Melissa Nungaray
Abandono la distensión del silencio.
El día mece sus custodias,
los signos acuden al espejo
y la materia vuela en blanco.
Melissa Nungaray (Guadalajara, Jalisco, 29 de septiembre de 1998). Estudia Lengua y Literatura Hispánicas en la UAEMéx. Es autora de los poemarios Raíz del cielo (2006), Alba-vigía (2008), Sentencia del fuego (2011) y Travesía: Entidad del cuerpo (2014). Ha publicado en las revistas: Casiopea, Alforja, Periódico de poesía, Punto en Línea, Punto de partida, Círculo de Poesía, entre otras. Está incluida en diversas antologías, entre las que destacan: Poetas parricidas (Generación entre siglos), Cuadrivio Ediciones (2014) y Últimos coros para la Tierra Prometida. 40 poetas jóvenes del Estado de México, FOEM (2014). En 2014 obtuvo el segundo lugar del Premio Nacional de Poesía Joven “Jorge Lara”.
Llueve en blanco
I
Abandono la distensión del silencio.
El día mece sus custodias,
los signos acuden al espejo
y la materia vuela en blanco.
El aleteo húmedo reposa
en las sombras que penetran
racimos de anhelo.
Adentro no hay rostros,
nada refleja el rumbo de la muerte.
El agua arrastra el espacio como una fotografía,
aparece la hora entreabierta,
pámpanos consumidos descienden en la palabra.
II
Los años maceran el rumbo de palabras.
Un mirlo extiende la mirada fugitiva,
la raíz incuba el eco inquebrantable,
la caída nombra el boscaje perdido.
Pausa en blanco al fruto memorial:
el sueño consume el espacio,
el sueño nombra la espera y la trémula carne,
el sueño guarda el equilibrio sonoro de la hojas,
el cuerpo arranca la sustancia.
III
Pensó que había sido horizonte calcinado
laestación última del sueño,
debido al rostro arenoso
como concepto conocido de la forma
a la mano y nombre de los cielos.
Voluntad en frenesí que nunca tuve,
antes de la traslúcida copa del cuerpo
debieron separar el encuentro
y reconocer el mar que calla.
En las voces concibo la herida,
más lejos habito la rosa blanca,
debí buscar el final sublime,
vivir semejante a la gota amarga.
IV
Entonces el silencio pintó la frágil noche.
El agua cruzó el pulso del día,
la perdida forma del crespúsculo
advirtió el último paso al espejo.
Y el sediento fulgor de mañana
albergó la boca incierta de la muerte.
V
Horas de reflejo incauto he dejado
el oráculo adhiere luna dentro,
la voraz noche arranca cada rostro,
silencio, unívoco silencio, al grado
resplandece el grito deliberado
y tras fugaz destierro sin encuentro
se colma, se extiende al más fugaz otro
de cuerpos diurnos y dísono vado.
Finitos rumbos de estragos acallan:
distancias invadidas por el sueño.
Hay ruegos atrás del viento que callan.
Iracundo abrevadero esparce a rodo
miríadas de miradas de ensueño…
VI
En los extremos de la vía,
los cuadros se resuelven,
el plan es esperar
caminando entre dos líneas,
todavía dentro del retorno
caen las aves para hablar del tiempo:
el lenguaje traza la eternidad
a voces
que desgarran
el petrificado bosque de un instante.
VII
Detrás del viento enardecido
miradas giran y entierran almas que callan,
furor de nombrar al ser: complexo río
de mirarse y verse en los otros.
Detrás de todo cuerpo inherente a otro
la estrella del sur marca los límites del viento,
las olas invaden el ensueño suplicante:
incauto reflejo del cuerpo.
VIII
La claridad es un árbol de paz del reino salvaje
Nada, ningún camino ni palabra
amenazados por ser un concepto vital.
El ser sin cambio ni sentido avanza
a la siguiente representación.
Los objetos tocan y destruyen al ser.
Algo existe más allá de la nada vital.
Tiempo subversivo de la imagen
y al fondo el fuego entreabierto,
la oscura intervención del libro,
la razón idónea de la civilización.
Nada suplica el sometimiento alcalino,
desconozco la sustancia que añejan los días
párpados y noches incompletas.
El destierro del deseo y el ser,
lejos de la calma no hay palabras,
el furor domina multitudes de silencios,
ruidos asfixiantes.
La paz emerge de la carne.