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El poema filosófico


En un poema filosófico se concentran los grandes cuestionamientos de la existencia pero de una forma estilizada en la longitud del verso. Podríamos considerar el poema filosófico Sobre la Naturaleza del griego Parménides de Elea como la primera obra de este subgénero de la literatura. Su dedicación a los entes y al ser como tema fundamental de los fragmentos que sobrevivieron del poema, indica una decisiva inclinación por lo filosófico tratado en los linderos del verso épico y el hexámetro. El origen del hombre y el cosmos también son temas de su poema, lo cual reafirma ese cuestionamiento perenne sobre lo que somos y donde habitamos.


Al poema filosófico de Parménides se le ha considerado como una vía de la verdad, misma que influyó en muchos filósofos, incluyendo a Zenón de Elea, Anaxágoras, Empédocles, Meliso de Samos, Gorgias, a Platón y su teoría de las ideas en su diálogo homónimo “Parménides” y la metafísica de Aristóteles, no sin olvidar su influencia especialmente en lo que respecta al principio lógico de identidad y de no contradicción. Este legado hace de Parménides de Elea el primer poeta filósofo de la historia. En un punto de vista griego, la fusión de lo poético y filosófico es la fusión de dos estilos como lo era el de Hesíodo y Anaximandro, un momento intermedio en el trato de la palabra sin llegar totalmente a la prosa y sin dejar la vestimenta del verso.


Entre los versos de Parménides, se declaró que no puede pensarse ni decirse lo que no es, y filósofos póstumos como el alemán Friedrich Hegel dijo del griego: «con Parménides comenzó el filosofar auténtico; en ello hay que ver el ascenso al reino de lo ideal. Un hombre se libera de todas las representaciones y opiniones, les niega toda verdad y dice: solo la necesidad, el ser, es lo verdadero».


Respecto al poema filosófico, debemos diferenciar entre un estilo filosófico y el poema filosófico tal cual, que podría considerarse una obra con esquema de largo aliento, principal característica de un poeta que ha tratado un tema filosófico a lo largo de cientos de versos encadenados por un cuestionamiento fundamental sobre el ser, el devenir y el mundo.


Para identificar a un poeta filósofo, basta con verificar si su obra contiene poemas de largo aliento basados en los temas de los grandes cuestionamientos metafísicos de la humanidad. Su estilo filosófico debe caminar en los breves y largos poemas, constituir un todo como unidad en la obra del autor, pues no solo el título debe abarcar la filosofía sino la mayoría de versos contenidos como en el caso de Sat-Darshanam con sus Cuarenta Versos Sobre La Realidad.


Es evidente que la discusión no es acerca si fue primero la poesía o la filosofía, pues queda resuelta fácilmente con los antecedentes de los primeros poetas y su presencia en todas las culturas, no así los filósofos y sus sistemas del pensamiento. Los grandes cuestionamientos primero fueron resueltos con respuestas poéticas, mitológicas y religiosas; solo después hizo su aparición la filosofía con los pitagóricos y sus doctrinas del conocimiento.


Respecto al estilo filosófico en su poesía podríamos mencionar a Viasa, Rumi, Matsuo Bashō, Saint Kabir, Sat-Darshanam, el Ishavasya Upanishad, Mahmoud Darwish, Homero, Lucrecio, Samuel Taylor Coleridge, T. S. Eliot, Hildegarda von Bingen, William Carlos Williams, Rainer Maria Rilke, Fernando Pessoa, Søren Kierkegaard, Friedrich Nietzsche, Georges Bataille, entre otros. Entre los poemas de largo aliento filosófico podríamos mencionar: Sobre la Naturaleza de Parménides de Elea, Primero Sueño de Sor Juana Inés de la Cruz, Muerte sin Fin de José Gorostiza, y los Poemas Filosóficos de Enrique González Rojo Arthur.


El poema filosófico debe ser sustentado por un tipo de poeta de la profundidad, de riesgo constante en el ser y en el derrumbe, pues los grandes cuestionamientos son piedras de Sísifo que no tienen otro destino que volver a ser arrojadas al abismo desde la cima en las que se encumbraron y una vez en el fondo volverlas a sacar. Las sentencias del poeta que se sumerge en la duda filosófica, sobresaltan desde sus versos para salpicar la estrofa con dudas y cavilaciones. El poema filosófico es de difícil acceso para las mentes incautas que buscan tan solo la rima y la melodía en los poemas.


