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Transgresión para las masas

Andrés Cisnegro

 

Argumentan que no estamos en épocas de transgredir nada. Porque el poeta se siente arriba de todo y piensa que ya superó los mitos, los tabúes, las leyes, y la lógica misma del orden. [Que el lenguaje ha generado su propia lógica, su propia ley, y en sí el tabú y el mito que se ejerce con sólo trazarse]. Que todas las transgresiones han sido ya instituidas o analizadas al grado de ser reproducidas, incluso, con método y estrategia.

Andrés Cisnegro

 

Argumentan que no estamos en épocas de transgredir nada. Porque el poeta se siente arriba de todo y piensa que ya superó los mitos, los tabúes, las leyes, y la lógica misma del orden. [Que el lenguaje ha generado su propia lógica, su propia ley, y en sí el tabú y el mito que se ejerce con sólo trazarse]. Que todas las transgresiones han sido ya instituidas o analizadas al grado de ser reproducidas, incluso, con método y estrategia.

Aseguran «los que saben», que la transgresión se ha vuelto el virus-antivirus de la sociedad, y que el grueso de ella «transgrede» incluso sin querer, como llano trámite de supervivencia, y que se gestan, más que cambios, la configuración fortificada de la misma estructura, en una especie de adaptación al medio hostil.

Que todo lo que se tiene que decir ya fue dicho, y que ya no se puede transgredir más [porque palabra es acto, y la palabra sin acto es sólo eco]. Sin embargo, pareciera que por acuerdo común dijeron: si no hay nada que transgredir, si nunca hubo nada nuevo bajo el sol, entonces: hablemos suave, tomemos la parte ligera, la bonachona de la historia [las cosas con calma]: reproduzcamos «lo bello» y no seamos «provocadores». Y al otro extremo, algunos pocos [no necesariamente los jóvenes] ante la búsqueda del hallazgo para producir, en vez de cavar y abrir las rejas, hacen alharaca de su encierro, y vuelven el exceso, placebo del límite transgredible y se pierden dentro de la gran fiesta de la opresión [a esto se le podría llamar, recordando a Luis Buñuel, el síndrome de El ángel exterminador].

Están completamente seguros: no hay nada por transgredir, porque nos ganaron «la nota» los poetas malditos en Francia, nos la ganaron los beats en EU, y decidieron nuestros poetas mexicanos hacer de la «tradición» materia para su orfebrería. Ya no son tiempos para que el poeta transgreda, sin embargo la población es transgredida todos los días. La población más vulnerable es violentada. [Según la estadística, los artistas (más aún los poetas) son una minoría vulnerable]. A los poetas más osados sólo les queda hacer alarde de locura. Y el campo de batalla se traslada a un espacio abstracto, subjetivo, lejano de la realidad, donde «amor-lenguaje-dominio» son parte de una guerra ancestral de dioses.

La homogeneidad del mundo nos limita a ser acotadores. Pensar la existencia fuera del confort de los «avances tecnológicos» del hombre, es absurdo. Tan absurdo como saber que a nivel intelectual/emocional no ha habido mayor evolución. La vida es un tabú, al igual que la muerte. Un ejemplo radical: el «sacrificio humano» es punible. La muerte voluntaria es punible. [El plano moral de la conquista española sobre América fue eso; el juicio sobre la muerte: matar en plural (masacrar) para que no se ejerciera el sacrificio como práctica ritual].

En pleno 2014, en secreto [o en hecatombe: la era de las fosas] los ejecutores del poder rompen la ley, en obediencia a una ley mayor. La ley suprema [la de su religión o de su interés] puede transgredir la ley menor [bajo la que vive la mayoría gobernada]. Su lógica: lo supremo es lo que prevalece. Lo que rige la realidad son los valores de quien determina quién vive y quién muere, que son el paradigma de acción. Una vez que un sistema de ideas se sobrepone a otro, una vez “superado-destruido” ese primer sistema ideológico, se asumirá un «lugar inhabitable” y su escala de valores, quedará reducida a folclor ritual. A teatralidad y ceremonia performática.

Para ellos [los poseedores del conocimiento y los ejecutores del plan maestro] las transgresiones han sido ya realizadas, porque lograron dominar el orbe donde las diversas culturas [y su evolución] fueron aplastadas y viven recluidas, confinadas a lugares inaccesibles. Y han sido satanizadas. El valor de lo que es o no transgresión está en manos de ellos; y cada sociedad que tocan: la absorben y la ocupan para rebustecer su sistema de autodefensa. Se vacunan, se vuelven inmunes a esa “otra humanidad” y la nulifican, sumándola.

