A menudo nos disparan de Sergio Gioacchini

La pierna, que duele lastimada,
me dice: no te vayas.
No te vayas, me dice el ojo,
y se introspecciona lentamente.

Al caminar me llevas;
me llevas a la rastra,
me llevas a través del desierto.
Qué pasa con la gota de sudor
que redonda aún me circunvala.
Desierto y sudor
y la izquierda que marcan un camino
de surco infértil.

Me lo dijiste, abrumada:
no te quejes, tu fe, tu almita rebelde;
no te quejes ahora.
Pero mira lo que me han hecho: el disparo,
la pierna que se deja llevar
por una conciencia lastimada,
una tristeza de antes,
de cuando nacimos sin el futuro luminoso
que, nos dicen, existe.

Pero la fe, la fe que también
nos decían solía mover las montañas…
Y por qué esas no se mueven…
La izquierda que arrastro,
el ojo que se licúa en su dimensión oblonga
y los surcos que dejamos por la arena del desierto,
no nos describen,
no podrían describirnos.

La sed, hermano,
la sed que parece un mal menor ahora,
para qué la sed si nunca se sacia;
ni tu sed, ni la mía que,
la mayoría de las veces,
no suelen ser las mismas.

Para qué vas,
me dijiste visceralmente.
La pituitaria que machaca y machaca
con voluntad de glándula pineal, de exabrupto.
No te quejes, ahora.
Saliste, corriste, te juntaste con los otros 42,
y así te expusiste.

Fuiste sed, fuiste una lágrima deshidratada,
y ahora, que la arena, la tierra, la historia,
cubren tu mirada,
desgarrada ya de su blanda ternura,
sólo eres un ojo cavidad que se llora para abajo,
y que mira lo que no puede ver.
Yo soy tu alma,
soy el ensueño y la fe de tu conciencia
y, ahora, soy tu desacierto,
tu disolución sin justicia.

Y nos han venido a dar en la espalda,
en los culos, en las piernas temblorosas
de una puta adrenalina descompuesta de miedo.
Ya ni me lo pregunto,
las palabras se nublan en la mente que se retrae:
primero a un mamífero no humano
luego al simple reptil que nos recorre la columna y el bulbo.

Marcas en la frente, solsticio de la nada,
las auroras boreales del alma están en rebelión,
quieren liberar un grito,
pero el aire no existe bajo la arena y el salitre,
bajo la lustrosa fronda de infamia
de la que depende la mínima humanidad.

Dilo ahora, no te saltees el prólogo,
pero arranca con furia,
desenróllala como manto de rezo y responso,
como arma contra el olvido;
que tu sudor, coraje y miedo
salten al puro y caliente aire
y se esparza por todas las gargantas
y griten su canto de revancha.
Pura, misteriosa,
la revancha que no deja que termine.
La revancha que se recicla
y se autoinsufla de poder.

Va y vuelve.
Mata al sembradío, aniquila el arte,
acribilla al niño en su vientre antes de nacer.
Y ellos la fomentan,
la amamantan con sus tetillas desabridas
de hombres sin placer, sin futuro,
sin sentido en el profundo sentimiento de la vida.

Pero, ahora que ya la izquierda
no me sale a caminar,
y el ojo lastimado sólo me mira a mí mismo,
ya que mi garganta ni asusta
con sus cúmulos nimbus de palabras de libertad y justicia;
ahora que tú, amante vida,
desesperante vida sin vida,
me estás queriendo dejar,
me estás arrebatando al hijo que no engendraré,
a la asustada madre que me llorará por siempre,
que pintará carteles pidiendo justicia,
pintará paredes pidiendo justicia,
pintará su corazón de gris para pedir justicia
por siempre, para siempre,
desde el nunca hasta el más allá.

Ahora que vos,
que me dijiste que me amabas,
no me amarás más
o me amarás al infinito, incólume,
reventando de ira y de extrañamiento.

Ahora, quién sabe dónde escucharán
nuestros gritos de revancha,
porque todos nosotros, los mutilados,
queremos que ellos, los asesinos eternos,
también sean cojos,
ciegos y ahogados
en el maldito salitre de la arena.

Ahora estamos llamándote,
desde mi pierna izquierda,
desde mi ojo vaciado
y mi garganta galvanizada,
ahora queremos escuchar tu grito,
tan alto como el nuestro,
como nuestro valor y nuestro miedo.

Para que nada quede así,
para que no la ganen.
Si tenemos que correr
como fantasmas por todo el mundo,
-otro fantasma, otro, uno más justo, más hermoso,
más amigo del universo
y de todos los bellos hombres
y animales y plantas y lagos y montañas,
y por qué no, desiertos-,
correremos.

Ahora te quiero de pie,
quiero escuchar tu agonía de dolor por mí,
por mis hermanos.
Porque nosotros, los sepultados,
seguimos gritando

Ayotzinapa Ayotzinapa Ayotzinapa
Ayotzinapa Ayotzinapa Ayotzinapa
Ayotzinapa Ayotzinapa Ayotzinapa
Ayotzinapa Ayotzinapa Ayotzinapa
Ayotzinapa Ayotzinapa Ayotzinapa
Ayotzinapa Ayotzinapa Ayotzinapa
Ayotzinapa Ayotzinapa Ayotzinapa
Ayotzinapa Ayotzinapa Ayotzinapa
Ayotzinapa Ayotzinapa Ayotzinapa
Ayotzinapa Ayotzinapa Ayotzinapa
Ayotzinapa Ayotzinapa Ayotzinapa
Ayotzinapa Ayotzinapa Ayotzinapa
Ayotzinapa Ayotzinapa Ayotzinapa
Ayotzinapa Ayotzinapa Ayotzinapa
AYOTZINAPA

porque ya no somos 43,
nunca lo fuimos,
el 44, ahora, desde que los gritamos,
el 44 son todos ustedes.

Nosotros,
con nuestros cuerpos mutilados,
en nuestro refugio de arena,
nos seguiremos dando la mano.







Sergio Gioacchini nació en Chabás, Provincia de Santa Fe, Argentina en 1963.
Ha publicado ‘Viento y azar’ (poesía, 1989), ‘Simple blues’ (novela, 2000;
Primera Mención Concurso Novela Policial realizado por la Universidad
Nacional de Rosario), ‘Poemas erráticos’ (poesía, 2001), ‘Fermento’ (novela,
2003), ‘Poetas de Rosario: Desde la otra orilla’ (Granada, España, 2004),
‘Mujeres golpeadas’ (narraciones, 2008). Colabora y publica en diversos
medios. Participó en la organización del Festival Internacional de Poesía. Es
director, desde 1993, de la editorial Ciudad Gótica y de la revista del mismo
nombre. Es copropietario de la librería Oxímoron, de la ciudad de Rosario. Es
síndico de la ‘Cooperativa de trabajo cultural Plural Creativa’.

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