La ratio no se desprende de la sensibilidad en el poema filosófico. La naturaleza del poema filosófico implica una serie de temas profundos a tratar, donde se coronan de versos, metáforas y rimas asonantes para deshilar los cuestionamientos más voluptuosos en cuanto a su trato y en cuanto a sus directrices.


La poesía no desconoce del campo de la metafísica. Es en sí un algo más allá de la Physis pero también una presencia tangible en la misma Physis. Lo poético es la idea en estado puro, tanto como sensación y como objeto aprehensible por el entendimiento. La poesía es, porque la realidad es. Su íntima relación con el presente es comprobada por cada organismo sensible a la presencia. La poesía no solo da acceso a lo que es grato a los sentidos, sino a lo que es posible al entendimiento. Lo poético si contiene una verdad encumbrada, deslumbra, conmueve, conmociona, y estos efectos solamente son posibles si hay un sujeto que pueda percibirlos en toda su magnitud. Así es como nace la figura del poeta.


La poesía lleva intrínseco un péndulo de lo perceptible e inteligible. Por eso el receptor de la poesía puede identificar profundamente los elementos que constituyen un poema que explora las verdades estéticas. El sonido de la palabra se convierte en el ducto ideal de la poesía, su ritmo y sus significados van tejiendo con versos lo que el poeta anhela transmitirse, primero para sí, y si lo dispone, para los otros con quienes comparte una lengua. La escritura es un molde perfecto de las percepciones del poeta para que incluso se pueda vincular a través de la distancia y el tiempo con otros perceptores de la poesía.


El sentido filosófico que pudiera tener un poema se lo debe al tema que se trata en el verso. La sustancia que brota de las palabras que se ahondan para abordar los grandes cuestionamientos de lo humano, va adquiriendo forma en las estrofas, pero sobre todo, en el trato de la idea, la imagen, la analogía y la metáfora que van cargadas en los metros que dan cuerpo al poema. Es en ese momento en que el poema, como objeto escritural, se convierte en una vía idónea mucho más impactante que el ensayo, por su brevedad, concisión y ritmo.


La facultad de la videncia en los grandes poetas, se vuelve un instrumento mucho más revelador que la razón y los sentidos. Es en ese giro cuando se adelantan a los razonamientos del filósofo y es justo cuando el poeta toma un cariz de profeta de lo inteligible que puede penetrar la esencia de lo que le rodea con tan solo ejecutar el verso preciso y la música particular de las palabras al pronunciarlas en un orden que solo le corresponde al poeta experimentar.


En este sentido, el poeta es un ducto natural de las esencias, sin la pretensión lógica que el razonamiento faculta a los filósofos. Puede, en ocasiones muy contadas, coincidir en una sola persona las facultades del poeta y del filósofo al mismo tiempo.


Enrique González Rojo Arthur representa la fusión exacta del filósofo y el poeta. Me dirigiré al maestro, cuyo apelativo de respeto siempre me recriminó de manera suave para decirme que le llamara solamente Enrique. No solo la formación académica es la que determina al filósofo, sino su vocación por la actividad reflexiva, por el rumiar del pensamiento y la constricción de las cavilaciones en el mortero de la pluma y el papel.


Enrique me reeducó en el arte del simposio, de la convivencia y la fraternidad. Creí que me iba a quedar en las montañas, como el eremita, masticando la piedra filosofal de la pregunta eterna, pero él me endulzó la imagen y el cariz que creía de los filósofos y de los poetas.


Sus incontables referencias a la tradición helénica, a la médula de lo griego, sus mitos y sus figuras, hacen de Enrique un poeta que hilvana con mucha naturalidad lo griego en sus textos. Los títulos de sus poemarios, tales como Las huestes de Heráclito (Jul/1990), Luz y silencio (/1947), Poeta en la ventana (Ene/2007) o bien hubiera sido un “filósofo en la ventana”, lugar idóneo para filosofar, Para deletrear el infinito (1975-1992), y de sus últimos trabajos que deliberadamente tituló Poema filosófico (2018) donde aborda en cuatro partes la historia de la filosofía universal utilizando el verso.


Este compendio consta de cuatro partes con un total de 646 páginas. El Poema filosófico I (Abr/2018) enlaza sus dos pasiones: la poesía y la filosofía. Se describía como un “poema en constante proceso creativo”.





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