Por eso algunos poetas deciden ejercer la transgresión en torno al culto, y traen al poema dioses de otras culturas, para romper ese halo centralista en torno a una realidad monoteísta. Visto desde la perspectiva multicultural, la transgresión [de modo inconciente o no] es moneda de cambio. Si no se tiene claridad de las diferencias, el simple roce de apreciaciones, vuelve el trato cotidiano en agresión o rechazo, y la “transgresión” corre el riesgo de adquirir una denotación de “violencia/negativa: destrucción», y cualquier valor asociado al daño de lo uno sobre lo otro.

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La transgresión es romper un parámetro establecido: de modo funcional o no [si lo pensamos desde la perspectiva de los afectos, léase Spinoza], y dicha intromisión, corresponde a una utilidad de equilibrio. Es decir, cuántas veces un organismo [un ser humano] vive en una sociedad poco apta para él, en condiciones de vida que no le son propicias, sea por la alimentación, por la cultura, el género, o la ideología; ese hábitat transgrede su naturaleza. Lo que parece una transgresión para el equilibrio de la unidad del individuo, será, en la medida que lo asimile su organismo, potencia para el agente dominante. Así mismo, un estímulo para adecuarse metabólicamente al sistema de esos suministros. Es decir, “la transgresión” al cúmulo de valores vitales de dicho individuo, es un balance para el sistema transgresor.

Sin embargo, lo poético tiende a estar delineado por un solo estrecho ojo de calidad (catalejo canónico), que se vincula metódicamente a sistemas derivados de otras épocas, condiciones, necesidades, geografías, etc., y que por ende, resulta [muchas veces] inoperante, o simplemente disociado a la práctica poética particular del sitio, en contraposición de la generalidad teórica del panóptico poético que se ejerce como «natural»; los preceptos se vuelven contradictorios, porque las intenciones se ven supeditadas a estructuras rítmicas, sonoras o rituales, ajenas a su sentido y realidad.

Estas disociaciones tienden a ser apuntadas como ripios o dislocaciones, heterodoxias, “incongruencias”, enfermedades del habla: locura de la insignificancia. O de lo insignificante, de lo designificado. Esta es una guerra que hace más vigente que nunca el reto transgresivo de la poesía, contrario a lo que se argumenta, pero también la necesidad de que el soporte ontológico de la estética ejercida sea sólido. Esta guerra está en el campo de los especialistas, de lo peculiar, de lo casi imperceptible; se encuentra en el campo de batalla de la partitura: en la hechura del poema; la edificación del poeta. Pero también es perceptible para el gran público, lector siempre anhelante de ser sorprendido, y con la extraña disposición de ser «transgredido»; “por su bien” [asume] y no para su degeneración o devastación, para su aniquilamiento [como sucede normalmente por los medios masivos y el mundo del espectáculo / que también incluye cierto tipo de libros], sino para su supervivencia. La masa lectora es un tabú por romperse. Y el lector es un revolucionario latente. O dicho de otro modo, la (re)volución a veces es entorpecida por la ignorancia, y no hay transgresión más profunda, que la del aprendizaje [o el conocimiento].

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La locura es una transgresión definida desde la perspectiva psiquiátrica, psicológica, aunque es desde la política desde dónde se define el encuadre con el cuál se catologa cierta estructura o desorden mental, como una amenaza de “salud pública”, siendo este enfoque con el que las políticas de Estado tienden a ejercer el control para la sociedad en su conjunto, a través de la legitimación de la OMS. Epidemias, el mito del “zombi” [influenza] como un mal contagioso, imparable, y así, por su similitud con el lenguaje, vuelve a la literatura un símil elemental de riesgo de contagio ideológico, para justificar los márgenes carcelarios por una supuesta salud pública.

Sin embargo, es el carácter político-religioso de las naciones, o mejor dicho, de los organismos mundiales que hacen acuerdos para dirigir las naciones, los que determinan cuáles posturas [y cuáles no] son de carácter transgresivo-asimilable o carácter-absoluto-destructivo. ¿Su perilla de control? : el miedo, sujeto a los arquetipos y patologías; comportamientos predeterminados [trasminados sociogenéticamente].

Es el miedo el eje fundamental para determinar «lo transgredible». Saber tu miedo es también dominar/conocer tus deseos. El binomio miedo/deseo funciona como raíz volitiva; tus deseos delatarán tu apetito. De tal modo, las premisas de Huxley y de Orwell [más prototípicas que deconstructivas], más que encontradas, cazan muy naturalmente, y dan forma al espectro ficcioso del «claustro psicológico» de la sociedad.

¿Cuál es la vía natural por la que se hereda [se lega] el miedo? Las historias de cuna, las leyendas, los cuentos (que dan fluidez al mercado novelado); y esencialmente lo que escuchamos en casa, que está fundado en mitos y rumores literarios; fantasía, imaginación pura que se desboca en las sombras y en deseos de vivir experiencias sobrenaturales [o trágicas] para salir de lo ordinario.

