y por ello José Revueltas, en un texto sobre su novela Los muros de agua, se refiere al proceso de selección y combinación de elementos que implica todo arte o técnica, y por ello también don Alfonso Reyes llegó a afirmar que “el arte está en la técnica”. Es posible cambiar de técnica, transgredirla, parodiarla, modificarla, pero jamás renunciar a ella. Renunciar a la técnica no es otra cosa que renunciar al arte.

Todos los textos incluidos en esta antología por los 30 años de Blanco Móvil se caracterizan por ser narraciones en prosa, artísticas, literarias, y ya sabemos que la literatura es un prisma multiestratificado en que son significativos desde la materia fónica (melopea) hasta las funciones o intenciones del texto (contenidos y unidades semánticas), pasando por el nivel morfosintáctico, las pequeñas unidades de sentido y los efectos o impactos que causan en el lector mediante la proyección de imágenes, sean éstas plásticas o conceptuales.

En particular, uno de los géneros narrativos más difíciles es el cuento. Creo que fue Anderson Imbert quien definió al ensayo como una flecha en el blanco; sin embargo, esa imagen, a mi parecer, le viene mucho mejor al cuento, dada su concisión e intensidad, elementos que no necesariamente se integran al ensayo. El cuento implica, ante todo, un trabajo de joyería en que nada debe faltar ni sobrar: cada elemento debe ser significativo, relevante. Más que nunca, el escritor debe utilizar el célebre bullshit detector del que hablaba Ernst Hemingway.

No importa si una narración cuenta sucesos reales o imaginarios. Ambos existen y ya sabemos que la imaginación ha transformado el mundo. El elemento básico de toda narración, por más mínima que sea, es la acción, y para que suscite interés y “enganche” a los lectores, la acción debe encaminar a la situación o a los personajes hacia una transformación. Para ello, considero que la intriga es fundamental, por lo menos en algún punto del texto, que puede ser el inicio. Si se resuelve la intriga y aparece otra, y luego otra y otra, se crea tensión narrativa y el lector queda automáticamente capturado por esa sucesión de signos verbales, que es lo único con que cuenta todo artista de la palabra para expresarse.

Ciertamente, en un principio es la motivación (y tal vez alguna o varias intenciones). ¿Qué motivó a cada autor de los textos aquí incluidos? Puede o no ser relevante. A veces, la motivación original se pierde o se diluye en el texto. Incluso un autor puede olvidarla. Lo importante es que la forma resulta siempre un vehículo y nunca un fin en sí mismo. Creo que si un autor no tiene nada qué decir, debe permanecer callado: sobran los apantallabobos a quienes no les falla ni una coma y cuyos textos están llenos de “literatura”, de técnica, pero no hay intensidad, intriga, tensión. Esto es lo peor que puede ocurrirle a un cuento, dado que produce tedio. Ninguno de los textos narrativos en esta antología cae en asuntos triviales, secundarios o se desvía del tema central, haya o no virtuosismo verbal, sean o no fragmentos de obras narrativas mayores. Y si resulta pernicioso que una novela (y no hablo de las “novelas enlatadas” que surgen cada semana, basadas muchas veces en esquemas probados que se repiten hasta la náusea) se desborde a base de digresiones, historias paralelas e infinitas secuencias descriptivas, expositivas o argumentativas, lo es mucho más que lo haga el cuento, género conciso por excelencia: una bala, una flecha en un blanco siempre móvil. El autor debe atinar.

Por ello, nunca aconsejo inundar el texto con detalles que no vengan al caso. El exceso de datos puede obedecer a un afán de representar con exactitud, miméticamente la realidad. Hay que recordar que ni siquiera la realidad aparece en cada uno de sus pormenores. Entonces, debe tenerse presente el proceso de selección y combinación que lleva a cabo todo artista. El resto podrá inferirlo o imaginarlo el lector. La aparición de explicaciones debe ser dosificada y si aparecen, deben ser significativas, tener una función, abrir o cerrar puertas.

Como la música, la literatura va apareciendo como los elementos en la realidad: de modo fragmentario, poco a poco. Hasta que llegamos al último compás o al punto final descubrimos la imagen completa, pues a diferencia de la realidad, el artista le impone un orden a su obra. Los personajes que viven en un cuento o novela van apareciendo poco a poco, y paulatinamente los vamos conociendo, como a la gente de la vida real.

