IMAGO MUNDI
El jamo se iba llenando de peces improbables, los
tres surcos de mi terreno
de labranza producían
frutos inverosímiles,
espigas que la brisa
tornasolaba
contaminándose del gris
plomizo del cielo (a veces
cielo raso) hace semanas
encapotado: se petrifican
las espigas, y yo desvarío,
luego me vacío. La tierra
produce peces incomestibles
al surgir de mi cabeza con
dos o tres imágenes trilladas,
por todos lados me veo
empobrecido, peces de
colores vivos abonan mi
vacío, me noto cada vez
más inquieto como si ya
fuera a ocurrir (inminente)
sucedáneo de mí mismo:
a tierra se iría de bruces
o de cabeza toda mi
filosofía, la práctica
sostenida durante
décadas, no llega
todavía la aurora, no
quiero mirar la hora,
repelús. Ando perdido
en auroras que no
llegan, la luz se
obsesiona perpendicular
con la oscuridad nigérrima,
primero se derrama
penumbra y al instante
mi vacío hubiera podido
imaginar la voz del
cuervo posarse en la
tumba (Monte de los
Olivos) de mis padres
en las afueras de la
Nada (amalgamados):
nada por último nos
uniría al esbozar unas
letras, letras incoadas,
mano a su óseo desecho.
A Egipto, y las más oscuras narraciones se esparzan
en secos nilos mis cenizas:
de las fauces de un dios
cara de gato y de la
faraona que desbanca
en un siglo toda una
caterva de dioses de
una tierra que ya no
se moja, aparecerá la
urna con mis cenizas
derramando vacío
perpendicular: a
voz en cuello piden
seguir concediendo
supervivencia material
pero yo sigo muerto:
desecho. Invariabilidad.
La boca del cuervo en
su postura, mármol,
madera, matriz de
continua descomposición
nada arroja: nada augura.
No sabe ya si conversa o
crascita, si alas son o
fulgor morado, nigérrimo
asterisco concentrado en
una pupila de irrompible
cuarzo. Me doy vuelta,
todo me da vueltas, agua
concéntrica en el jamo,
mi interior: se cercena,
alcanza el bajo fondo
de una indivisibilidad
(no existe sueño mayor)
brota una sola espiga
del tamaño de un jeme,
pasan ascuas, cocuyos
difunden sendas
soterradas donde
guardan (puro ritual)
la espiga desprendida
de un jarrón de hojalata
que algún dios sometido
a qué pero a qué, un
dios nada espabilado
acoge (ganancioso)
desmorona con el índice
la posibilidad del pan:
alzan un pulgar dado
a amasar, punto final
de cuanto imagino.
Brusco
y
muerto.
Así
ha
de
ser
la
Muerte:
belladona,
orín,
alcanfor.
Una
nave,
proa
curva,
eslabones
de
olas
a
gotas
de
salitre
donde
el
miedo
me
obligaría
a
rezar,
salvo
que
no
me
transo:
me
empecino.
El
dios
del
caduceo,
pies
alados
me
manumita.
CÁNTICO ESPIRITUAL
A mi lado un amuleto redondo en el suelo su sombra un
ciempiés le da la vuelta
cuarenta y nueve veces
en mi nombre el número
tiene su razón de ser:
alzo el brazo derecho,
en la muñeca ciño ajorca
gruesa de cobre, cuelgan
dijes (tres) crisantemo
unicornio nube con la
forma del Dragón
perseguido por dragón:
en ese momento somos
dos. Esencial por lo tanto
duplicar amuleto ajorca
dijes para engalanar la
figura en majestad
(suprema) a mi derecha,
revestirla, igualarnos
todos, su brazo es (lo)
real. La protección que
le brindo, real. Por igual.
Nada de lo descrito es
ficticio, lo único que
queda por hacer es
poner en marcha las
dos efigies que somos
de momento, estamos
vivos y sin embargo
se precisa (me encargo
- yo) de insuflarnos una
existencia que tenga
al menos sus más
elementales
características (extensión
intensidad materia
propia y única sentido
de realidad percepción
capacidad de meditar,
reflejarse, rectificar
pensamiento con base
a comedidos sentimientos,
y donde el camino
entronca (desemboca;
se drena) se endurece,
desaparecer).
La avena con grosellas secas terminó de cuajar en
el cuenco de porcelana
envejecido, la pruebo,
me quema la punta de
la lengua, chasquido,
me relamo, cierro los
ojos, en verdad se me
cierran de cansancio,
y sólo son las seis de
la tarde, tengo unas
horas antes de
retirarme al cuarto
de dormir: me giro
unos centímetros, le
ofrezco copos de aire
ampos gotas de nieve
recién surgida en la
habitación tras
congelarse el agua a
mitad de camino, cielo
a tierra (subsuelo) a la
boca nos llevamos
unísono de unísonos
sendas cucharadas
de avena recién
cuajada con grosellas
canela respiramos uno
por otro tragamos (nos
paladeamos) los rostros
inclinamos en dos
direcciones: una para
agradecer a los dioses,
otra hacia la mano del
otro cuando acerca la
cuchara sopera repleta
(humeando) de avena
hervida en leche de
coco a la boca de la
figura a mi lado: le
ofrezco otro amuleto,
éste exhibe en su
cara visible el número
siete, le entrego tres
dijes, gajo de matojo
que crece en el
desierto, gota de
miel silvestre que
sabe a aceite de
cardamomo, jícara
de madera casi plana
donde tiemble el vino
de arroz para celebrar
(conjunción) nuestras
bodas.
A nadie, a nada respondo, estoy concentrado, perfección
la Amada (a fondo) una
sola taza la infusión de
la tarde que fui preparando
con esmero, música de
Palestrina, júbilo lento
su asunción: cruzamos
los brazos cual dos ramas
se entrelazan (Baucis y
Filemón). Bebe (bebo) de
la misma taza y al mismo
tiempo bebemos, mal se
explica que cada cual o
su figura una al lado de
otra alce su propia taza
sorbiendo la tisana
hirviendo, viendo doble
donde sólo hay un
objeto, o nada: me
encojo se encoge de
hombros, chasqueo
chasquea la lengua,
sonríe, me sonrío, me
recuesto en sus pechos
hombros regazo se
recuesta se mece
vaciamos la taza nos
limpiamos con la palma
de la mano los labios,
mi mano limpia los
suyos, la suya me
seca las comisuras,
todo puede ser un
reflejo (ancestral)
consecuencia de poder
contar con el amparo
de un amuleto: unos
dijes que cambian de
configuración con el
paso de las horas,
la Amada cinabrio,
cinabrio yo, sólo que
blanco, blanco y
pulverizado.