Silvia Tomasa Rivera
Hasta que tu muerte espolvoree sus polvos negros
sobre la tierra infértil del olvido.
Hasta que no quede ni un átomo de mí
que sufra la condena.
Cuando el golpe es certero hay que caerse
lamer la tierra, juntar los vidrios para que un día
se vuelva a reflejar la luna
en la noche extraviada.
Silvia Tomasa Rivera
hasta que tu muerte espolvoree sus polvos negros
sobre la tierra infértil del olvido.
Hasta que no quede ni un átomo de mí
que sufra la condena.
Cuando el golpe es certero hay que caerse
lamer la tierra, juntar los vidrios para que un día
se vuelva a reflejar la luna
en la noche extraviada.
La noche, carne de cañón para el poeta,
zopilote en el alma del perdido
eternamente sorda como un árbol.
¿De qué se trata, puta, a qué jugamos?
Te puedo matar a ti también ¿me oyes?
Traigo un cuchillo
y una secadora de pelo en forma de pistola
que dispara directo a la sien
cabezas del insomnio.
El hombre, tenía que ser el hombre,
animal tozudo arrastrando a su Dios
hasta la tumba.
Y la mujer desnuda a medio claro, a mediomar,
flotando
a medioamar, a la mitad exacta del camino.
¿Hasta cuándo vamos a inventar un Dios
que nos saque realmente del apuro?
¿Hasta cuándo vamos a pasar el trago amargo
a la mitad del vino?
Las preguntas nacen como espinas
y se entierran directo en costado.
Basta, he dicho basta,
Nadie muere dos veces del mismo amor,
es más, nadie muere de nadie.
¿De qué se trata, reina, a qué jugamos?
Porque tú eres la reina, si noche y sin insomnio.
La nicotina ahora ya no importa, el alcohol menos.
Un valium sostiene tu universo.
¿A qué jugamos, reina?
Te la pasas amamantando lobos dorados.
Muévete, la casa de la vida nunca pierde.
¿Te pongo un jazz?
Hace falta que te mames un cáncer
para que aprendas que la muerte
no es sólo una palabra
es el fin de la vida.
Ay, por Dios, muévete.