La presente antología es una invitación a conocer a nuevas personas con sus circunstancias y situaciones. Estas personas (en realidad, personajes) nos pueden caer bien o mal por sus acciones o su modo de ser. Los retratos, escenarios y atmósferas están allí, aguardando al lector que los recrea gracias al léxico y al estilo como procedimiento o técnica que se adaptan a cada uno de los temas u obsesiones de cada autor. Por ejemplo, cuando por cuestiones de emoción estética, algún texto utiliza determinadas palabras o imágenes, aunque no le guste a cierto público, se hace sin pensar en concesiones. Ya lo decía el narrador ecuatoriano Jorge Icaza: en literatura no hay ni buenas ni malas palabras; sólo palabras bien puestas o mal puestas. Todo exceso produce afectación y disparates, y las palabras y frases deben justificarse estéticamente. El efectismo es lo gratuito y no cabe en el gran arte.

Otro punto interesante es la polifonía, captada no sólo desde el punto de vista del lector de la presente antología, sino particularmente desde cada autor en su propio texto. A raíz del intenso resurgimiento del neorrealismo en México, han levantado sus voces algunos «críticos» que condenan el empleo del habla coloquial en la novela y el cuento. Sabemos que la reproducción del habla es una estilización, un artificio, ya que resulta imposible plasmar por escrito la oralidad tal cual. Sin embargo, ¿qué no es artificio en el arte? El arte es artificio, representación, selección y combinación de elementos significativos con objeto de generar verosimilitud e intensidad, sin contar las múltiples intenciones del artista. A la literatura no le interesa la verdad como tal, sino la verosimilitud y, sobre todo, convencer al lector de un universo ficticio, por más sustentos o bases reales o históricas que pueda poseer. El discurso literario, entonces, está en su derecho de reproducir el habla y los diferentes registros lingüísticos de las sociedades urbanas y rurales, desde los cultos y semicultos hasta los populares en diversos niveles. En un buen texto literario no sólo debe haber sugestión visual (que los personajes, escenarios y atmósferas encarnen e impacten los sentidos del lector), sino también sugestión auditiva, que no únicamente se logra por el ritmo y el tono.

Entonces, quienes critican la inclusión de distintos registros suelen apelar a Juan Rulfo e insisten en que quienes llevan a cabo esta ingente y peligrosa tarea son sólo imitadores del jalisciense, como si Rulfo hubiera sido el primero en incorporar la oralidad en el discurso artístico. Lo hizo Cervantes en el Quijote, donde hay decenas de registros. Antes, lo había hecho Petronio en el Satiricón (siglo II), donde hay un pasaje en latín vulgar que contrasta con el estilo y registro del resto de la obra. En el teatro de la antigua India cada personaje tenía su modo de hablar e incluso intervenían varias lenguas (ya no digamos dialectos) en una misma obra. Más recientemente, Víctor Hugo incorporó el caló, el habla del hampa y de los barrios bajos de París en Les miserables (tal vez esos críticos a los que me refiero ni han leído esta obra en francés); Benito Pérez Galdós utiliza el habla de los bajos fondos de Madrid y el habla rural (pienso, por ejemplo, en Nazarín); Bernard Shaw reproduce el cogny de los barrios miserables de Londres cuando hace hablar a la florista en Pygmalion. En Los de abajo, de Azuela, cada personaje tiene su modo de hablar y ese es uno de sus rasgos distintivos, pues la voz narrativa se halla distanciada, como una cámara de cine.

Los ejemplos pueden multiplicarse (Salinger, Miller…) hasta llegar a El vampiro de la colonia Roma, de Luis Zapata, obra magistral de un autor que, por cierto, abre la presente antología con un relato breve. Menciono dicha obra porque muchos malos narradores sólo caricaturizan involuntariamente a sus personajes al intentar otorgarles un registro adecuado. Sería mejor que ni lo intentaran y pusieran a todos los personajes como pertenecientes a una misma clase cultural. La polifonía debe ser uno de los muchos rasgos de la narrativa neorrealista, independientemente del tema, sea el narcotráfico, la corrupción, el ámbito político o la agitada vida urbana. El arte no es la realidad, por más que la enriquezca y se fundamente en ésta, pero por ello mismo debe respetarla con buenos artificios si se pretende realista.

