Nada regresa

Ángel Carlos Sánchez

 

Los dos maestros de levita,

cobrizo el uno, mestizado el otro,

van por el camino recordando versos,

caminando a veces, deteniéndose,

hasta que el de Tixtla

juguetonamente inquiere:

¿qué piensa hoy, maestro Ignacio, 

de su discurso tan temido

que aquel día en la academia de Letrán

provocara tanto escándalo:

Ángel Carlos Sánchez

 

Los dos maestros de levita,
cobrizo el uno, mestizado el otro,
van por el camino recordando versos,
caminando a veces, deteniéndose,
hasta que el de Tixtla
juguetonamente inquiere:
¿qué piensa hoy, maestro Ignacio,
de su discurso tan temido
que aquel día en la academia de Letrán
provocara tanto escándalo:

“No hay Dios, los seres de la naturaleza
se sostienen por sí mismos”?
¿No duda ahora, aquí,
mirándonos mirar tantas palabras
entretejiendo corredores, patios, fuentes,
mientras alguien va leyéndonos?
¿No será ese que nos nombra
de algún modo creador nuestro?
Pero, ¿qué dices, querido tocayo?,
responde el otro y se detiene:
si no supiera ya que es solo un juego,
tal vez para tu próxima novela,
me enojaría contigo.
Recuerda qué tanto hemos luchado
para volver la educación
gratuita, obligatoria, y sobre todo laica.
Sabes bien cierto lo que esa vez expuse:
por eso ahora aquellos árboles frondosos,
los corredores recubiertos con tejados
y las personas que debajo nos esperan
sentadas a una mesa frugal pero exquisita,
solo pudieron haber salido de tus textos
(por cierto: bajo aquella sombra reconozco
al señor Martí, a Riva Palacio
y al pensador Fernández de Lizardi).
Esas imágenes, antes que en la mente
de quien ha escrito esto,
estuvieron en la tuya.
Es decir: tú has puesto la raíz de este paisaje.
Y los dos andamos por aquí
no porque
“todo un Dios nos ha vuelto a la vida”,
como alguna vez ya puse en un soneto,
sino debido a que quien ahora nos percibe,
reflexiona y refleja
aquellas ideas que entre los dos
logramos hacer más perdurables.
¿Qué sería del apellido Altamirano
si no lo hubieras vuelto tú tan firme
aunque no fuera el de tus ancestros?
Quien te menciona te ha leído
o al menos algo de ti habrá escuchado,
y tú utilizas ahora, junto con él (o ella),
su pensamiento para estar aquí otra vez,
caminando y cavilando, riéndote.
¿Y quién se acordaría de que Ramírez
era apelativo de quien soy
y que algunos recuerdan nada más
como el despreciado “Nigromante”?
Casi nadie, por supuesto, si no fuera
porque nosotros, los seres
de esta casa hecha de ideas,
sin necesidad de creadores, laicamente,
nos hemos sustentado
a nosotros mismos.
Afortunadamente, quien nos lee
también lo sabe ya
y difícilmente va a olvidarlo.

 

Compartir

Otras cosas que podrían interesarte

Poesía de Laureano Asoli

Silenciosa e invernal El cielo genera sombrasa través de las hojasque iluminan la nochesilenciosa e invernalmientras silban los autosrecorriendo Boulevard

Leer Más