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Poesía de Sebastián Montiel






EL RECHAZADO

1

Han pasado los años
en la penetrante incomprensión
de las sombras del rechazo
que atormentan al corazón.

No sé si cargo con la culpa
como un recién nacido
que no se escapa de mis brazos
por ser un paralítico.

Pudiendo agradar
con un coqueteo
a las chicas de la ciudad
que transitan
entre sus laberintos,
y no es así
—lo confieso—;
sólo la nada me sigue.
Me siento
como un vagabundo
que pide limosna sin ganarse un centavo,
a pesar de recorrer grandes distancias.

Por más que quiero una pizca de su atención,
esparcirles la simiente de la amistad,
pasarla bien como cualquier joven lo hace,
en la hilera de las conversaciones,
andando entre restaurantes y antros
y luego entretejer
la cohesión amorosa, si se da.

Quiero cambiar a todas,
una por una,
pero en vano podré,
porque no soy oferta de carteras llenas,
no tengo un cuerpo de gimnasta
para viralizarlo en redes sociales
o ser su guardaespaldas;
soy aquel que necesita ser escuchado
como un manifestante.

¡Que me siga, si alguien quiere!
Y estaré siempre
aguardando con una mano tendida.

2

Si pudiera vadear al rechazo
de corrientes agitadas
que en contraflujo
turban en tribulación
de miradas extrañas
como pirañas.

La diaria costumbre
me hace oír enardecido
desde su fonógrafo,
las acechantes y lacerantes
voces callejeras dicen
que sigo siendo como un niño
apaciguado en una dependencia absoluta.
Eso, ¿me importa?

Ando libre,
como un peregrino fascinante;
no soy un enfermo,
un decrépito, o un idiota
que sólo la nada hace.

¡Sólo mírenme!
No soy un extraño.

¡Salúdenme!
¿Por qué me lamentan? Así vivo y me amo.

3

Hace unos años,
en la escuela,
el rechazo se esparcía por los salones de clases,
muchos se hacían a un lado del lugar adonde llegaba,
como pichones asustados.

Creían que era el embustero del colegio
por aquella chica que prestaba su ayuda
como una mano más
para tomar apuntes;
mis manos eran inútiles para hacer lo que yo quisiera,
mi habla en el manso de la lentitud
decía palabra por palabra,
las empoderaban el aburrimiento
que cabalgaba en sus conciencias.

Ella no era la ideal para llevarse conmigo como aliada,
hacía lo que quería,
formaba su asamblea con los compañeros
como una líder de un barrio yacido por las anécdotas mineras,
y a mí me dejaba enganchado al rechazo,
como un solitario marginado;
canturreaba a mi lado
y la química en voz sonora de la maestra
se allanó por un horizonte al no llegar a los oídos.

Estaba harto de ella,
sentía el estrecho paso de un laberinto que se cerraba,
no sabía qué hacer,
si llorar y llorar como un desesperado,
un terror aprisionaba al cuerpo paralítico
hasta la salida de la escuela.

Al llegar a casa pensé en un plan
para buscar la libertad que se encontraba perdida,
mientras contemplaba
el meneo del crepúsculo con sus alas,
pacté con el tiempo,
preparándome para afrontarla al siguiente día.

Ella y yo engendrábamos
una guerra de discusión
en cada cambio de clase;
en el recreo
me negué al lunch que me ofrecía,
discutíamos
como unos infieles amantes;
y los compañeros la defendían
como una tribu emperrada
tratando de expulsarme
con reproches y desprecios,
decían que para ellos sólo era una mierda…

Cargaba el rechazo
como un prisionero;
en los años posteriores
estando en la escuela,
a la salida
me exiliaba
debajo de un tule
sentándome
en la manta del silencio,
apaciguado en un diluvio de lágrimas.

4

Es el rostro de ella,
yacido en lo lejano,
tan distante
que está anclado en recuerdos,
al igual que los rostros de muchas;
cimbraron su rechazo a mi corazón inocente.

No, no he podido,
quizás no lo pueda ser,
sonriente como el día
que siempre me acompaña
por un sendero;

temo enamorarme del rostro de aquella mujer
que pasó a mi lado en una caminata:
de cara hermosa como la luna llena,
de ojos de miel exaltadores,
de cabello castaño con cola de cometa y fleco oleaje;
o de otras que vienen y van
por las aceras de las urbes.
¿Quién soy para sentirme el culpable
de los rostros de muchas
que a cada rato me inquietan?
Ya hubiera tenido una novia
para contemplarla
como las estaciones que pasan:
la lluvia, el deshojeo, lo frío, lo caliente;
con ella tendría una aventura
en el lance amoroso,
la abrigaría como abrigo a mis peluches
antes de ir a dormir.

