Seis minutos contra reloj

portada lerin

Manuel Lerín

 

Llama de soledad

 

Soledad dame el residuo

de tu voz que apaga

las velas en espera apresurada. 

Vierte tu sed de mano a mano.

 

Que siga mi interés por tocar las cosas

de principio a fin, de fin a lo último.

 

Manuel Lerín

 

Llama de soledad

Soledad dame el residuo
de tu voz que apaga
las velas en espera apresurada. 
Vierte tu sed de mano a mano.

Que siga mi interés por tocar las cosas
de principio a fin, de fin a lo último.
Quédate ahí donde las voces
me son innecesarias.

Justifica mi línea así aislada
como los ríos sin brazos, tierra adentro
mar por fin, que arrastran
su eternidad sin nunca conocerla.
Y habla y háblame.

Soledad ajusta tus horas sin programa
a mis ojos, mi tacto, mi respiro
y vuélveme palabra.

 

Esencia

Vives en mí como la flor entierra
sus transparentes sueños vegetales
en el declive agreste de los ríos.

Vives en mí, te escondes codiciosa
bajo la puerta leve de mi pecho.

 

La pregunta

Pregunto por nuestro amor
y una paloma breve a mis manos cae.
Estremece a lo lejos su ramaje,
su música inunda la tierra

Es como la flor abierta en la mañana
es la furia del mar solemne y duro
destruyendo rocas
labrando el corazón del caracol
que abandona sus ritos en la arena.

Es un polvo de innumerables manos
rodando sin cesar por los aéreos rincones.
Es una lluvia dorada.

 

Hacia el tiempo

He abandonado el tiempo,
la sonrisa, la esapda viva de los ojos.
Sobre la sed se extiende el estanque del desierto.

He perdido la paz,
el amoroso signo de las manos.
Nada cruzará mi pecho,
ni la flor ni el grito ni la espina.

He perdido la voz
y la memoria no construye el albo
amanecer de los recuerdos.
El corazón no llama puerta alguna.

He perdido los hilos
violentos de los aires.
Sólo la distancia cruza, olvidándome,
el arco brioso de una cierta.

He perdido los altos
salones de la tierra: torres, cielos y columnas.
Entre el salto caen las alas y perdido
no queda sino el mundo ahogado de los ciegos.

 

Palabras por mi madre desconocida

Te imagino tenue y musical,
agua sencilla, pulso en las venas de mi padre.
Veo tus palabras, toco tus silencios
y lloro con la crueldad ardiente
de mi espigada adolescencia.

Llamé a tu puerta en el insomnio que ascendía
devorando la pubertad y las espadas.
No respondió la muerte ni los helados huesos de la tierra
donde reposas, golondrina frágil.

Mi olvido fue la ruina submarina,
sus ecos alucinantes.
Puse el oído sobre los durmientes
y ese ferrocarril cadavérico
cargado estaba de amapolas, restos de planeta,
sucios corazones enterrados.
Pesistí en llamar. Oh, sueños asfixiantes:
callejón sin salida donde llegan las cabriolas,
prolongados laúdes bajo mis pies, quebrándose,
y más abajo las arpías perfumadas.

De la desesperación quedó como recuerdo
el pecho musical del jabalí.
El incienso hizo cabrillear a los potros incendiados.
La custodia alzaba su mirada
en la tarde colegial llena de fe, de contriciones.

Quise encontrarte en la geografía.
¿Estabas ya en el Vellocino,
en la salada crueldad de los galeotes,
en el ardid cartaginés?
El tiempo cubre mis manos sollozantes.

Tu mirada habría descongelado
el dolor que agrietaba el aire,
ese dolor, ausencia y olvido fervoroso.
mi dolor en brazos de sirena hiperbólica
mi dolor como tarántula cruel y religiosa,
ese dolor a tumbos con la esquina
tirabuzón electrizado entre los dientes.

Estando tú los ritos se hubieran consumado.
Oh señora, mar musical,
candil de imponderables frutos,
cartílago en mis vértebras, miel y pensamiento,
alondra en mi corazón,
libro consumido por lecturas,
paloma bendecida,
arrullos gregorianos, cruz y alimento.

Y no calman la sed filial ni los edictos ni el poema.
Nubes encapotadas me negaron las aguas maternales.
Ninguna resonancia abre sus manos en el aire
y el tambor tedoioso regatea el camino.

Voy sobre un alambre.
acércame la paz y tu flor silenciosa,
las raíces sagradas del subversivo cielo.

 

Portal del tiempo

Cerrar el libro 
y entregar los ojos
al río perturbado del mundo.

Abrir las venas,
río minúsculo,
para que la pena
cauce pródigo tenga
volviéndonos claros, justos.

Cerrar el libro
y apurar el vaso
sin sed necesaria,
sólo por saber
el simple devaneo,
la tormenta, el mar,
sus hondos senos.

Cerrar el libro,
línea literaria
de la inteligencia
y abrir el cielo:
los carros de sus nubes
admirar corriendo
y por el revuelto
celestial boscaje
atrapar a Dios,
imagen prófuga
que vivió un día
con incienso y duda.

Confiar al remolino
humana resistencia.
Bregar contra del bien
destruyendo los ídolos.
Coronar las sienes
de hierbas y frutos,
los sígnos silvestres
de la alegría.

Acabar entre amor
tumultuoso y hondo
abandonando el vuelo
del ave romántica.

En la carne hallar
la tierra vigorosa
la que ganada un día
y para siempre,
es casa materna y muerte.

Conmovido, exhausto,
de mieles y rubor colmado
esperar el indicio,
una luz siempre,
bajo el portal del tiempo.

 

 portada lerin

 

Manuel Lerín. Atlixco, Puebla. 1913-1997. Autor de los libros: Palabras Civiles (poesía), Glosa Política, Juan A. Mateos y Neruda y México. Gran parte de su obra se encuentra repartida en suplementos culturales, revistas, folletos y antologías como Cuadernos del Valle de México, Taller Poético, Presencia, Revista Mexicana de Cultura, Revista América, Antología de los 50. Su producción poética fue reunida en Contra Reloj, publicado en 1978 por B. Costa Amic, Editor. El equipo editorial de Blanco Móvil Digital rescata la presente selección de poemas pertenecientes a dicho volumen.

 

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