El pequeño libro de la lluvia
(Desde la hamaca)
Por Mercedes Alvarado
Me están esperando en la fiesta. En una fiesta sin poetas en la que no podré contar de cómo la lluvia nos cayó esta tarde -aún si no vino como gotas, ni como granizo- ni de cómo la lluvia se metió en mi casa, con las ventanas cerradas, con la puerta cerrada, y me dejó más contenta que seca…
Me están esperando, pero yo sigo en la hamaca, con A.E. Quintero entre las manos, leyendo de la lluvia que apre(h)endió de su abuela, de cómo le decía “que toda lluvia es el relato / de un largo viaje: // el viaje que todo enamorado comienza.” y de las ganas de su abuelo por ser “de esas lluvias que dejan pasar a las señoras, y dejan / llegar a casa a las muchachas sin mojarlas.”
Curiosa cosa que un poeta nacido en Culiacán nos hable de la lluvia como quien la vive de a diario. Serán sus años en el Dé-efe, o el impacto que causa vivir en una ciudad – lago tan amorosa y tan llena de odio que una ya no sabe si la vive flotando, si la cruza a nado o si la deja llevarnos hasta donde los días son un rumorcito de agua en el que dormimos la incertidumbre.
Lo cierto es que la lluvia nos mece a todos, y Quintero ha escrito El pequeño libro de la lluvia para acompañar el transcurrir de los años, y de sus despedidas, a través de nosotros mismos. Qué gran regalo nos ha hecho a los que nos hamaqueamos en sus versos, a la sombra de cualquier tarde, sin ganas de ir a ninguna fiesta, sin mayor ánimo que el de volver a sentir la lluvia y a quienes se nos fueron en ella.
CUENTAN LOS DE MI CASA
que si bebes un vaso de lluvia
soñarás a la persona
con la que terminarás casada;
y dicen
que si congelas un poco de lluvia
en la heladera,
y la echas como hielo en el té de alguien
éste llorará
si no te siente cerca.
Es el grimorio azul que heredé
de abuelo.
Echarle gotas de lluvia a la ropa de alguien que se ha ido
para que las próximas lluvias
lo regresen.
Lluvias vistas como dragones.
DE NIÑO
La lluvia era mi particular manera
– mi manera pobre –
de ir al mar;
verla
era ver una ciudad sumergida dentro de una cueva.
Y era poder entrar a la lluvia
como se entra a una alberca.
No éramos pobres
– eso creo –
pero para un niño con manos desobedientes
la lluvia era un río al alcance de las manos.
Era como si fuera posible
– a esa edad –
entrar a la ducha vestido y con zapatos,
sin que nadie te dijera nada.
CUANDO MURIÓ MI ABUELA
no había lluvia.
¿Por qué se heredan cosas como ésa?
Cuando murió mi tía
heredó de mi abuela
un sepelio sin lluvia.
A ninguno lo acompañó la lluvia.
No estuvo con ninguno
en sus velorios.
Por eso creo
que la lluvia está peleada con los muertos de mi casa.
O es como yo
y no cree en los sepelios, y no cree
que podamos despedirnos nunca de los muertos.
Poemas de A.E. Quintero, de El pequeño libro de la lluvia.