Por Ricardo Sausnavar
Me gusta mucho que en la Medusa de Six Flags no haya de dónde agarrarse,
sólo te sostiene un tubo desde la cintura y unas cuerdas de colores que bajan desde el cielo
y entran a tus venas,
entran a tu vida,
entran por las ventanas,
entran a la fuerza.
Se mueven como anguilas rosas por el alma mientras se te derrama,
mientras el esqueleto se te desarma.
Y sales siempre disparado como de una ballesta de vidrio enorme,
gigantesca excepto por el planeta donde está ubicada:
un minúsculo grano de tierra
bañado en lágrimas bomba de vida y óxido del paraíso
como para gritar.
Así que con los ojos cerrados
tomas la mano de tu acompañante
y escuchas suavemente
cómo se toman de las manos todas las criaturas mitológicas del mundo.
Cada una en su propio bosque cercado por agujeros púrupura.
Y cientos de claveles cambian su olor por un segundo
y abren sus ojos
y la medusa cobra todo ella sentido
(y fricción como de truenos bajo el mar).
Le pides a tu acompañante que sea tu novia.
Te pide que quemes todas las escuelas a las que hayas ido.
Y como un nido de antorchas encendiéndose en una isla en medio de nada
sientes rápidamente a todos los ríos dar toda la vuelta contigo.
Y cuando estas parado, siglos más adelante,
te das cuenta de repente
de que nunca te has bajado,
o de que bajaste de una y vez y para siempre.
O de que traes arrastrando contigo
todo el poltergeist de la Medusa.
Cuando entraste a mi cuarto por primera vez no me di cuenta de que a través de la ventana se veían plantas crecer.
Me contaron en un sueño que todos nos vamos,
pero que hay un tren que nunca se detiene.
Como música en el silencio.
Ramo de moras para mi pegaso muerto.
El dìa que nadie se quiso salir de six flags.
Cuando el ejercito les disparó
sus fantasma brotaron como globos.
Como los que tienes entre tu sonrisa.
Como los que sueltan mis amigos cuando derrapan por la nieve.
El dìa que 60,000 papalotes impidieron el despegue de cualquier avión del aeropuerto.
El día que brotaron jaguares de todas las albercas públicas.
La noche que dentro de todos los bancos empezó a llover sangre.
Ni lunes ni martes ni octubre ni era ni 12:30 ni 2030 se parecen a este momento
Nada se parece a nada
Quizá todo está dentro de la misma miel.
Hay un gesto tuyo que siempre amé
y que nunca lo voy a contar.