Pero no hay rostro aquí,
no tengo placeres,
porque ninguna se atreve
a tenerlos con un paralítico;
piensan que soy frágil
como un vidrio que no resiste
o que no sé hacer el amor
como los amparados y firmes caballeros
sin cicatrices.

¡Oh, rostros de muchas que no se fijan del amor del corazón!

El rechazo celebra por todas partes,
cuando la soledad
está enamorada de mí,
y nada más.








MANIFIESTOS

Manifiéstate
con un corno,
y haz caer
densos
manifiestos,
regándolos
a la Tierra:
sus engendros,
sus sombras,
sus memorias,
sus melodías,
sus desolaciones,
sus entierros que pulverizan el olvido.

Manifiéstate,
desde la uña ya cortada,
desde el mar sereno que olean sus ascuas,
desde la justicia de los injustos,
desde una fe en candela y crucifijo,
desde un ciego que contempla con sus oídos,
desde las llagas que asoman en la piel como tragaluces.

Retoma las pancartas del manifiesto
corriendo en las arterias del tiempo;
no pares, no pares
que a los alevosos segundos les vale.

Levanta el asta del manifiesto;
ondea a la muerte,
hazla volar como cóndor,
que se agite su cordura al cosmos
para no sentir su cáustica tristeza.

Manifiéstate desde un sueño,
sigue su lío acechante:
mundo desbordado, ficticio,
que crees y vives;
no despiertes
hasta que sea un caos,
hasta que te levantes besando al susto
en el lecho de la calma.

Por la mirilla del manifiesto:
los embusteros se asoman,
los fumadores se justifican
con el encendedor y el pitillo,
y los pobres acarician su caminata
sin importarles la miseria.

Van y vienen los manifiestos;
se estacionan en todas partes,
rompen silencios,
se destrozan en adyacencias,
vuelan y saltan
de patria en patria.








LOS ALUDIDOS


Los aludidos van por ahí,
convenciendo votos a cambio de promesas;
en la hilera, los afluentes del gentío.

Ellos aman y alaban al dinero como un dios
que los acompaña con sus maletas infladas de compadrazgos,
entre copas de festejos e intercambio de favores

Galopean en sus motines circos de chismes para aferrarse a su puesto,
donde seguidores los elogian con esperanza de ver un milagro cercano y se olvidan de que la tracción los ha retumbado como frágiles peces pudriéndose de miseria.

Estamos cansados de tonterías.
¡Queremos justicia, no bombardeos ambiciosos!,
¡queremos que sean dignos, no que nos indignen…!

Una certeza es clara, sabemos que van a ser los mismos;
aunque salten igual que chapulines o muden de colores,
son camaleones henchidos de hueca vocación.









Sebastián MontIel (México, 1989)

José Sebastián Montiel Rodríguez. Tiene cuadriparesia espástica. Maestro en Administración de Negocios, egresado del Centro Universitario Hidalguense. Es autor de Cataratas del tiempo (Big Bang, 2023). Escribe poesía y narrativa. Ha tomado talleres de escritura con Diego José, Agustín Cadena, Mijail Lamas, por mencionar algunos. De 2012 a 2013 publicó sus poemas en la Revista Principal de Acapulco, Guerrero, en la Revista TN, en Pachuca, Hidalgo. En 2014 participó en la antología de poesía y narrativa del Primer Encuentro de Escritores Hidalguenses CAF.

Sus colaboraciones actuales desde 2023 hasta ahora fueron en la revista Circulo de Poesía de la ciudad de Puebla, además de las revistas Vislumbre, Gatomadre, Blanca Móvil y Aleteo Poético de la Ciudad de Mexico; también en la revista digital Tizayocan en Voces de la ciudad de Tizayuca, Hidalgo, la revista digital Ediciones Mestizas; y la Revista Espejo Humeante (México-Chile).

Actualmente se dedica a trabajar en su siguiente poemario, y a tomar algunos talleres literarios presenciales y en linea.

Venta del ejemplar Cataratas del Tiempo:
https://librosbigbang.com/libro/manifiestos/

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