Por eso es alarmante que la gente en su vida no lea más que la biblia: historias de muerte, venganza y traición. Represión y masoquismo. La biblia seguramente fue el libro de cabecera de Sade, porque ahí se encuentran las tramas más puras de la perversión; los fines más «buenos» para cometer los peores males de forma justificada.

Si lo vemos desde este punto, y con el mito de que todos somos poetas (cosa magna sería pensar que todos somos matemáticos o doctores, por el simple hecho de saber sumar y restar, o de saber que el paracetamol ayuda con los dolores y la manzanilla con el estómago), es fácil saber que porcentualmente la mayoría de los aspirantes a poetas es gente iletrada que pretende ser un iluminado que recibe inspiración divina (figura profética aprendida en sus lecturas infantiles) y que lo que dice es la verdad (deseo/miedo) que se manifiesta a través de su palabra, y así reproduce (con hórrida calidad) un discurso enajenado que se siente seguro de “transgredir” una realidad en donde todos han sido condenados, y él llega para salvarlos de su podredumbre. Este poeta salvador [de corte cristiano] que reclama suplicante que regrese el dios que lo ha abandonado, no alcanza a rasguñar ni siquiera la voz bíblica [que se lee más violenta y descarnada] porque es el “libro de la ley” de muchas religiones que dividen lo justo de lo injusto; lo insano de lo cuerdo. Y por supuesto incita a las más absurdas cacerías de brujas. Porque es la canción de cuna de los niños. El coco, el señor del costal, boogieman, etc. Libro madre de las historias y películas de terror. Base del dominio social.

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La transgresión puede tener una función [al momento de ejercerla], de otro modo, será igual que la poesía sin obras: vacía. Romper límites. Violentar un núcleo. Es alterar un orden para gestar un desencadenamiento de sucesos. El sentido de la poesía es preveer estos sucesos. Darles cauce. De otro modo el «acto transgresor» será únicamente prescrito fracaso.

Transgredir con la poesía es un acto de premeditación. Cercano al fino corte, a la cirugía precisa de un cirujano, que obtendrá el transplante; la corrección de un área, y al mismo tiempo la correcta sutura para que su obra sea también una conclusión estética. Más que un Frankenstein, el acto transgresor en la poesía es el arte de «hacer vida con la vida», y no «muerte con la muerte». El poeta transgresor maneja elementos latentes y no cadáveres. Y transforma con la propia materia la vida, que es siempre un terreno fértil. Lo cual también hace pensar que lo universal puede ser agente de cambio en lo particular, siempre y cuando lo particular no sea parte integral de lo universal. Y aunque se dice hay pocos temas universales, también es cierto que en la poesía se manejan por lo general pocos temas secundarios. Regularmente se limita a reproducir, por ejemplo, en la poesía pseudo erótica, las posturas de la pornografía convencional. O las fantasías masculinas por excelencia. El erotismo es la clara muestra de que la imaginación puede ser muy corta. El kamasutra se sigue erigiendo como el gran manual que pocos conocen y pocos practican. Y al final, las «transgresiones» no son sino desinformadas formas de vulgarizar el acto sexual, que incluso en su modo más tradicional, rompe más esquemas.

Las parafilias como una «cumbre» del morbo pueden ser ejemplo de un modelo para entender cómo se transfigura en vez de transgredir. Cómo se encumbra una malformación, o un defecto, antes de atenderlo, o entenderlo; deletrearlo. Es querer correr sin saber caminar. El poeta que se aventura a transgredir (sea cual sea el tema) sin un plan bien constituido, está condenado a sólo romper, para luego constituir con más fuerza el núcleo al que ha violentado. Destruir sin construir es obsequiar al «muro» una cicatriz más para su fortaleza.

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Por poner dos ejemplos de vanguardias mexicanas de reciente estudio, que han querido aportar mediante su transgresión poética nuevas formas de versar, vale la pena reflexionar en torno al infrarrealismo (1975) y el poeticismo (1953). El infrarrealismo fue un suceso transgresivo tanto en el fenómeno sociopoético [una actitud que emana en cierto porcentaje (digamos 50%) de poetas nacidos en los años 50 y 60] como en la constitución formal del «movimiento infrarrealista». El otro 50% de la población de poetas integró también «el hábitat vulgar del habla» al corpus poemático, para darle un sentido más coloquial a sus perfiles clásicos.

Sin embargo «los infrarrealistas fenoménicos» [que no pertenecen al movimiento infrarrealista en sí] son de carácter más destructivo, y en la mayoría de las ocasiones, sin un plan constructivo, lo que los deja a expensas del cauce general de los sucesos «históricos-culturales», y no les permite tomar un lugar sólido para enunciar un discurso crítico. Su transgresión es fallida en tanto que desordena, pero no conforma nuevas lindes.

