Por Fernán Otero
Una mano me tocó el hombro.
̶ Ya llegamos joven ̶ dijo el policía, despertándome amablemente.
Me levanté de súbito. Salí del vagón mirando a todos lados con los ojos entreabiertos, aún tambaleando. Di unos pasos y, poco a poco volví en mí. Observatorio, esa era la estación en la que me encontraba. Subí las escaleras para poder regresar a casa. Se abrieron las puertas del gusano naranja y me dejé caer nuevamente en el asiento. Comenzaron las interrogantes: ¿cómo rayos llegué aquí?, ¿dónde estaba?, ¿con quién estaba? De inmediato mis manos se fueron a los bolsillos buscando cartera, teléfono y llaves. ̶Todo en su lugar̶ suspiré̶. Y en seguida más interrogantes, pero la principal: ¿dónde comenzó todo?
Sólo recuerdo una pequeña cantina sobre la calle Bolívar y frente a mí, Don Julio, con un tarro en mano y esa anestesia que lo hace a uno, volar o caer. El banco me quedaba alto por lo que mis pies se columpiaban. Di un trago y giré para ver quienes estaban en el lugar. Fue extraño, el bar parecía estar tapizado, había muchos cuadros, colores, miré hacia abajo, y una alfombra roja adornaba el lugar. Me dispuse a bajar de mi asiento, aquella alfombra comenzó a elevarse, tambaleé, ¡y eso que era el primer trago de esa anestesia! Recordé mis años de skateboarding y comencé a equilibrarme, ¡la maldita alfombra parecía estar en contra mía! Se elevó más, topé hasta el techo. Retumbaba en el lugar Strange days de “The Doors”, las oscilaciones de la alfombra comenzaban a estabilizarse como si la música la hipnotizara, pude domarla y, como tabla de surf viré a la puerta. Logré salir golpeando las cabezas de los que apenas entraban, el tumulto de la calle Bolívar no se hacía esperar, afortunadamente yo traía alfombra voladora. Pude esquivar a la gente que me rodeaba y comencé a elevarme. Alcancé a evadir un autobús, pero quería ir más arriba y ver las azoteas del centro. Estos días de enero traen ¡unos ches… fríos que…! Menos mal que estaba abrigado, sin embargo el aire comenzó a golpearnos, a mí y a “Roja”. Así comencé a llamarle cuando empezó a hablar.
̶ ¡Más alto! ̶ grité.
̶ Ustedes no entienden̶ expresó en tono burlón.
Como si tomáramos impulso con el aire, volamos más rápido. Toda la calle Bolívar pasaba bajo nosotros: los coches y la gente. Llegamos al corredor de Madero y giró a la izquierda hacia la Torre Latino. Pensé en ese momento: ¡quiere estrellarme en la Latino! Pasamos Bellas Artes y se detuvo.
̶ ¡Ya viste! ̶ me dijo.
̶ ¿Qué?
̶Aquellas parejitas.
̶ ¿Qué tienen? ̶ dije incrédulo
̶ Nada̶ se notó molesta.
Siguió adelante, esquivó algunos árboles y giró sin avisarme siquiera. Quedé cabeza hacia el suelo sujetándome sólo de mis pies.
̶ ¡Estás loca! ̶ le grité, sólo se carcajeó.
Pasamos el “Cinemex” de Palacio Chino, volamos sobre algunos de los edificios de este Centro Histórico hundido por los años, llegamos a la avenida Izazaga. Me pidió que me bajara, comenzamos a caminar, ella, ya erguida, comenzó a hablar y hablar…
Regresamos a la cantina de donde salimos. Don Julio me sonreía sirviendo un tarro más al lado del mío que aún seguía ahí. Roja estaba sentada, me sentí extrañado, comenzamos a hablar de los pequeños encuentros, de esos instantes en que uno no espera estar bajo las sábanas. Tenía los ojos entreabiertos, Roja me abrazó y susurró…
Tragos, sudores y alucinaciones,
besos, saliva y contemplaciones,
vasos rotos, gente y gritos,
música, todos lloran,
botellas, conversaciones y mal de amores,
cigarros, parloteo y risas,
miradas, insinuaciones y lindos escotes,
vacíos, hombres y mujeres,
noches, hoteles y regaños,
madrugada, calles y luces,
sol, lentes y dolor de cabeza,
adiós, sí, adiós…
Todo volvió a mi memoria en ese momento: las calles, Don Julio, “The Doors”, la Latino. Volví a hurgar en mis bolsillos, toqué mi chamarra, sentí un bulto en el pecho, saqué un pequeño papel y un mechón de cabello pelirrojo. Aquella nota tenía una escritura alargada y estética, tenía un número telefónico y una frase que decía: <<A ver cuando volvemos a volar juntos, tu Roja…>>