Por Lazlo Moussong
Con mi agradecimiento a Claudio Lenk
por su generoso y estimulante comentario
Ni la suma de Gengis Khan, Tamerlán, Alejandro Magno, el imperio romano y muchos otros conquistadores antiguos, con toda su inescrupulosidad, sus mentes despiadadas, carniceras y racistas, sus justificaciones de la conquista y la esclavización, cometieron tantos genocidios por medio de guerras, invasiones, hambrunas, tiranías, como los sistemáticos genocidios auspiciados o ejecutados en sólo el siglo XX por las potencias militares, coloniales y socialistas, por los grupos de poder que han inferido tanta desgracia en sólo ese siglo recién concluido, ya a los mismos pueblos que gobernaron o a todos aquellos que dominaron o se propusieron dominar.
El siglo XX, que pudo ser una maravilla de nuestra evolución, de la manifestación del genio humano, del conocimiento, del avance y extensión de las ciencias y las artes, de la comunicación y la fraternidad, de la organización y la distribución internacional de la riqueza, de la apertura y crecimiento de la espiritualidad, del cuidado del planeta con el despertar de la conciencia ecológica, fue convertido en el más infame de todos los siglos de la historia, y los responsables directos de esto, los asaltantes que han secuestrado el conocimiento y las reivindicaciones de organización y justicia social, han sido los políticos, los burócratas, los dueños del poder financiero, los militares y los altos jerarcas de las iglesias que han usurpado y traicionado todos los valores implícitos en sus respectivas religiones.
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Sin embargo, el poder de engañar, matar y destruir que ellos han tenido, lo han recibido de una humanidad mayoritariamente pasiva y oportunista, capaz de justificar todos los crímenes o de quedar indiferente mientras a cada uno no le llegue su turno; una humanidad en cuya interioridad esclava se sustenta el poder de los canallas. El más actual espectáculo de esto lo ofrecen esos iraquíes que dan la bienvenida a los invasores, saquean hasta su propia historia y se congratulan de liberarse de un tirano, en espera de que otros tiranos empiecen a gobernarlos.
Ni en los relatos bíblicos las masacres del poder alcanzaron matanzas como las del vigésimo siglo: los millones de muertos de las dos guerras mundiales que, sólo de la Unión Soviética, suman más de 110 millones entre los frentes de guerra, las purgas y deportaciones stalinianas, más los millones de asesinados por las bombas de Hiroshima y Nagasaki; los cientos de miles de muertos por las
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dictaduras latinoamericanas impuestas por los Estados Unidos y por la explotación y miseria que han servido a las grandes ganancias de Wall Street y los despachos que albergaban las torres gemelas; los millones de asesinados por el “hombre” de
los Estados Unidos en Indonesia y Timor, Suharto; las decenas de miles en la ex-Yugoeslavia; la cosecha continua y creciente de la muerte en África, ese continente que parece sin salida posible, por las guerras que origina el orden colonial que les impuso y heredó Europa, el hambre y las epidemias y endemias; los millones de muertos en China por hambre y represión antes y durante la Revolución maoísta; los millones en el Sudeste asiático causados por los Estados Unidos y China, y me quedo corto. ¿Es, en ese sentido, la evolución y continuidad que nos espera en el siglo XXI? ¿Será, como dice Cioran, que “el único sentido de la tierra es absorber las lágrimas de los muertos”?