La sed de abundancia en el páramo donde ha acabado todo

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Por León Cuevas

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¿Y qué hacer ahora que no ha quedado nada? Ahora que ya todo se ha inventado, ahora que tenemos al final de los tiempos en la palma de la mano. Ahora que ya nada puede salvarnos de que se ha inventado todo y nos ha arrojado a la nada.

 

            Entre toda una devastación de ideas encontramos un pleno y frondoso valle, un valle tan hermoso que ya no nos pertenece, un valle a metros de desierto y bosque que le hacen sombra a un canal de aguas grises repletas de ajolotes y nahuales que nadan en hilera. Entre las estepas, Antonio Calera observa un segundo antes que el resto de la humanidad como el planeta va a expirar para probablemente volverse a realzar. En aquel segundo que en tiempo real son siete días, Calera escribe un testamento en prosa poética, el último evangelio de nuestras herencias, la última palabra cuando los dioses tuvieron sed en diferentes lenguas. Mientras que el autor ha traducido las voces de las musarañas, rinocerontes y de los jaguares.

            Antonio Calera inicia un viaje comunicando su palabra mientras crea una bitácora. A pie encuentra un Comala a mitad del Edén y los Campos Elíseos, iluminados por un sol en perpetuo eclipse y que a la vez dividido en siete hacen rotación para en penumbras volver a alumbrar. Y Calera sigue sacando su bitácora para anotar mientras pasa por debajo del incandescente silencio. Avanza y llega a un templo a la mitad del desierto, a la mitad de un día que se ha quedado a la mitad del infinito y en aquel templo en constantes ruinas conversa con epicúreos, mayas, dioses olvidados, moros, artistas y gusanos revolucionarios, seres ancestrales de pieles moteadas, hedonistas y filósofos de piedra lijada. Acto seguido encuentra en el corazón de un Tenochtitlán ya solo en sueños, un vasto vaso con agua y tras este una fila inalcanzable de sedientos peregrinos sin fusil. Con las últimas gotas de tinta redefine al ombligo de la luna y llama a aquel testamento Sed Jaguar.

            Sed jaguar (Bonobós, 2018) está escrito en concreto como las tablillas de barro que formaron  a la Epopeya de Gilgamesh. Está escrito en pergamino como los rollos de todos los mares muertos. Está escrito como los códices que entienden solo las deidades de maíz que prevalecen dormidas bajo la neblina del presente; es una biblia posmoderna que reúne los escritos de todas las épocas traducidos en poesía aunque se deba entender que no es un poema. Y aún así, toda sed está dicha en poesía, porque la poesía estuvo ahí cuando sucedió todo y estará ahí cuando todo esté terminado, y cuando seamos solo una leyenda más del universo. Porque la poesía entra en cualquier manuscrito y entra como cualquier forma. Porque la lírica amantó y vio crecer a la narrativa para después poderse fusionar con ella al igual que con la dramaturgia, el ensayo, la música y hasta las matemáticas. Porque cuando entre la abundancia aún prevalezca la sed, la poesía estará siempre sentada en ese páramo viendo como las cosas parten y nacen en distintas luces. Porque la poesía estará aun cuando todo ya se haya inventado… Y Antonio Calera lo escuchó y transcribió un segundo antes que toda la humanidad.

 

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