10
Pensar es como si alguien se muriera lentamente.
Desde adentro, casi sin saberlo. Los pensamientos
me violan. Soy pensado, soy dicho. Las cosas son
pantallas de un río asesino inocente. ¿A quién
culpamos por un pensamiento? Pero vino. Pero
pasó, estuvo aquí. Vuelve, a veces.
Salgo a caminar, entonces. Las cosas son paneles
de sombras. Paso al lado de un árbol. Sisea. La
sombra extraña alta siseante. Unas personas
vienen por la vereda del frente. Conversan. Todo
podría ser un teatro. Ellas, estar actuando. Con
perfecto acabamiento de sombras de colores.
Sombras llenas como si fueran carne, como si
fueran seres. Arriba, el cielo como una sombra
azul que amenaza. Una mantarraya gigante celeste
pasando por el universo. Durante milenios, es
nuestro cielo. Pasa. ¡Saludos a la tierra! Cuando
me vaya, cuando termine de pasar, se van a quedar
solos. Firmado: un dios.
Pensar es morirse como un cielo que se va.
(Discurso del contador de gusanos, 2011)
16
Ya no tengo orgasmos. Espíritu, espíritu
cansado. Cuerpo viejamente muriéndose. En
el techo dan topetazos los gatos. Y ese canto tan
tremendamente inquietante cuando se pelean.
Los gatos son sopranos. Incluso por las pieles que
tienen. Las sopranos se cuidan. Se envuelven la
garganta con martas suaves. O con zorros vacíos
de sus órganos. Los alaridos de las sopranos llevan
almas aterrorizadas.
Pero todos esos son pensamientos del cansancio.
En una ciudad donde viví unos años había un
hombre soprano. Las mujeres fumadoras son
barítonos. Después de los cincuenta. Camino
hasta el bar. Cansado de mí mismo. Ahí siguen
esas caras pálidas. Reverberan de tranquilidad.
Con las manos envolviendo los vasos. Si sueltan
el vaso se caen. Los sostiene hasta que haya pasado
la tarde.
El vaso los sostiene en la mesa.
(Discurso del contador de gusanos, 2011)
6
Estar muerto, enterrado con la cabeza hacia el fondo del suelo y
los pies apuntando para arriba. Los ojos cerrados, la boca quieta.
La cabeza ya ausente de sí misma. Los pies son el centro de la
inocencia. Guían a los que quieran subir. Los pelos de la cabeza
entre unas piedras, despeinándose mientras las orugas oscuras
del fondo inician su trabajo con la carne del rostro. Ellas recorren
lo que fue un ser vivo. Suben por un organismo silencioso.
Limpiándolo de su vergüenza.
(Notas de una sombra, 2014)
7
Las mujeres corredoras tenían piernas largas, eran mismísimas.
Mi madre fue una corredora-fundadora.
Ahora que lo digo pasó así.
Mi madre era de las primeras en el arte de la carrera.
Por eso le decían La Galga Mayor. Cuando todavía no había
cultura de las piernas, cuando todavía no existían
seres humanos tan ágiles, mi madre ya partía de madrugada.
Se ataba un bolso con correas y en un cinturón llevaba
su botellita de agua, y cuando salía en lo semioscuro
le relumbraban las piernas hermosas.
Y con unos pasos de potrilla entraba en la velocidad,
y todavía no estaba el sol cerca del borde,
donde quema su cara grande.
Ahí ya salía mi madre.
Ahora que lo digo fue así.
(“Vengo de una Galga Mayor”, La risa huérfana, 2016)
8
Hasta muy vieja corrió con sus piernas de fibra. Desde
muy joven corrió con sus piernas. Niña corredora
bajo los cielos quemados de azul.
Sola. Definiendo un estilo,
marcándolo con pasos golpeadores de cascotes,
asustadores de insectos.
Cuando ella se acercaba a una ciudad, la anunciaban
montones de abejas desbocadas y saltones con las caras verdes.
“Ahí viene la niña de los insectos”, decían, “la que los huye”.
De entonces quedó decir, con las mangas de langostas,
que venía la niña de los insectos.
Embarazada de mí, casi adolescente, hermosísima
como una muerte, corrió sosteniéndome en sus aguas
internas.
Yo dormía en su panza ovalada, aprendía el ritmo.
Así se forman las culturas.
Cuando ella me desaguó, lo primero que asomó al mundo
fueron mis piernas, y ya calzaban unas zapatillas finas
de correr.
Los niños galgos nacemos por las piernas.
(“Vengo de una Galga Mayor”, La risa hué)
Semblanza.
Ariel Williams. Nació en Trelew (Chubut, Patagonia Argentina) en 1967. Cursó la carrera de
Letras en la UBA entre 1988 y 1992. Trabaja como docente y vive en Puerto Madryn (Patagonia,
Argentina). Cultiva tanto la poesía como la narrativa. En 2008, su obra Los fronterantes, obtuvo
una Mención en el Concurso Olga Orozco. Ha publicado los siguientes libros: Viaje al anverso
(1997, poesía), Lomasombra (2003, poesía), Conurbano sur (2005, poesía), Los fronterantes
(2008, poesía), Daier Chango (2010, novela), Discurso del contador de gusanos (2011, prosa
poética), El cementerio de cigarrillos (2012, novela), Notas de una sombra (2014, prosa poética),
La risa huérfana (2016, poesía y prosa poética), Los niños asesinos (2017, novela), Invención y
desinvención de Giorgia Bardat & Nadie es hermoso (2020, novela corta), La Era de Paso de
Caballo (2021, novela).