Ahora bien, en esta antología por los 30 años de una revista incluyente y cosmopolita, se trata justo de hacer desfilar poéticas distintas; no hay poética privilegiada. Lo menos que se le puede exigir a un escritor es que escriba bien y que produzca textos verosímiles, convincentes. La verosimilitud es la meta fundamental: engañar al lector haciéndole creer que todo es natural, espontáneo y verdadero. Lo demás es cuestión de gustos. Como el estilo no es sinónimo de ornamento y cada cuento es producto de un trabajo artístico, cuando es necesario determinado recurso para que los personajes encarnen o las atmósferas cobren vida, los autores no han titubeado para emplearlo, conscientes de que todo ingrediente es significativo. Por ello, para mí, los personajes no deben ser sólo su nombre. Eso los degrada a personajes de chiste o de anécdota, pero tampoco deben ser pinturas o estatuas, si es que se hallan en una narración. Justamente porque la expresión verbal se manifiesta a lo largo del tiempo (de forma diacrónica, como la música), el lector va reconstruyendo las imágenes y sería soporífero elaborar una descripción exhaustiva o en bloque. Si algún personaje nos repugna, preguntémonos por qué, pero ante todo, elogiemos al autor que pudo hacerlo tan real. Esto es parte de la sugestión visual y de la experiencia sensorial. El lector maduro siempre se distanciará de lo que lee y lo observará como lo que es: una obra artística, se identifique o no con algún personaje.

A lo largo de estos 30 años, Blanco Móvil ha sido un espacio en que convergen tanto autores consagrados por la crítica y por llamadas las instancias mediadoras de la literatura, como aquellos que, por una u otra razón, no han tenido la atención suficiente, pese a la gran calidad estética de sus obras. Esta antología es sólo una propuesta te textos narrativos donde no disminuye la intriga ni se mata la tensión ni se insulta la inteligencia del lector. Si el estilo es llano, acumulativo o amanerado; si el tono es irónico o corrosivo, emotivo o frío; si hay ornamentación y figuras retóricas o, por el contrario, lenguaje denotativo y directo, son cuestiones que pueden participar de determinada poética, contemplación, teoría o forma de crear. Lo relevante es que los textos obedecen a las preocupaciones u obsesiones de cada autor, y en ese sentido son posibilidades de entender más al ser humano. El arte literario no es evasivo: nos ayuda a comprender más la realidad, la historia, la geografía, el mundo; nos hace retornar de un modo más enriquecido a la vida de todos los días. Cada autor pudo haber pensado en una audiencia determinada, de acuerdo con su tema e intenciones. En los textos aquí presentados no se abarata el nivel sólo para agradarle a un gran público. Existen experiencias emotivas sui generis, distintas de las que experimenta la mayoría de la gente, es decir, maneras de sentir que se alejan de las formas comunes de sentir. Los autores que las plasman son menos leídos, estudiados o comprendidos. Sin embargo, eso no significa que sean menos buenos que los que tienen éxito sólo porque se adecuan a un sentir colectivo.

Por último, ningún texto aquí presentado adolece de sobrexperimentación, síntoma de falsa originalidad. El tratamiento del tema exige el mejor modo de plasmarlo, sin caer en lugares comunes ni en un trasnochado vanguardismo. Un cuento no puede darse el lujo de introducir paja, lenguaje hueco ni otras banalidades sólo para apantallar a los incautos. Pero en esta antología el lector encontrará algunos textos que se salen de lo meramente narrativo para penetrar más en el terreno de lo descriptivo o de lo argumentativo. Un ejemplo es la célebre protesta de Javier Sicilia contra los políticos y criminales; protesta que concluye con unos versos del casi desconocido poeta Martin Niemöller, versos que implican en sí mismos una narración detrás. Muchos citan estos versos como si fueran de Bertolt Brecht, pero en realidad son de Niemöller, víctima del nazismo, y creo que debe hacérsele justicia. En su versión original dicen así: «Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista; / Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata; / Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista; / Cuando vinieron a buscar a los judíos, no protesté, porque yo no era judío; / Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar». Como mencioné, estos versos de Martin Niemöller traen una narración detrás, como también la citada protesta. Se trata de una narración intensa, dolorosa, indignante, que debería ser elevada a un nivel artístico para que su mensaje se universalice aún más y permanezca como permanecen las grandes novelas de la dictadura (Amalia, Tirano Banderas, La sombra del Caudillo, El Señor Presidente, Yo el supremo, El recurso del método o El otoño del Patriarca). En este sentido, Blanco móvil no comunica como lo hace el periodismo, desde el mundo de lo efímero cotidiano, sino que apuesta a lo perenne de la calidad estética, de ahí que muchos de sus números (casi todos) hayan sido temáticos y, como sabemos, el tema no hace al arte, sino que el arte está en la técnica.

Sólo me queda darles las gracias a Blanco Móvil y a su creador, Eduardo Mosches, por estos primeros 30 años de un noble proyecto literario en el que también se han dado a conocer diversos artistas plásticos y muchas poéticas en verso y en prosa.

 

Ciudad de México, 30 de marzo de 2015

 

Compartir

Otras cosas que podrían interesarte