Un cuento corto
Este es un adolescente, tiene alrededor de quince años, todas las tardes, desde hace ya mucho tiempo, sale a caminar a una unidad deportiva ubicada cerca de su casa. Camina, corre, trota y pierde el tiempo. Su mayor anhelo en cada uno de los paseos es que lo noten, que alguno de los muchachos de su edad que juega en cualquiera de las dos canchas de futbol lo invite a unirse, quiere ser partícipe del juego y no un simple espectador, por lo demás discreto. No claudica, cada tarde su ilusión y su esperanza de jugar, de tener nuevos amigos y nuevos hábitos, se renueva, pero no pasa nada.
Un día, por una de esas cosas que pasan, esas cosas que pasan invariablemente fuera del ámbito deportivo, el muchacho se aflige enormemente. No sabe qué hacer, la costumbre lo hace salir al parque, camina con desanimo, va hacia adelante por mera inercia, se pierde en las inmediaciones de su mente, va pensando en esa cosa que le ha ocurrido, algo le toca las piernas y solo así sale de la profundidad de sus cavilaciones, otro muchacho de su edad pide que le pase la pelota, él lo mira, reflexiona fugazmente, toma la pelota y se la regresa. El otro muchacho lo mira, duda medio segundo y le pregunta si quiere jugar, el muchacho primario duda otra mitad de otro segundo, responde que no y sigue hacia adelante.
El segundo aire
Siendo las seis treinta de la tarde, lejos de casa y con el partido a punto de iniciar, decidió omitir esa suerte de calentamiento que servía de preludio a su más bien irregular trote. Comenzó por atravesar las arboledas del vecindario, avanzando rápidamente un par de cuadras más hasta llegar al malecón de la ciudad; tan pronto tuvo la oportunidad cruzó la avenida para llegar al lado de la playa, zigzagueó entre un Renault y un Golf, entre cláxones y gritos furiosos que no atinó a comprender, en sus oídos sólo se escuchaba la voz de García, me vas a hacer feliz, vas a matarme (…). Una vez cerca del mar apresuró el paso. Tensó sus cordones y apresuró el paso. Avanzaba contraponiéndose al viento, con mínimas gotas mojándole la cara, con el fresco atravesando el algodón de su pecho y el pecho mismo, sintiendo el frío en los pulmones siguió avanzando, tomó fuerza y corrió, avanzó seiscientos metros y volvió a su trote ligero. El pecho estaba más frío y el algodón le formaba un corazón húmedo en el plexo solar, además de manchas informes a lo largo de su espalda.
Transcurridas cuatro canciones, bajó aún más la velocidad hasta comenzar a caminar, avanzó media canción y buscó un rincón seco en su playera para limpiarse el sudor y desempañar los anteojos, no lo encontró. Se colocó los lentes en el cuello de la playera, pues a esas alturas su uso resultaría contraproducente, se sacudió el sudor con las manos, de un lado a otro, y volvió a trotar, continuó así un rato hasta que lo comenzó a sentir: el segundo aire, ése que siempre le duraba diez minutos a media velocidad, que finalizaba junto con i know it´s over, de The Smiths. La temperatura en su pecho había bajado, la humedad sobre su ropa era fresca y familiar, las agujetas seguían tensas y sus piernas se movían solas, avanzó, adelantaba un brazo y la pierna contraria. En otra velocidad sus movimientos habrían sido bellos, su cuerpo adquiría sincronía, la sinergia entre los trenes superior e inferior era casi maquinal. Se movía cual autómata. Terminada la bonanza llegó el punto en que apelaba a su dignidad, los cuádriceps comienzan a endurecerse y siente punzadas en las plantas de los pies, está tentado a reproducir i know it´s over, pero no, sigue corriendo, piensa en prolongar la carrera unos minutos más, dejar, por una vez, la última canción al azar. Sigue corriendo y no sólo eso, aumenta la velocidad, los dolores se van, los empuja el viento, una tras otra canción y la ropa está seca y el pecho, el pecho está casi caliente. El fresco sopla de frente a él, pero parece que lo evade, como si temiera algo de ese pecho y de ese algodón y de esos pulmones. Corre y corre, una, dos, tres, cuatro canciones hasta que el dolor regresa, el endurecimiento otra vez, ahora abarca también los abductores, pero él continúa, aprieta los puños y hasta las nalgas parecen punzarle, pero no se engaña, esas punzadas vienen de mucho más abajo: del arco del pie, cada que éste toca el pavimento siente una punzada, el dolor es constante, sólo se alterna entre un pie y otro. Y de pronto, con extrañeza, comienza otra vez esa sensación que creía haber sentido antes, el segundo aire, que llega, esta vez, sin necesidad de