No es el caso general del infrarrealismo, puesto que existe el Infrarrealismo «manifiesto»; el cual un grupo de poetas tuvo el acierto de definir, o redefinir con ciertos lindes y cauces, y con un plan general de acción, aunque sin un fin definido, concretamente, sí una prospectiva (que no se especifica, en tanto que es plural), pero no una definición total. Eso es una diáspora que se determinará en una potencial definición de «transgresiones», cosa que puede ponerse a prueba en cada uno de sus «auctores» [dicho al modo de Saúl Ibargoyen], y que bien puede decirse, se les aplique un test de congruencia, por tanto, una lectura est-ética; el balance no debe caer en una rigidez comprobativa, sino en un análisis del desplazamiento y cómo se cumple la intención y se coteja ésta con los planos de realidad. Así, con la siguiente lista de nombres [José Rosas Ribeyro, Mario Santiago Papasquiaro, Roberto Bolaño, Edgar Artaud Jarry, Víctor Monjarás Ruiz, Jorge Hernández Piel Divina, Pedro Damián Bautista, Ramón Méndez Estrada, Rubén Medina, Mara Larrosa, José Peguero, Rafael Catana, Cuauhtémoc Méndez, Bruno Montané Krebs, Claudia Kerik, Óscar Altamirano, María Guadalupe Ochoa Ávila, Juan Esteban Harrington, Mario Raúl Guzmán, incluidos en Perros habitados por las voces del desierto. Poesía infrarrelista entre dos siglos, Aldvs, 2014] podemos buscar su obra, y aplicarles este sondeo. Ahí veremos hasta dónde alcanzó la transgresión su tono más alto.

Por lo dicho, podemos ver que la transgresión poética no es un acto estético que pueda medirse con una lectura, sino que debe tener una lectura primera, y luego una expectativa que tendrá que someter a la observación al poeta, hasta que tiempo después pueda realizarse una segunda lectura, para ver hasta qué punto su estructura lingüística logró trascender en su estructura fáctica. ¿Por qué pensarlo de este modo? Porque de otro modo la transgresión sólo es una acción deformativa que devualará la «intensión» antes que transformar/trastocar (etc.) el núcleo intervenido. Es una especie de citología poética. En donde las células se vuelven llana enfermedad que derivará en destruir el cuerpo mayor, o en simplemente vacunarlo. O que logrará vincularse con las otras células para transformar la estructura general.

No hay religación, porque todo está ligado. Es un hecho. De este modo, la poética es función de lenguaje, en tanto que es un acto. El lenguaje es la suma: el cúmulo de actos ordenados. Si el desorden del lenguaje es un sin-sentido, lo actos que subyacen en el mismo, tendrán por resultado «un sin-sentido». Y el sin-sentido toma el cauce del orden general.

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Otro ejemplo, es el caso de los Poeticistas, donde la transgresión era el objetivo de hacer de la poesía un discurso «unívoco», con lo cual no sólo atacaban el surrealismo dominante (o neomistisismo onírico), sino que tenía un plan de acción basado en la metáfora como un médium para transformar «una realidad» en «la realidad deseada». Era una especie de lámpara de los deseos.

Uno de los conflictos que enfrentó fue: que si «la realidad deseada» quedaba sólo en el poema seguía siendo una fantasía. Una ficción (o fixión). Un zurcido que remendaba la página, pero no los órganos. Por ello la pronta disolución del grupo [Eduardo Lizalde, Marco Antonio Montes de Oca, Arturo González Cosío y Enrique González Rojo Arthur], que derivó en obras particulares, de alta manufactura y profunda apuesta filosófica [y que a su vez se volvieron tutelares de otras generaciones] y que a lo largo de los años, bien se ha creado un corpus significativo para leer desde la perspectiva est-ética a estos cuatro poetas. Qué en realidad querían concretar las metáforas; y cómo esa transformación puede verse manifiesta en la obra tangible de los poeticistas, es algo que a sesenta años de este movimiento podemos analizar.

Es emocionante, doloroso, desafiante, el reto del poeta. Es una situación de vida y muerte, por decirlo de un modo dramático. Es un acto vertiginoso para el lector agudo esta perspectiva, que en mucho, nos hará comprender hasta qué punto «hay cambios» en los sensores del encefalograma histórico de la poesía (partitura general del humano). Por supuesto, esta lectura tendrá que tener como eje el núcleo en torno al cuál se gesta. Porque en la citología, el límite, es el principio de la materia. Transgredir, en el caso del poeta, es el reto de lograr una obra mayor, para hacer un mínimo cambio en el cauce general de los sucesos y de la cultura.

 

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