Un poema de Gonzalo Rojas


En la vasta obra de Gonzalo Rojas hay un poema que me interesa, “Por Vallejo”. Más que un homenaje a la obra del peruano, es un lugar de encuentros, un sitio en donde dos poéticas muy particulares (la de Vallejo y la de Gonzalo Rojas) parar mirar el mundo se dan cita. Lo transcribo íntegro:

Por Vallejo

Ya todo estaba escrito cuando Vallejo dijo: —Todavía.
Y le arrancó esta pluma al viejo cóndor
del énfasis. El tiempo es todavía,
la rosa es todavía y aunque pase el verano, y las estrellas
de todos los veranos, el hombre es todavía.

Nada pasó. Pero alguien que se llamaba César en peruano
y en piedra más que piedra, dio en la cumbre
del oxígeno hermoso. Las raíces
lo siguieron sangrientas cada día más lúcido. Lo fueron
secando, y ni París pudo salvarle el hueso ni el martirio.

Ninguno fue tan hondo por las médulas vivas del origen
ni nos habló en la música que decimos América
porque éste únicamente sacó el ser de la piedra más oscura
cuando nos vio la suerte debajo de las olas
en el vacío de la mano.

Cada cual su Vallejo doloroso y gozoso.
No en París
donde lloré por su alma, no en la nube violenta
que me dio a diez mil metros la certeza terrestre de su rostro
sobre la nieve libre, sino en esto
de respirar la espina mortal, estoy seguro
del que baja y me dice: —Todavía.

El motor más importante del poema anterior es la palabra Todavía. Casi todas las repeticiones, salvo una, se encuentran en la primera estrofa. Claro, es la introducción del poema, de la que partirán todas las ideas que se irán construyendo en las siguientes tres estrofas. Todavía es un adverbio que, entre otras cosas, indica que una situación persiste en el presente, o bien, que puede cambiar en el futuro. Esta segunda acepción es la que envuelve al poema de Gonzalo Rojas.

El primer verso despliega una historia: a principios del siglo XX, cuando el Modernismo (ese viejo cóndor / del énfasis) guiaba las plumas de los poetas latinoamericanos, la poesía de César Vallejo irrumpió en la escena literaria dando un giro de tuerca sobre el agotamiento de la imaginación creadora, y propuso una nueva manera de relacionarse con el lenguaje. Aún había mucho qué decir, mucho qué escribir. Las siguientes repeticiones del adverbio todavía acompañan distintas imágenes en torno al tiempo, la poesía (identificada con la rosa) y el ser humano. Cuando César Vallejo, parece decirnos Gonzalo Rojas, innova en las letras iberoamericanas, también cambia la concepción del tiempo, de la poesía, y, por ende, del ser humano.

Vallejo fue un poeta vanguardista, su signo más característico, tal y como he indicado en anteriores apartados, es la innovación en el uso de la palabra. Esta innovación no se trata de un mero “matar al padre”, sino era algo necesario. El siglo XX fue el siglo de los grandes inventos, de la tecnología, de las altas velocidades que definieron a las ciudades y al modo de vida de las personas. El viejo aparato poético castellano que tuvo su clímax en el Modernismo, no podía con todos esos cambios repentinos, había que hacer algo, pero no desde la superficie, sino desde las profundidades del lenguaje mismo. César Vallejo con su Trilce se tiró a la espalda esa piedra de Sísifo. Los límites del lenguaje, entendió Wittgentein, son los límites del mundo. Por eso al cambiar el lenguaje, cambia el tiempo, el hombre y también la poesía.

Los primeros versos de la siguiente estrofa son una reiteración de la primera, a medida que la poesía de César Vallejo dio en la cumbre / del oxígeno hermoso, es decir, dio un respiro vital al castellano. Me llama la atención una imagen: César en Peruano. Individualiza el nombre del poeta. César, que es un nombre de origen latino, es atravesado por las marcas de la peruanidad. Ya no denota un significado heráldico tradicional, sino más bien uno poético, a medida que está sujeto a un territorio, contexto y circunstancias muy específicas.

