La caja de estornudos
Misael Rosete
Llevaba días atorado en el inicio de un poema cuando se me ocurrió consultar a el gran Maestro. Para entonces, mi cabeza había dejado de verse como una espumosa gallina blanca y ya no había soñado con ningún prado.
Cuando llegué al edificio número cincuenta y cuatro, apreté el botón con la letra “M”. Entonces pude escuchar la voz de mi Maestro que al preguntar quién era, estornudaba. Luego que abrió, me introduje por un pasillo rojo con ventanas blancas. Subí la escalera de caracol y al llegar a su departamento, miré la puerta semi abierta. Al cruzar, además del librero y del piso ajedrezado, hallé a mi Maestro fumando junto a un muro.
Apenas me saludó, dijo que estaba terminando un cuento y que lo mejor era que regresara mañana. Tras escucharlo acepté, pero dije que había venido a verlo porque no podía escribir un poema. Acto seguido, me miró despreocupado y dijo que pensaría en algo.
Estaba apunto de irme en el instante que volteó y luego de recogerse el fleco que caía a un costado de sus ojos cafés, arrojó un violento estornudo que dio de lleno en mi cara. Enseguida me limpié e hice un gesto de desagrado. Pero mi Maestro, lejos de disculparse, se acercó a mí, abrió la boca y volvió a estornudarme. Yo recibí su diminuta lluvia con los ojos cerrados y en aquella turbia oscuridad, volví a recordar el poema que pensaba escribir.
Después nos dirigimos a la entrada. Ya en la puerta, le dije: “Sí, nos vemos mañana, gracias por todo”. Cuando di media vuelta y cerró, escuché otro potente:
¡AHHHH CHUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUU!
Una vez en mi departamento, creí que tras la visita a casa de mi Maestro, el poema brotaría como algo natural, sin embargo, luego de varios minutos sentado frente a una hoja, comprendí que estaba vacío como una botella de cristal. Bebí agua y me senté en la sala. De golpe, la estancia con mi Maestro regresó como algo incierto.
Tras un rato fui a la habitación y me metí en la cama. Sin notarlo, las sábanas cubrieron mi cuerpo como una niebla espesa y sentí que en cualquier momento dormiría. Ya no habría gallina alguna paseando sobre prados verdes, ya no saldrían huevos llenos de letras, o al menos eso creí hasta que abrí los labios y de mi boca salió un sonoro estornudo.
Al día siguiente desperté tarde y con la luz del sol filtrándose a través de la ventana sucia. Estaba por levantarme cuando sentí que tenía algo en los labios, recién palpé, noté que era un estornudo. Miré a los lados y noté que había un sinfín de ellos regados sobre la cama. Eran tantos que se pegaron en mi cuerpo. Los examiné y me di cuenta que estaban llenos de letras, sin entender qué sucedía, busqué mi ropa en el suelo y corrí a casa de mi Maestro. Recuerdo que antes de irme, tomé una hoja y la metí en mi pantalón.
Al llegar toqué la letra “M” del interfón. Se escuchó la voz de una mujer y de fondo un potente áchúú. Ella preguntó quién era y tras identificarme abrió la puerta. Subí al departamento y noté que la entrada estaba cerrada. Esperé que abrieran viendo por una ventana y en el departamento escuché que estornudaban. Abrió la mujer del interfón, tenía el cabello rojo y me miraba fríamente. No sé si ella vivía allí pero antes de meterse a uno de los cuartos, dijo: En un momento verás a tu Maestro. Me tomé la molestia de cerrar la puerta de la entrada y luego el placer de echar un vistazo al librero. En ese lapso no dejaron de escucharse varios achúses provenientes de un cuarto cerrado por una puerta estéticamente blanca.
Tomé asiento y de pronto pensé que no podía estornudar porque tenía flemas enredadas en la garganta, con trabajo escupí una y me le quedé viendo: era verde y tenía un verso enredado. Sin tener otra cosa qué hacer, decidí arrancar un par de estornudos de mi cuerpo y matar el tiempo juntándolos con la flema. Por supuesto que éstos (como ya tenían rato pegados) se habían cristalizado. Pero apenas unté la flema, los estornudos se humedecieron.
Empecé a jugar con ellos y obstinadamente combiné el color verde. Pronto se formaron un montón de endecasílabos, saqué la hoja y empecé a embarrar los estornudos. Al cabo de unos segundos, se formó una paleta de color con un poema interesante. De inmediato me sentí feliz, sin embargo, en un santiamén el poema se rompió.
En ese instante oí la voz de mi Maestro que luego de arrojar tres estornudos, me invitó a abrir la puerta estéticamente blanca. Apenas giré la manija, vi que el cuarto donde aguardaba, estaba infestado de estornudos. Los que ya se habían cristalizado simplemente parecían rocas poemáticas, sin embargo aquellos que aún seguían frescos, lucían como enormes y alargadas telarañas, estas hacían que me costara trabajo avanzar porque me quedaba pegado. Entre eso, la voz de mi Maestro decía:
—Estoy por aquí, búscame… dejé unas tijeras cerca de la entrada… úsalas para avanzar:
―Pero… los estornudos tienen tus letras.
―No te preocupes, ya no sirven…
Tras escucharlo, usé las tijeras y me abrí paso a la vez que él no dejaba de conversar para que pudiera encontrarlo. Poco a poco llegué a él. Una vez cerca, noté que un estornudo blanco y alargado era lo único que impedía acercarme por completo. Entonces dijo: Ya casi llegas, usa las tijeras por última vez y métete. Sin saber qué sucedería, hice un alargado corte y crucé.
