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Los reyes magos por María José Bataller Álvarez



Este seis de enero me levanté muy temprano, a diferencia de cualquier mañana
normal en las que lloro y me escondo bajo las cobijas, mas para evitar ser peinada
a puro tirón violento y jugo de limón para acabar con los ojos chinitos por el efecto
de la liga de abonero con la que amarran mi cabello, que para evitar ir a la
escuela, donde nos molestan por usar zapatos de plástico.

Corrí hasta el nacimiento con sus figuritas de yeso pintado y mucho heno sobre el
papel ladrillo, que estaba en un rinconcito junto al comedor, en la misma pieza que
sirve de dormitorio a mis padres y de cocina también, esperando encontrar las tres
poderosas coronas, las ropas lujosas y ver por primera vez un caballo, un camello,
un elefante y también un negro, nunca he visto un negro de verdad o por lo menos
ser la primera en ver los regalos, porque siempre me ganan las pelotas más
bonitas. Tal vez este año si me traerían a Lily Ledi, la muñeca que camina sola.

— ¿Todavía crees en los Reyes Magos? — Me pregunto mi hermana
Carmen, la mayor, cuando le confesé mi plan.

¿Cómo no creer en ellos? Si son la magia, las tres estrellas que nos vigilan desde
el cielo durante toda la temporada de frio, si cada año adornan el nacimiento en
fila india para conocer a Jesús, si nunca nos ha faltado un regalo, si hasta en la
biblia aparecen. Diosito no miente.

Mi plan consistió en tomar ocho vasos de agua antes de acostarme, a escondidas
de mi madre que, para evitar accidentes, no me dejaba beber nada en la noche,
así que aproveche mientras partía el pan de dulce de la cena y mientras hervía por
onceava vez el mismo café de grano, con canela y leche nuevas. También
mientras ocupaba la última luz del día para zurcir los calcetines de mi padre, que
siempre revientan del talón y dormía al bebé. Tuve también la precaución de
dormir en la cama de los mas pequeños, aunque todo este año había peleado por
dormir con los más grandes y recién me habían dado permiso, a veces es un
desastre eso de ser la cuarta hermana de siete, pero hoy podría culpar a Alfonso
si es que algo salía mal y me querían golpear otra vez por “miona”.

La cosquillita en el bajo vientre termino de despertarme, aunque en realidad no
había logrado dormirme del todo, me puse las pantuflas y bajé con mucho cuidado
por la escalera de palos que conduce al tapanco que nos sirve de dormitorio pero
cuando llegué a la sala no había absolutamente nada en el nacimiento, ni reyes ni
regalos, solo las tacitas de café intactas que mi mama les había puesto para que
descansaran de su largo viaje.

Debe ser muy temprano —pensé mientras me escondía bajo la mesa para llorar y
esperarlos sin ser descubierta — aunque la verdad es que no tenia manera de
saber la hora y aunque el piso helado me lastimaba, me quede
dormida…profundamente dormida.

— ¿Qué haces aquí chaparra? ¿Ya no te gusto dormir con nosotros? Lo voz de mi
hermana Lulú me despertó y mientras me tallaba los ojitos, llenos de lagañas de
tanto llorar y estornudaba de puro frio, comenzaron las burlas de mis otros
hermanos por que por culpa de la decepción todos los vasos de agua que me
había tomado acabaron mojando mi pijama. Fatal mañana.

— ¡Dejen a su hermana en paz! — Intervino mi madre, que en lugar de darme las
nalgadas que ya me esperaba, me dio una cobija para que no me fuera a resfriar
en lo que esperaba a que se calentara la olla con agua en la estufa de petróleo,
para darme un baño, en el cual no me salve de una tallada vigorosa en codos,
rodillas y carita.

— ¿Qué hacías dormida en el comedor? ¿Te hicieron algo tus hermanos?

— Estaba esperando a los Reyes magos, pero no han llegado, tal vez esta vez
no van a venir.

— ¡Ay hijita! No tienen por qué faltar si ustedes son unos niños muy buenos,
pero no les gustan las trampas, así que van a tener que buscar los juguetes
que seguro están escondidos por la casa, después de que laves tu pijama
puedes buscarlos con los demás. Tu papá y yo vamos a salir a comprar
unas cosas para la rosca. Nos llevamos al bebé.