Lo que sigue es una imagen térrea armada a partir del sustantivo raíces. Estas se pueden referir a una gran gama de cosas: las raíces del idioma (la poesía de Vallejo lo retuerce porque indaga y cuestiona sus componentes), la tradición de la poesía en castellano, las raíces del propio quehacer poético, u otra cosa. Sea cual sea el camino que tomemos nos llevará a destinos un tanto diferentes. Yo prefiero quedarme con el quehacer poético, porque, además, pienso que se relaciona muy bien con la última parte: (las raíces) lo fueron / secando, y ni París pudo salvarle ni el hueso ni el martirio.

Si bien Vallejo escribió poemas como “Piedra negra sobre piedra blanca” y “Hoy voy a hablar de la esperanza”, es difícil indagar en la relación entre lo que sufre un autor y la potencia de su obra, pero me parece que Carl Jung, que ya desde el trilciano 1922 había hecho estudios sobre psicología y arte, puede aportar algo. Escribe en “Psicología y poesía”:De ahí que el destino vital personal de tantos artistas sea tan decididamente insatisfactorio, e incluso trágico, no por una oscura disposición, sino a causa de cierta inferioridad o de una insuficiente capacidad de adaptación de su personalidad humana. Rara vez un ser humano creativo no tiene que pagar cara la chispa divina de su grandiosa capacidad.

Pareciera que Jung romantiza la vida del artista al relacionarla con un destino trágico. En realidad, lo que hace es resaltar que el artista tiene conflictos interiores, mismos que por su impulso creativo no suelen resolverse (ya por falta de tiempo o interés) en el plano social, sino en el plano de la obra de arte; de allí que Jung concluya que a menudo se desangra lo humano a favor de lo creativo.

La tercera estrofa le hace justicia a la poesía de Vallejo. No los poetas del Modernismo (ellos lograron una versión latinoamericana del Romanticismo europeo), sino César Vallejo fue quien le dio un uso al castellano muy cercano a nuestra realidad sincrética, cruzada por lo indígena y lo hispano. Su poesía, en ese sentido, ahonda en las médulas vivas del origen, de tal forma que pudo realizar una obra donde resuena la música que decimos América.

Desde la publicación de Los heraldos negros hallamos una filiación indígena en algunos de sus poemas, como “Huaco”, filiación que no seguirá de lleno (al menos no en el terreno de la poesía), pero que la explorará en algunas expresiones como: Cuzco moribundo, colchas de vicuña, relincho andino, aparecidas en Trilce. Sobre ese mismo poemario se ha resaltado en varias ocasiones que César Vallejo compartió con los indígenas del Perú la pobreza, la miseria, la soledad y la injusticia, que desde la Conquista han sido el pan de cada día. En “César Vallejo: semejante mendigo”, el poeta español Félix Grande escribió que debemos sospechar que en el habla de César hay millones de incas susurrando su pétrea y firme ausencia a través de los siglos desde su vano enterramiento, en otras palabras, mediante su poesía Vallejo sacó el ser, nuestro yo latinoamericano, de la piedra más oscura.

Finalmente, nos hallamos ante la última estrofa, la más personal de las cuatro. Hay tantos Vallejos como lectores de poesía, nos dice Gonzalo Rojas. César Vallejo no está en el cementerio de Montparnasse, donde descansan sus huesos, tampoco en las alturas de la poesía, sino que se encuentra en su legado. Cada que leemos un poeta nuevo y vemos la filiación vallejiana, o incluso, una palabra que nos hace el guiño a la poesía del peruano, allí encontraremos el carácter de la poesía de César Vallejo. Por eso, Gonzalo Rojas confía en el poeta que baja y le dice Todavía. Esto es que aún hay aportes que los poetas contemporáneos pueden hacer para nutrir al idioma y el imaginario del castellano.

El cartero deshonesto por Marco Antonio Murillo

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