Ricardo Suasnavar
Han instalado pantallas en los trenes
y ahora los pasajeros pueden contemplar
en sus veinte pulgadas de mentiras
fotografías de un México que avanza,
—ciertamente uno que en nada se parece
al que se ve por las ventanas—
trivias de interés general,
consejos de belleza y hasta,
de vez en cuando, alguna adivinanza.
Ricardo Suasnavar
Han instalado pantallas en los trenes
y ahora los pasajeros pueden contemplar
en sus veinte pulgadas de mentiras
fotografías de un México que avanza,
—ciertamente uno que en nada se parece
al que se ve por las ventanas—
trivias de interés general,
consejos de belleza y hasta,
de vez en cuando, alguna adivinanza.
Un pasajero feliz es un pasajero en negación.
Y es que los entristecía ver las barriadas
las casuchas cuando las horada el aguacero
las fábricas hechas trizas, las apariciones
que vagan por las vías, los migrantes escondidos
entre los árboles y los guardias con sus escopetas
y sus perros que los buscan. Por la ventana del tren
se contempla un país al que le duele el esqueleto.
A veces, cuando el tren pasa raudo como la noche
y las bocacalles parece que se abren para devorarnos
se alcanza a colar el tufillo a mugre a soledad
por la ventana. Entonces todo el vagón se tapa
las narices, mira hacia otro lado, buscan culpables
y se alcanza a escuchar una voz como una bofetada
“aquí huele a pobre”. Y las cabezas silenciosas
que asienten y qué barbaridad si este es un medio
de transporte para gente decente. Negación.
Sienten que no es lo mismo este tren tan moderno
y el país que afuera muge adolorido. ¡Por algo
pagamos tanto, para olvidarlo por un rato!
Esto no es el camión para ir pensando en asaltos.
Pero la injusticia es como un vórtice que todo
se traga y jamás perdona. Afuera el país no duerme
sino que llora. Gime y en su clamor no hay lugar
para evasiones. Las pantallitas eran un paso natural.
Una distracción digital para el pasajero.
Ojalá no la esté viendo cuando afuera empiece a temblar
y los olvidados que siguen durmiendo bajo el mismo puente
se den cuenta de que a veces, cuando es imprescindible,
la dinamita y el mortero pueden ser una purificación.