En cuanto puse un pie del otro lado, quedé sorprendido: un montón de estornudos de colores fluorescentes formaban un hilo, con el cual, mi Maestro tejía un cuento.
Al mirarme junto de él, preguntó:
―¿Qué tal vas con el poema?, ayer te estornudé pensando que tal vez eso podría servirte… cuéntame, ¿funcionó?
Respondí que acababa de escribir el poema y se alegró, no obstante cuando dije que se había roto, me miró extrañado…
Luego agregó:
―Eso es muy raro, sobre todo porque ayer te estornudé justo en la cara. Tal vez necesitas vomitar. ¿Por qué no lo intentas?
Tras escucharlo, introduje la punta de dos dedos en mi boca y recordé la época en que ponía huevos con los labios. Arqueé un par de veces y un líquido espeso cayó al suelo y yo empecé a sentirme borracho. Miré mi mano y noté que estaba llena de saliva con puntos y comas; en el suelo, además de un líquido azul, miré un puñado de letras que formaban un laberinto. Luego de recuperarme y sentir los violentos latidos de mi corazón, miré a mi Maestro quien se inclinó y con la punta de la pluma removió las letras que había en el vómito:
―Ya veo… ―dijo y se llevó una mano al mentón―. No podías escribir el poema porque tienes una teoría atorada en la garganta, tal vez si vomitas varias veces, la saques por completo.
Volví a poner los dedos en mi garganta y de inmediato brotaron tres vómitos. En cuanto terminé, él se acercó a examinarlos. Entonces hizo un gesto extraño:
―Mira, la teoría que tenías está llena de silencio. Ya antes había visto cosas así pero sabes, no creo que sirva de mucho, y menos para escribir un poema…
―¿Por qué?
Como si mi pregunta le hubiera ofendido, se paró con violencia y luego de caminar a una esquina, sacó una caja repleta de libros. Tras vaciarla y ver las páginas desguazadas junto al vómito, se acercó a mí sujetando la caja vacía. Entonces, con voz firme, dijo
―¡Si quieres ver por qué, estornuda!
Apenas lo miré, dijo con fuerza:
―¡Vamos, estornuda..!
Entonces puso la caja frente a mi cara y luego de abrir la boca, expulsé un sin fin de estornudos que llenaron la caja hasta los bordes. Enseguida la revisó y tras suspirar, me hizo mirar su interior. Adentro hallé un enorme poema roto… En cuanto dejé de verlo, dijo:
―¿Ahora entiendes por qué?
Y luego continuó:
―¿Por qué te empeñas en escribir fragmentos?
―No lo sé.
Tras escucharme, entre dientes susurró
―Vaya muchacho… ¡Pues entonces ve al otro cuarto y consigue unas hojas!
Apresurado, salí de la habitación sintiendo que yo mismo era parte de un laberinto. En el camino sentí un pequeño temblor en las piernas y al pasar por un espejo, miré mi cuerpo. Apenas llegué a la sala, cogí unas hojas que hallé sobre la mesa y regresé. En cuanto entré a la habitación, noté que mi Maestro había convertido mi vómito en una pluma negra. En seguida me la dio y dijo:
―¡Rápido, escribe un fragmento!
―¿Pero sobre qué?
―Eso lo sabes tú, no yo.
Sin lograr hilvanar una idea conscientemente, cogí la pluma y empecé a escribir; no me daba cuenta que emulaba algún tipo de escritura automática. Luego de un rato, vi que los versos que trazaba, saltaban de la hoja y se convertían en un delgado hilo negro. Pese a esto, continué usando la pluma sin que me importara que la hoja quedara en blanco.
En cuanto terminé y abroché el punto final con la última parte de la pluma, el punto saltó de la hoja convertido en hilo y cayó al suelo. Tomé la punta y se la enseñé. Apenas la vio apretada entre mis dedos, aventó una violenta carcajada y entre los espasmos que hacía para jalar aire y reír, dijo con un inolvidable tono de burla:
―Poeta… ¡Acabas de inventar el hilo negro!
En ese momento mi cuerpo se llenó de tristeza a causa de la burla y sentí algo en la garganta. Pronto empecé a estornudar como loco. Primero brotaron estornudos ensangrentados (los cuales provocaban que me ardiera la garganta), no obstante al poco tiempo salieron estornudos verdes. Sin darme cuenta, cayeron sobre la hoja en blanco y formaron un poema. Antes de que este llegara a su fin, un último estornudo cayó sobre la hoja y se convirtió en el punto final.
Apenas agarré el texto, mi Maestro me lo quitó incrédulo y luego de empezar a revisarlo, sonreí con alegría al mismo tiempo que no dejaba de celebrar porque había escrito el poema que tanto había deseado. Más tarde lo guardé en mi pantalón y salí de allí con una enorme sonrisa.
Ya no sé cuánto tiempo ha pasado de eso, sin embargo guardé el poema en una caja. Revisé una parte de mi pasado y ayer la abrí, no sé qué fue de la hoja, pero el poema, se convirtió en estornudos…
Misael Rosete. Estudia Literatura rusa en el Instituto de Filología y Periodismo en la Universidad Estatal N.I. Lobachevsky de Nizhny Nóvgorod (UNN). Ha publicado el libro Paréntesis y la plaqueta Galería de fragmentos. También ha sido publicado en la página del boletín Capilla Alfonsina, en la Antología de poetas mexicanos contemporáneos de la colección: Poesía visual mexicana: la palabra transfigurada y en algunas revistas electrónicas. Ha hecho presentaciones literarias en Cuba y Rusia; fue invitado a presentar su libro en España.