En la búsqueda participamos los cuatro más jóvenes de la familia, repartiéndonos
la casa y como buena organizadora elegí el espacio que mas misterio me
causaba, aquel ropero enorme donde guardaban la ropa de salir y que contenía en
una pequeña puerta con llave las cremas, pinturas y lociones con las que se
ponen guapos mis papás.

Pero nadie encontró nada, salvo yo que buscando bajo la cama encontré un
alacrán enorme y panzón, que se fue a meter al ropero que acababa de registrar,
decepcionados salimos a jugar con nuestros vecinos que nos presumieron sus
juguetes nuevos y que por la pena que les causamos nos prestaron su carrito de
baleros en el que nos estuvimos deslizando a través de los patios con sus
sábanas tendidas, bajo la mirada vigilante de Carmen y Lulú, que se estaban
secreteando y riendo entre ellas.

— ¡Vayan todos a comprar la rosca a la panadería de Santa Lucia! Nosotros
ya trajimos la leche y el chocolate, pero queremos que ustedes escojan la
rosca por que siempre se pelean por el azúcar.

La voz autoritaria de mi padre no dejó sitio para que nos quejáramos de que no
aparecieron los juguetes, ni para que les avisara del alacrán, del que solo yo sabia
y mucho menos para recordarles que había una panadería en la esquina, a
diferencia de Santa Lucia, a diez cuadras de distancia.

Los coloridos vidrios pintados del local, obviamente con los reyes magos y la fila
inmensa que había para comprar nos recordaron que era una fecha especial y por
todos lados veíamos niños disfrutando de sus juguetes nuevos y nuestro ánimo
no podía estar peor, por lo que las mayores hicieron un gran esfuerzo para que no
nos agarráramos a golpes por la calle.

Pero al llegar a casa encontramos a mamá llorando mientras sostenía su mano
derecha contra el pecho y a papá con el abrigo puesto para salir de nuevo. El
bebe estaba dormido en su cunita, ajeno a todo el drama.

— La picó un alacrán, tenemos que irnos rápido al doctor, espérenos para la
rosca, llegando hacemos el chocolate y no vayan a despertar a su
hermanito.

— Pero… es que tampoco…tampoco llegaron los Reyes magos —les dije
llorando.

— ¡Busquen bien! Alcanzó a exclamar mi madre antes de salir de nuevo.

Yo ya no creía en nada y estaba triste, porque aunque mis hermanos no sabían yo
los había dejado sin regalos, tal vez de tan bien escondidos no estuvieran aquí o
estarían volando en el espacio, como los del Apolo, tal vez se habían enojado
tanto por el desafío que hice que decidieron repartir lo nuestro a otros niños mejor
portados, ni siquiera me quedaba el consuelo del chocolate o de la rosca o tan
siquiera un abrazo de mama. Pero la mirada vidriosa de mi hermano Alfonso,
pidiéndome que buscáramos otra vez y el miedo de que ellos se encontraran de
nuevo a la alimaña hizo que repitiéramos los sitios de búsqueda una vez más.
Y cuál fue mi sorpresa cuando al abrir el ropero estaba el alacrán aplastado pero
también pelotas, carritos, bebes desnudos con su mechones rubios, canicas,
juegos de té, vestidos y ¡Una muñeca Lily Ledy para Laura y para mí! Antes de
avisarles, escondí al bicho.

—¿Si viste a los Reyes Magos? —preguntó Carmen cuando ya nos íbamos a
dormir después de la rosca y el chocolate.

—Los vi, pero no son 3, son 2 y ninguno es negro ni hacen magia.
Me abrazó mientras me decía:

— Cuando seas grande sabrás que lo que ellos hacen en verdad es magia.




Sucu (María José Bataller Álvarez, CDMX 1987) Cuentistar, antropológa, melomana insaciable, aplanadora de banquetas y conductora de las noches del Capitán gallo, anda por la vida buscando curiosidades y transformándolas, según sea el caso, en sus amigos, las fotos de México mágico o los cuentos que Sucu cuenta en su lugar. También publica desde hace más de diez años la columna «El laberinto» en el medio Portal Guanajuato.

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