María Rosa Astorga: paisaje es destino (Tercera parte)

 

Por Jorge Pech Casanova

 

LA PINTORA Y SU APRENDIZAJE

Adolescente, María Rosa Astorga llegó a México con su padre, quien realizaba un estudio sobre pobreza para la Organización de las Naciones Unidas. Durante tres años la joven viajó por todo el país en el Volkswagen de su progenitor, durmiendo donde la noche los sorprendiera, en playas, bosques o zonas pobladas. Venían de padecer la experiencia de la dictadura chilena, después del golpe militar contra Salvador Allende, en cuyo gobierno los padres de María Rosa habían colaborado. Por ello, tuvieron que exiliarse en México y en otros países.

Hace treinta años, la joven viajera se afincó en Oaxaca, donde hizo estudios de ingeniería en agronomía. Sin embargo, el arte la ganó en definitiva al conocer al pintor mexicano Raúl Herrera, quien fue uno de sus maestros destacados. Con él se sumergió en el movimiento de la plástica mexicana, absorbiendo las ideas creativas de artífices tan destacados e innovadores como Felipe Ehrenberg.

Entrevistador. Me interesa profundizar en tu método para pintar. Aunque sería muy fácil reducirme a la pregunta “¿Qué piensas del paisaje?” que es tu tema dominante ahora. ¿Desde cuándo pintas paisajes?

María Rosa Astorga. Creo que desde la primera vez que me puse a pintar como a los doce años. Es que mi padrastro era pintor también. Todo mundo cree que me puse a pintar con Raúl Herrera (su compañero durante 00 años, desde que ella tenía 25). Ya pintaba de antes. Lo que hizo Raúl conmigo fue decir “Sí se puede: pinta, puedes vivir de eso. Pinta”. Y claro, por supuesto que me guio sobre ciertos temas, me prestó muchos libros, mucha bibliografía.

E. ¿Quién era tu padrastro?

MRA. Alberto Pérez, un pintor chileno muy conocido que tiene exhibición permanente en Bellas Artes en Chile. Un pintor muy muy conocido, que además era teórico del arte… Tipo brillante. Pero estaba pirado de las mechas, estaba loco. Desde que era niña me di cuenta, y yo no me acercaba mucho a él cuando mi mamá se separó. Pero, de niña, él me enseñó a querer la pintura. Me llamaban mucho la atención sus cuadros, el estudio siempre oliendo a óleo, me encantaba. Él era muy fauvista, era Fauve para pintar, totalmente así, ¡rebelde, los colores! Es que él venía justo llegando de Europa en esas fechas, casi sesentas, cincuentas. Ahora si estuviera vivo tendría casi como cien años. Era bastante mayor que mi mamá, casi veinte años mayor que mi mamá. Brillante. La cosa es que, después de mi padrastro, Raúl Herrera me enseñó la parte práctica de la pintura. Raúl trataba de explicarme que era la composición y no lograba entender, así que sacó de su biblioteca un libro de Pablo Tosto: La composición áurea en las artes plásticas, y me encantó. Estaba feliz de poder entender por fin cómo era que se podía “mover” una pintura, como era posible generar belleza o desasosiego o extrañeza sólo con un número: 0.628. Es complejo. Se usa desde hace algunos milenios por culturas como la china o la árabe. Llegó al mundo occidental en la pintura en el quattrocento; si no me equivoco, también la perspectiva fue utilizada recién en esos años, junto con el uso del óleo como medio plástico.

Grandes avances que cambiaron las artes. La proporción áurea es una de las formas de entender el espacio, que además está presente en todos los seres vivos, son las proporciones de nuestro cuerpo, de un árbol, una abeja, el mar y la tierra, muy impresionante… Puesto en una pintura de manera literal, para mi gusto la vuelve pesada, rígida, demasiado perfecta, demasiado contundente. Pero descubrí que si mezclo esa proporción con elementos más intuitivos me funciona (personalmente hablando) mucho mejor.

E. ¿Pesados en qué sentido?

MRA. Pesados en el sentido de demasiada perfección. Quiero que mi obra sea liviana (no confundir con banal o superficial o sin fuerza). A mí me gustan los cuadros livianos, no me gusta la pesadez dentro de la obra (independientemente del tema). Y lo que sucede con la sección áurea es que, si no la rompes, el cuadro es denso. La pesadez está en la perfección absoluta dada por una proporción, una obra que no tiene discusión. Personalmente prefiero un grado intuitivo de error, y eso define mi movimiento, lo recalco porque habrá quien no esté de acuerdo. Es difícil explicar sin un ejemplo visual.

E. ¿Digamos que se puede comparar con el academicismo?

MRA. Sí, es muy académica la sección áurea tomada de manera literal. ¡Te voy a mandar un ejemplo de un cuadro hecho totalmente sección áurea!… Bueno, los del quattrocento, los italianos del Renacimiento, lo tomaron muy literalmente. Lo que descubrí es que, si uso la sección áurea de manera más intuitiva, son más livianos. Me gusta un poco de error o sea, desequilibrio.

E. ¿Sería el predominio de la técnica sobre sensibilidad y la imaginación?

MRA. Creo que hay aprender de la academia para seguir a la intuición… Pienso que para leer hay que olvidar las palabras y sumergirse en su significado… La academia es un vehículo para llegar a tu intuición

E. Explícame el artificio que aplicas en tus cuadros para que produzcan esa sensación de movilidad que hay en tus obras. Es el artificio que es mucho más sutil que la luz con el contraste del rojo de esos cuadros grandilocuentes de los siglos XVIII o XIX.

MRA. Difícil pregunta. Pienso que el trabajo técnico lo es todo, para llegar a un resultado acorde a lo que tu visión plantea. Como te decía, he estudiado las técnicas fundamentales en la pintura, como la composición o teoría del color. Una obra tiene movimiento, para mí, cuando plantea un desequilibrio estudiado. No se cae, es el caos: un orden inexacto y predecible al mismo tiempo. También, en mis comienzos, hace unos 20 años, “peiné” la biblioteca del Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca buscando comprender, descifrar, qué hace a un gran pintor, cómo lo hace un gran pintor, que usa un gran pintor, qué piensa, qué siente. Siento mucha curiosidad por la labor de los otros que al final son mis maestros. De cualquier época, no hay tiempo para los grandes artistas. Pinto, como te decía, a través de la sección áurea o número de oro, y he estudiado el arte del color, cómo vibra un azul junto a un naranja. Esos colores me recuerdan a Sorolla, él me enseñó el uso del naranja (era su luz), pero frente a un lienzo más me vale olvidarlo todo. La dualidad: todo en la pintura es dualidad (al menos en la mía); cuando hay mucha obscuridad también hay mucha luz, y eso define la nitidez; cuando hay pequeñez, tiene que haber grandeza: eso define las proporciones. Cuando no hay luz, no hay nada; cuando hay desequilibrio hay movimiento: eso define la extrañeza. Por lo menos en lo que pinto es así. El arte plantea un proceso de reinvención del mundo, así que para pintar un árbol tengo que olvidar que es un árbol, ver la evidencia sin rastro de prejuicio. Por eso los escorzos son tan difíciles, porque tu mente quiere seguir viendo al objeto como una imagen preconcebida desde que eres niño. No puede imaginar un pie con las proporciones de un cuerpo completo. No sé si se comprende. Supongo que la suma de muchas ideas logra una pintura interesante.

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