Por Francesca Gargallo Celentani
Un mural de tela bordada, cosida, ensamblada y un colectivo de trece personas, como las trece ocas del juego, que van armando una historia: “Decidimos bordarnos mostrando lo que las mujeres actuales latinoamericanas hacen, a través de sus luchas, que a veces las han llevado a la muerte, y sus denuncias, su resistencia y la creatividad del ser consecuente”. Esto es el Juego de la Oca, un dar saltos por 63 casillas en espiral durante el cual es posible reconstruir la propia conciencia personal y colectiva.
Zamira Bringas sostiene que se ha jugado en Francia desde la Edad Media, en tableros pintados de madera, con simbologías diferentes, en ocasiones con las ocas en vuelo y en otras con ocas y laberintos. En España es común escuchar que la espiral del juego es una representación del Camino de Santiago. En Italia se considera que las primeras en haberlo jugado fueron las mujeres de la culta aristocracia rural de la zona central, que se reunían para intercambiarse visitas y saberes, pero que la corte de Lorenzo el Magnífico se lo apropió. En México, la cartulina con el Juego de la Oca se vende hoy en las papelerías y los puestos de ferias, casi siempre acompañado de otro juego de mesa, como Serpientes y Escaleras, con dibujos de principios del siglo XX, donde las mujeres son subrepresentadas y en posición de inferioridad con respecto a los hombres (por ejemplo, hay 6 mujeres por 20 hombres y el cocinero es un chef con sombrero, mientras la cocinera está en una fonda). Ahora bien, algunos jugadores lo hace descender de un tablero cretense de la época del bronce y otros sostienen que es un mensaje cifrado de los caminos de los templarios. La verdad es que avanzar o retroceder, como sucede en el tablero del Juego de la Oca, implica bailar y pasar el tiempo, conocer y quedar atrapadas, competir y tejer alianzas y, en el caso de las trece integrantes del colectivo Bordando la Oca, que empezó a conformarse en noviembre de 2016, dar puntadas para unir la memoria a la denuncia y, así, contribuir a la construcción de un tiempo favorable para las mujeres.
Se deviene sujetos en una sociedad vinculándose con otros desde la más temprana infancia, muchas veces durante el juego. Intervención, creatividad, equilibrio e interés son elementos del juego y del arte que nos humanizan, pues re-crearse devela los alcances y oportunidades de nuestras vidas. ¿Qué hacer, entonces, cuando a las niñas se les truncan los tiempos de juego en nombre de trabajos que sus coetáneos masculinos no están obligados a cumplir? ¿Qué, cuando los tableros de los juegos de mesa o de camino sólo muestran hombres en sus actividades?
He conocido el proyecto de Bordando la Oca en su fase final, en 2019, porque dos artistas feministas y viejas amigas, me invitaron a colaborar. En la biblioteca de nuestra casa comunitaria, desplegaron los 5 metros por 3.5 metros de tela, con figuras en recuadros dibujados, pirograbados, impresos y finalmente cosidos y bordados en una espiral que simboliza el camino de la vida. El inmenso Juego de la Oca que extendieron ante mis ojos es una técnica mixta sobre tela con una clara intensión simbólica, pues incluye los olvidos históricos en una obra visual que invita al juego. Impresiona porque su estética visual instiga al tacto y, sobre todo, porque la figuración apela a las mujeres y sus quehaceres, la mapuche rebelde y el bordado de las mujeres kuna que sobreponiendo telas de colores bajan por los nueve mundos del espíritu. Los bordados exhiben figuras de heroínas contemporáneas, diosas opacadas por las religiones patriarcales y situaciones en las que hay mujeres involucradas. En efecto, si bien existen diversas versiones del Juego de la Oca (en muchos tableros, trajes y actividades incorporan tradiciones locales de América y de Europa), en todas ellas hay 63 casillas por las cuales las jugadoras y jugadores deben avanzar. De éstas, 24 tienen asignadas unas reglas fijas, mientras las demás pueden mostrar diferentes motivos.
