Luz que se resiste a morir por Daniel Téllez


Breve historia oscura y deslumbrante del tiempo en una sinfonía de palabras es Los
tiempos mezquinos. Poderoso canto testimonial del hastío y la nostalgia anida en la
voz del poeta argentino-mexicano Eduardo Mosches. En cada poema, la activación
del mito y resignificación de las eras se anuncia en un engranaje de palabras “que
respiran el olor de la guerra”. Lo cotidiano, lo actual, lo moderno, y la mirada
postemporánea del poeta fragmenta la historia para reconstruir circularmente una
sui generis y personalísima visión de la tierra prometida: “La semblanza del mundo
/ Es agua que hacemos bajar del cielo”, escribe el poeta.
En la alegoría más crítica, ética, política y social, el poeta Mosches vierte su
verdad incómoda por histórica y transversal con el tiempo y sus heridas personales,
a rajatabla, en un rosario de palabras numeradas como siglos: “Me duelen las telas
del corazón”, asienta. Sus asideros son los mitos, los lugares, la historia, la justicia
en su espejo atemporal y asincrónico, la promesa de la inocencia levantada sobre
la ruina y las cenizas:


II
Ponerse frente al espejo del pasado
restregar levemente las imágenes
desvanecidas
soplar el polvillo que las cubre
recrearlas nuevamente
hacerlas brillar con vida propia.

Es una labor implacable
reencontrarse
con el otro
con ese otro que es uno.


La desacralización histórica de la esperanza, tatuada en la piel del poeta
migrante, trenza una constelación de voces que palpitan desde el desencanto,
dibuja la zona de los grandes mitos, enfurece y murmura frente a la boca de todos
los asesinados, anuncia la tristeza de aquellas llaves -incluso de toda Palestina-
“que no permiten abrir / sino recuerdos / llaves que no pueden perderse / indicios
de exilio”. El poeta canta la disipación de sus días, el sacudimiento de las ciudades,
la verdad de los muertos, las riquezas que se estremecen, el recuerdo de cadáveres
y olivos, el corazón agónico cuando “la tarde comienza a recostarse”.

Ira y memoria se miran en las otras raíces del tiempo mezquino, vaticinios de
otros mitos. Tribulaciones, quiero pensar, de atributos contemplativos entre medio
oriente y la América nuestra, dolida, la antigua, la de la otredad, la de las
migraciones, la de la negritud, la de la frontera de cristal. Escribe el poeta:


LAS PALABRAS VIII
(fragmento)
Estas son historias de ciudades
que te cuento
de ellas
hay algunas que están de pie
y otras segadas.

En verdad
no harás oír a los muertos
ni harás oír a los sordos
la llamada.

Nada más una sombra
el humano que pasa.
Sólo un soplo
las riquezas que amontona
sin saber quién las recogerá.


Tiempo de la paciencia y tiempo de la impaciencia el del poeta Mosches. El
tiempo de la palabra que espera y el tiempo en donde parece que no hay nada qué
esperar. En el instante de las Palabras, sus palabras que hemos hecho nuestras,
no hay pasado ni futuro, acaso un tiempo bifronte como en el Eclesiastés; todas las
cosas tienen su tiempo, y todo lo que hay debajo del cielo pasa en el tiempo que se
le ha prescrito: “Desdichado y agónico / estoy desde mi infancia / he soportado tus
terrores / y ya no puedo más / me envuelven como el agua / todo el día”.

Tiempo de dar muerte, y tiempo de dar vida; tiempo de destruir, y tiempo de
edificar; tiempo de ganar, y tiempo de perder, tiempo de guardar, y tiempo de arrojar.
Mientras hay espacio, hay tiempo, sabe el poeta Mosches. Y entre la imposible
simetría que ya no es y el tiempo que todavía no es y que, por lo tanto, se asemejan
en el no ser, resplandece el enigma. Poesía de enigmas la suya que apuntan hacia
el futuro, o hacia el mañana en un sentido constructivo; sin embargo, el mañana –
es probable- será más desordenado y caótico que hoy, como el día de hoy es más
desordenado que el de ayer que se mecía lleno de esperanza y presumía de menos
duelo. Ahora, escribe el poeta: “A través de las palabras / retomar el presente como
arcilla / darle la forma y el color / poder besar en plena calle / los labios femeninos
o del hombre / que se desnudaron de banderas”.

