Reseña Como gato mirando un pájaro
de Claudia Hernández De Valle-Arizpe
Por Daniella Blejer
“Tenías menos de un año cuando tu padre te golpeó y te tuvieron que entablillar la espalda. Yo a ese abuelo nunca lo quise”. Con esa forma tan memorable de introducir la historia comienza la primera novela de la poeta Claudia Hernández de Valle-Arizpe, Como gato mirando un pájaro (2025) editada por Trajín. Me atrapó desde el inicio.
Esas son las palabras de Beatriz, uno de los personajes principales de la novela, quien a través de una exploración de la figura paterna busca entender aspectos de su propia identidad. El comienzo marca el tono, una postura reflexiva que recuerda al lector que los padres también fueron hijos y que dicha experiencia forjó su forma de ejercer la paternidad.
La mirada humana acompaña al relato polifónico compuesto de las perspectivas de Beatriz, Iván y Fabio, personajes que tratan de seguir con sus vidas mientras que la demencia vascular de Fabio, progresiva e incurable, “lo condena a la inutilidad, a la pérdida de la dignidad, porque qué dignidad puede tener quien no sabe qué espacio y tiempo ocupa”. Las vidas no solo se ven interferidas por la enfermedad, también por la violencia de los parajes donde transcurre la trama: Ciudad de México y Santo Domingo. Dice Iván: “ayer violaron y mataron a una mujer de ochenta años. Encontraron su cadáver entre matorrales al pie de la carretera. Hace quince días asesinaron a golpes a otra más… Ya están apareciendo decapitados”. Aunque habla de República Dominicana, lo mismo podría decirse de México, el signo de la violencia compartida en América Latina.
Escrita en clave de autoficción, las voces de los personajes fluyen mediante una prosa ágil y conectada a la oralidad. La novela tiene una carga de momentos dolorosos, como cuando Fabio, pasado de copas, disminuye a una joven Beatriz por su primera publicación: “¿A ver, a ver, para qué sirve este pinche libro? ¿Tú crees, Beatriz, ya en serio, que tiene alguna importancia? ¿Quién crees que lo va a leer? ¿Sabes lo que hice? Mandé comprar dos cajas con ejemplares de tu libro, ¿y sabes para qué? Para tirarlos al río, ¡al pinche río de mi pueblo!”. También hay momentos luminosos, pues a pesar de la agresión pasada, la hija no se da por vencida. En un esfuerzo por encontrarse con el padre, ella le comparte su último libro. Fabio, pese a la demencia, se entusiasma con la poesía de su hija.
Entre lo doloroso de la narración, el humor, por fortuna, no está ausente. Me ha hecho reír Iván cuando dice con ironía: “En una avenida oscura de Río de Janeiro me fui de bruces en tremendo agujero. La gente en la parada de autobús se conmovió mientras Beatriz me insultaba. Por supuesto no me tiende la mano, no me ayuda a levantar, no me pregunta si me lastimé y se va por delante furiosa. Pasado el susto: ¿Te duele Iván? Júramelo, prométeme que de ahora en adelante te vas a fijar por donde caminas”.
A la saga familiar donde también aparece la madre, los hermanos y la hija de Beatriz, se suma una hibridación de géneros que proporciona otras dimensiones a la novela. Por un lado, el impulso cronista que recorre la trama para contar el pasado priista de México con sus tiranos y sus héroes, la dupla de mujeres de la farándula con los prohombres de la política, el progreso y el subdesarrollo, los temblores e incendios de la Ciudad de México, y la fuerte presencia del sincretismo de lo indígena con lo español. Por otro lado, la búsqueda del padre, metafórica y literal –pues este se ha extraviado– nos lleva a recorrer, a manera de la novela negra, las abandonadas calles del Centro, los callejones peligrosos, los moteles y bares de malamuerte. Por último, la trama de la novela está interferida por la lista de las “cosas sórdidas” de Sei Shonagon, hija de un poeta que “piensa que no está obligada a desplegar talento en la confección de versos”. La aparición de la escritora japonesa que vivió en el siglo X en los sueños de Beatriz y en las fantasías de Iván –quien se pregunta: “¿Podré posar mi cabeza en las piernas desnudas de mi mujer mientras escuchamos la respiración de Shonagon a nuestro lado?” –contribuye a señalar la diferencia, pero también el diálogo que hay entre poesía y narración, exploración que interesa a esta poeta, quien ahora también ha demostrado su gran talento para la novela.
Semblanza
Claudia Hernández de Valle Arizpe (Ciudad de México, 19 de junio de 1963). Es una poeta y ensayista mexicana. Ha publicado catorce libros de poesía, uno de narrativa y seis de ensayo, tres de ellos en coautoría. Poemas suyos aparecen en antologías de México y del extranjero.
Es licenciada en lenguas y literatura hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Tiene publicados doce libros de poesía y cinco de ensayo (tres de estos últimos en coautoría). En 1997 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta por su libro Deshielo.[1] Poemas suyos aparecen en antologías de México y del extranjero, y han sido traducidos al inglés, francés, neerlandés y chino mandarín, entre otros idiomas. Por Perros muy azules,[2] con ediciones en República Dominicana (Ministerio de Cultura) y México (Ediciones Era) obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía Jaime Sabines para Obra Publicada 2010.[3] Ganó el VII Certamen Internacional Sor Juana Inés de la Cruz 2015, en poesía, por A salvo de la destrucción.[4] Ha sido tutora de Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) en poesía y Coordinadora Cultural de La Casa del Poeta “Ramón López Velarde” en la Ciudad de México. Ha sido miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte (en dos períodos) y maestra en varios centros académicos.