Elaborada por once mujeres y dos hombres, la espiral de casillas multitemáticas es una pieza única que nos ofrece una guía por la historia de las mujeres que, sin bien dolorosa, es viva y propositiva. Presenta las 13 ocas del juego en serigrafías cosidas y bordadas, aves fuertes y poseedoras de una sabiduría propia, así como las casillas fijas que vinculan la historia mexicana y continental de las mujeres. Los puentes de la 6 y la 12 son Marichuy, la vocera del Concejo Indígena de Gobierno, y la tiendita de mujeres zapatistas, puentes entre un mundo ancestral y la esperanza de un futuro; la casilla 19, la de la posada, lleva el bordado de Fidel Figueroa acerca de lo que es una educación en el amor; los dados de las casillas 26 y 56, bordados por Tere Ojeda y Zamira Bringas, como el destino tocan los extremos de la muerte y de la vida, los feminicidios y las mujeres; el pozo, la temida casilla 31 donde si caes quedas atrapada hasta que alguien, cayendo a su vez, se quede en tu lugar, no sólo me recuerda a la diosa Innana colgada del clavo del infierno donde la ha detenido su hermana, sino las fosas comunes que las madres de desaparecidos destapan en México, Colombia y Centroamérica; el bordado de la casilla 42, el laberinto, también de Zamira, no puede ser más explícito: “Mujer Laberinto, mujer ombligo”; la cárcel de la casilla 52 es otro bordado de la misma autora, mientras la calavera, última casilla fija, la 58, es una muerte antigua representada en almazuela, una técnica de costura también conocida como retazal, quilt o patchwork, una figura tejida uniendo fragmentos de otras telas.
Son efigies libres con que jugarse la presencia, denuncia y unión de las diosas bordadas por Tere, Manisha, Elsa Colmenares, Fred Drillhon, Marta Nualart, Gabriela Antinea Esteva, Estela Flores Magón, Magdalena Yañez, Paz y Zamira. Se entremezclan con poemas de mujeres, con tejedoras de cintura, expresiones de artes ancestrales, defensoras de las aguas contra su contaminación y, necesariamente, con figuras de sobrevivientes, guerrilleras, las entrañables Patronas que alimentan a hombres y mujeres en sus caminos de libertad y las mujeres que se nos adelantaron y nos iluminan, como la comandante Ramona y María Sabina, y las asesinadas que se han vuelto ancestras, como la brasileña Marielle Franco y la ambientalista lenca de Honduras Berta Cáceres.
Los orígenes del juego son tan antiguos que se remontan al Disco de Phaestos, de finales de la Edad del Bronce, pero los tableros del Juego de la Oca empezaron a comercializarse a finales del siglo XIX, fijando las reglas que se venían transmitiendo de generación en generación. Finalmente, con la labor del colectivo Bordando la Oca, simboliza claramente el camino de las mujeres.
Hasta ahora en las alegorías del viaje del alma humana presentes en el juego, se habían evitado las representaciones de mujeres activas, poderosas, transmisora de conocimientos. El sistema patriarcal no permitía la representación de su importancia. O, quizás, las mujeres, cuando juegan entre sí, olvidan el lugar subordinado que deben ocupar en un mundo donde la representación de la realidad es masculina. Entonces pensar, dibujar, tejer y bordar un enorme tablero con figuras de diosas y heroínas, de activistas por los derechos de los migrantes y mártires de la lucha antirracista, identificar el pozo con las fosas comunes que desentierran las madres de personas desaparecidas, implica una revolución lúdica, una estética del juego en su explícita afirmación de la libertad humana. Según Marta Nualart, bordar la oca ha sido para ella “un acto de denuncia a través de una actividad colectiva de mujeres”. Mientras para Zamira Bringas ha implicado “no conformarse, no callarse el grito de rebeldía contra la complicidad con el sistema patriarcal. Bordando la Oca es un trabajo de conjunto; al meter a las diosas tocamos la espiritualidad rebelde de todas, ese nosotras conformado por once mujeres y dos hombres, Fidel Figueroa y Álvaro Villagra”.