Un corolario advierto en las palabras de los mezquinos tiempos que dibuja el
poeta Mosches, en esta segunda edición de su libro, aparecido por primera vez en
1993 y que ahora edita y suma a su gozosa colección, VersodestierrO con la poeta
Adriana Tafoya a la cabeza. En las difíciles condiciones del mundo contemporáneo
advierte una semilla de luz que se resiste a morir. Salvar el tiempo desde el tiempo
mismo y su oquedad que no son otra cosa que los márgenes desde los cuales se
escribe. El poeta habla desde la orilla, cuando no desde el otro lado del lenguaje y
sus márgenes. “El margen privilegiado es la poesía -señala el poeta peruano Mario
Montalbetti- que siempre insiste desde ahí y da su cuota de pensamiento y lucidez
que las otras manifestaciones han perdido”. Así el poeta nacido en Buenos Aires,
en 1944, nos presenta la posibilidad de salvar el tiempo -nuestro tiempo- desde los
márgenes. Si termina un ciclo, si concluye un mundo o una era se detiene frente a
nuestros ojos y el centro se ve en entredicho, los márgenes pueden ofrecer refugio
y salvación. Y la poesía está en condiciones óptimas para esta tarea. Así deja
constancia en el poema que cierra este ciclo de hastío y salvación: “Se despegarán
los ojos de los ciegos / y las orejas de los sordos se abrirán / entonces saltará el
cojo como ciervo / y la lengua del mundo / lanzará gritos de júbilo. / Ella es una
historia grande / creación después de creación / se trocará la tierra abrazada / en
estanque / y el país árido en manantial / enseñarás el camino de la vida / reposará
en la estepa de la equidad / y la justicia morará en el vergel.”

El poeta Mosches tiene bien cubiertas las espaldas; no hay pesimismo vano
en su escritura porque, aunque el mundo es así de desconsolador y violento y
desordenado, preserva con paciencia una poética soberbia de la utopía como
posibilidad y, -como quiso Ivan Malinowski- nos invita a vivir como si hubiera futuro
y esperanza. ¡Enhorabuena poeta y enhorabuena a los editores por esta nueva
aparición de Los tiempos mezquinos! Gracias por invitarme a la mesa del convite
en este bello espacio de la Librería Bonilla.




Daniel Téllez. Nació en la Ciudad de México, en 1972. Poeta, ensayista y crítico literario. Estudió Educación en la ENSM, la especialización en Literatura Mexicana del siglo XX en la UAM-A y la maestría en Letras en la UNAM. Poemas y artículos suyos han aparecido en revistas literarias y académicas como Blanco Móvil, Castálida, Deriva, Descritura, Fuentes Humanísticas (UAM), Parque Nandino y Tierra Adentro, así como en el sitio mexicovolitivo.com. En 2003 fue Director Huésped de la revista Tierra Adentro, con el número Lucha Libre y Literatura: sin límite de tiempo. Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 2001 por El aire oscuro. Premio Municipal de Poesía Rey Poeta Nezahualcóyotl 2006 a Creadores con Trayectoria. Ha participado en los libros colectivos Paraguas para remediar la soledad, UNAM/Casul, 1997 y El ritual de los culpables, UNAM/Casul, 1998, ambos coordinados por Raúl Renán; así como en José Carlos Becerra. Los signos de la búsqueda, Conaculta/Fondo Editorial Tierra Adentro, núm. 254, 2002; y Gilberto Owen. Con una voz distinta en cada puerto, Conaculta/Fondo Editorial Tierra Adentro, 2004. Parte de su obra poética se incluye en las antologías El manantial latente. Muestra de poesía mexicana desde el ahora: 1986-2002, Conaculta, 2002; Anuario de poesía mexicana 2004, FCE, 2005; Anuario de poesía mexicana 2005, FCE, 2006; y A contraluz. Poéticas y reflexiones de la poesía mexicana reciente, Conaculta/Fondo Editorial Tierra Adentro, 2005, entre otras.

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