No es el amor

Antonio Leal

 

No es el amor,

sino el odio,

lo que devora mi alma.

odiar,

odiarme hasta a mí mismo.

Si es preciso arrojar mi sangre

escupida en sus bocas.

restregar mis dolores

en sus tibias pieles.

Antonio Leal

 

No es el amor

No es el amor,
sino el odio,
lo que devora mi alma.
odiar,
odiarme hasta a mí mismo.
Si es preciso arrojar mi sangre
escupida en sus bocas.
restregar mis dolores
en sus tibias pieles.
obsesivo andar
los caminos mis días.
encontrar al hombre,
mi semejante,
lleno de risa,
loco:
así hermanos es la vida,
quedémonos, pues, congratulados con la …
porque después de tanto amar,
después de tanto sufrir,
a nadie le es imposible desconocer
qué es el odio,
y cuánto dulce es el odio.
Bienaventurados sean los que odian,
aunque de ellos se aparte la rotación del mundo.
¿y qué hizo que mi alma
descubriese de pronto la luz?
¿cómo no fueron súbitamente
reconocidas las tinieblas,
la angustia que proporciona el amor cómodo,
la parodia ridícula de los mendicantes,
de aquellos que ofrecen su alma
con toda su alma?
puaj,
otra vez el asco,
a donde sea,
y por lo que sea.
porque hubo tiempo,
hubo tiempo, bastante,
en el que me empeñé
por creer que las cosas
son como las pienso
y no a la medida de mi odio.
Hubo tiempo,
repito,
bastante,
que esperé que se enseñorearan de mí,
que bellamente florecieran,
pero al breve instante
se precipitaron en el clamor de la nada.
ahora tal vez le he dado
un chasco al mundo
en un momento de locura,
imaginando, quizá,
la fetidez de aquello que brilla como humano.
y mejor,
qué tanto es mejor el cobarde
si el amor lo vuelve un desgraciado.
entonces,
circunciso,
rodeo el porvenir,
no voy al porvenir.
y conocer el mundo,
todo el miedo del mundo,
¡idilio metafórico! 
no es del amor,
parto del miedo,
y que vengan todos los dolores,
al menos por hoy,
para saber cuánto de mí puede más quejarse,
para explicar un poco mi cólera.
Y conste que un día dije
que esperar el amor
era como cuando, iluso,
sin importar a nadie,
salía simplemente el sol.
y también dije: ¡basta!
aquí, muero,
en el febril derrumbe
de uno solo de mis pensamientos,
en la difusividad de lo que creo:
¡basta!
para no estrecharme en el abrazo ensangrentado
de los purulentos que a mi paso…

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