María Rosa Astorga: paisaje es destino (Quinta parte)

 

Por Jorge Pech Casanova

 

LA IMAGEN QUE SE REVELA

 

Dos décadas le tomó a María Rosa Astorga definir su ruta en las artes, entre las cuales probó toda clase de expresiones, tendiendo siempre hacia lo visual, con preferencia por la manufactura que implican el dibujo, la pintura, la escultura y la escritura. Probó sus habilidades en distintos medios y al fin decidió concentrarse en la pintura, hace poco más de diez años. Su determinación la ha conducido a depurar sus recursos en un tema que, pese a lo previsible, es de los menos frecuentados en el medio donde vive: la pintura del paisaje. La variedad y seducción del mismo, en el sitio donde vive, está fuera de toda discusión: una de las razones por las que Oaxaca es una tierra elegida por sus habitantes y visitantes son los cielos, los llanos, las elevaciones, los bosques, las selvas, los litorales, las formaciones cavernarias, y aun los desiertos que se despliegan a la vista. Sin embargo, toda la riqueza visual y temática que el paisaje depara en Oaxaca ha sido consistentemente postergada por la mayoría de sus artistas plásticos, quienes –salvo por contadas excepciones– prefieren ignorar u omitir la existencia de los ríos, las lagunas, los mares, los valles, las montañas, los panoramas prodigiosos que a sus ojos y a sus pies acuden sin obtener la atención que otros esperarían.

En la pintura de María Rosa Astorga –definida por el paisaje y por una especial percepción de sus posibilidades icónicas– es frecuente acceder a vericuetos que conducen no sólo a la gratificación usual del encuentro con el hecho estético, sino que en algunos casos la senda lleva hasta la inesperada presencia de la divinidad, es decir, a la aparición de lo invisible que previera Juan García Ponce.

Trascendentes memorias de la infancia han mantenido en esta artista una disposición fascinada hacia aquello que la luz puede revelar, no sólo a los ojos, sino al espíritu. En su manifestación pictórica eminentemente materialista, María Rosa Astorga infunde no sólo la corporeidad de sus procedimientos artísticos, sino la conciencia de un nivel de percepción de lo que está más allá de la obviedad visual. Por eso la técnica que aplica esta autora a sus obras remonta hacia los territorios del arte: el hallazgo memorable que se transforma en sentimiento del tiempo, como descubrió Ungaretti.

La artista logra esta demostración mediante su empeñosa habilidad técnica, su amplio conocimiento del artificio pictórico y un arduo trabajo de composición que combina con una capacidad intuitiva fuera de lo común. Sus paisajes, como ella sostiene, no son paisajes, sino movimiento del inconsciente hacia la reafirmación del ser; provienen de la experiencia religiosa y se transforman en poética visual. De esta manera, en sus obras el observador puede no sólo confrontarse con el hecho estético, sino introducirse en una ruta mística, en un paseo por la zona mistérica donde la divinidad se expresa como contenido y continente. Una experiencia que corresponde a lo que Fernando Pessoa –escribiendo como su heterónimo Alberto Caeiro– nos revela para una relación más fecunda con la divinidad, en la insuperable traducción de Octavio Paz:

 

Si Dios es las flores y los árboles,

Los montes, el sol y el claro de luna,

Entonces creo en él,

Creo en él a todas horas,

Toda mi vida es oración y misa,

Una comunión con los ojos y los oídos.

 

Pero si Dios es los árboles y las flores,

Los montes, la luna, el sol,

¿Para qué lo llamo Dios?

Lo llamo flores, árboles, montes, luna, sol.

Si él se ha hecho, para que yo lo vea,

Sol y luna y flores y árboles y montes,

Si él se me presenta como árbol y monte

Y claro de luna y sol y flor,

Es porque quiere que yo lo conozca

Como árbol, monte, luna, sol, flor.

Y yo lo obedezco

(¿Sé yo más de Dios que Dios de sí mismo?),

Lo obedezco viviendo espontáneamente,

Como uno que abre los ojos y ve;

Y lo llamo luna y sol y flores y árboles y montes

Y lo amo sin pensar en él

Y lo pienso con los ojos y los oídos

Y ando con él a todas horas.

 

Oaxaca, 12 de septiembre de 2018

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