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TEATRO DE PROFETA Y SU DOBLE




Primero debo reconocer que necesito asistencia. En mi mapa imaginativo mental
constantemente me veo disminuido. Al comienzo, es una escena causante de cierta
lástima, hasta pavor o crisis de certeza. Salud física e intelectual son las banderas.

La convivencia e inserción sana con los demás le cuesta un esfuerzo sobrehumano
a mi dispersión o desparrame al infortunio ajeno que aprecia. Miro expectante,
empero se cuela bruma en mis globos oculares mientras parpadeo.

El repertorio de muecas que manejo dan pausa a la reflexión, se sabe que atisbos
comunico, pero casi nadie lo entiende. Sin más preámbulos uno de nueve cuidantes
trajo un libro, un grimorio exactamente, con las fórmulas y hechizos para que se me
desarrolle la parte izquierda del cerebro, ambas extremidades, cartílagos, la médula.
Soy oráculo importante para un líder que tiene su fe, reacia, en mí.

Hace siete lapsos consideraron la magia una real opción para mantenerme con vida
pues catorce cálculos dicen cesaré máximo, ya. Razonable descartar cualquier cura
inmediata, atrás apenas hirvieron tres gatos para extraerles glándulas y huesos que
molidos untan como sémola de papilla sobre mi calva de magnífico adivino. Sin pelo
alguno en la masa corpórea, flácido albino menos el ano rojo.

Al vivir en un espacio lo estampamos. Los textos místicos están signados por varios
demiurgos destacados, también. Tras no mucho hubo un hundimiento, del que se
rescató sabiduría marcada en tablas, de tal pasaje determinado, del cual manaba
un poder alcalino, de piedra, nuclear por antonomasia, difícil explicar, lapidaria en
longitud su radiación directa, que me hizo más enclenque y vomitivo espíritu.

Escupía babeando sin parar. Milagrosa la Luna siguiente, contigua, que me curó el
colapso. Las tablillas fueron resguardadas en el templo. Secuelas de viento por las
venas hicieron coágulos, purificados con puntillas afiladas. Me resolvió el problema
de vaticinar, drenó el crúor empañante a las paredes empapadas. Auguré una fiesta,
un accidente. Festejó el mísero y el matemático, los alquimistas.

Me salvaguardaron, bien atendido.
El magnetismo fue tanto que perecieron diversas visitas y completa la servidumbre.
Los hombres que se encargan de moverme sucumbieron fulminados. El rayo allí
plasmado no sólo auxilia sino eleva e impulsa hacia lo alto.

Morir no sería más extraño que ser yo. Sé acerca del compendio erudito miniatura,
en una biblioteca infinita, recóndito a modo y usanza monacal, trae un poema muy
bello. Antiquísima forma de activación por sonido. Un bardo viejo e inmortal según
lenguas bípedas conoce cierto fragmento clave, ese mismo, fue leído al ciego buitre
acomodador, leproso en su lecho. Él lo escuchó; guardó harmonía en su cabeza.
Ahora lo recita para mí. Quieren acarrear de vuelta el soplo al adefesio.

Floto en letargo y algo me arroja dentro. Luego, algarabía descargada en una orgía
con efebos, vampiros lesbos y mujeres a oleadas entintas carmesí.

No sé cuánto más dure mi chispa, los escritos de poder son limitados en su apoyo,
socorro, servicio… Autoayuda, esa es la palabra, he ahí la situación. Comprendo
poco a estas alturas, esta testa o cabeza que asexuada carece de facciones cultas
cae. Mis propios adictos me tomaban la cabellera en plena matanza.

Epílogo


Creía en la vil rebelión, su fuerza, le quedaba escaso tiempo a la mía, prácticamente
agotada. Espasmos permitieron predecir cosas balbuceadas. Sacar a la luz lo que
se acostumbraba conservar secreto. Vulgaridad a tope, disociación en aleación.


Echarse a volar al cielo
al frenesí del paroxismo
en confluencia.


La policía táctica me degolló en las letrinas del palacio, como sacrificio en represalia
al deceso del sumo maestro en la centella inesperada, tórrida noche, bajo un intenso
fluir de morada sangre y acres excrementos.

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