detenerse y caminar, sin tener el pecho helado, habiendo pasado ya casi el doble de tiempo, cuatro canciones, cuatro canciones y el aire vuelve, pero ahora es otro aire, ya no es el mismo aire inocuo que le henchía los ánimos y le bañaba la cara, el aire ya no escapa de él, ahora parece buscarlo, ya no a su pecho, ahora quiere metérsele directo por la boca entreabierta, le roza los labios cosquilleando la piel quebrada y reseca que no alcanza a unirse, y siente un gusto amargo cuando el aire se le mete y pasa por la garganta. El aire le da otra vez fuerza, lo rehabilita del cansancio y de García, sigue corriendo y a cada paso toma fuerza, pero a cada otro la pierde. Y a fin de cuentas se mantiene igual: cansado, en un vaivén de aires y desaires, en un subibaja turbio que lo hace pensar, que lo hace mirar, que lo hace saborear ese aire amargo que sigue entrando e intenta expulsar a bocanadas inútiles y resecas, desalentadoras. Una parte de sí quiere detenerse, pero otra, de momento más fuerte, más digna, pretende continuar y no se rendirá sin luchar, el pecho adquiere nuevamente temperaturas gélidas y la garganta está seca y fría como un hielo, ahora el dolor le ataca los gemelos, se le tensan y continúa, está al borde del calambre, pero sigue, cada pisada le machaca las rodillas, el dolor es insoportable, se rinde pero no disminuye la velocidad, se ha rendido pero sus piernas siguen moviéndose, escupe como queriendo sacar el aire pero se reseca más y el frío le quema la garganta y el aire ya no se le mete, ni se le sale, se ha alojado ahí, en el costado izquierdo de su vientre, escupe más y más, cada vez con menos tino, la boca le babea y el viento le juega una mala pasada, le mueve la saliva al ojo y ahora piensa pero no mira del todo, quiere volver a casa, lavarse la cara y mirar el partido, lucha también por cambiar la dirección, las piernas son fuertes, no puede, no puede; no le es fácil, pero gira a la derecha, siente que los tendones se le tiran y la carne se desgarra, sigue corriendo torpemente, esquiva dos autos que no alcanza a distinguir, tampoco escucha los cláxones ni los insultos, los lentes vuelan y por fin sus piernas se detienen. Oh mother i can feel.
Metida de pata
“A pesar de todo, me parece que cada vez escribo mejor lo que me pasa: lástima que cada vez me vaya peor”
Filisberto Hernandez
Aún recuerdo el calor de aquella noche, cuando te invité, Darío, a verme, ese día estaba mal, bastante mal. No te lo dije, pero la noche anterior vi a Adrián y él me hizo eso, te dije que dormí mal y te lo creíste todito, supongo que en ese entonces confiabas en mí, pero vamos, no te culpo y esto no es reproche. Adrián me ahorcó y quiso meterse en mi cama, te juro que no pasó nada, que no lo permití. Me dijo puta y demás insultos, me trató como a una, pero te juro que no caí como otras veces, tú sabes bien, no tengo necesidad de mentirte. Corrí de mi casa al perro ese, y por fortuna se fue, no sé qué hubiera hecho si no. Por eso te cancelé, fue una mañana horrible y lloré mucho, pero te necesitaba y te pedí disculpas, ven a platicar conmigo, que me tienes muy sola, te dije, pero te llevé a la casa de mi tía Horalia, tenía miedo de que Adrián viniera otra vez y nos encontrara aquí, no quiero ni pensar qué te habría hecho, eras un niño todavía, quizás aún lo seas, no ha pasado tanto tiempo.
Llegaste y después de verme a los ojos me abrazaste por primera vez te lo juro que quise llorar y no sé cómo me contuve, quise besar tu boquita de niño pero también me contuve, me prestaste tu chaqueta de la US Army, ésa que tiene tantas historias y tan pocas lavadas encima. No quiero decir que oliese mal, sabes a lo que me refiero, era un olor a hombre, aunque tú fueses un niño siempre oliste como un hombre… Y casi siempre te comportaste como un hombre, ésa fue la primera vez que bebimos, fue la primera vez en muchas cosas. Fue nuestra primera vez —Jajá, tú me entiendes—. No sé ni a qué hora llegaste, yo quería y pensaba que tomaríamos café con galletas, pero no, quisiste tomar tequila y no sé cómo me convenciste. Nos fuimos en medio del ventarrón que hubo esa vez, dimos varias vueltas para llegar al soriana y perdóname, pero pensaba en Adrián, te conté unas historias de Romina para tratar de distraerme, de cómo me peleé con ella por nuestros signos zodiacales —sabes cómo somos las sagitario, jajá—, te dije que algo estaba mal en mí, que nadie podía quedarse a mi lado demasiado tiempo sin que lo pudriese, comenzaste a reír y me apretaste los hombros, estás loca, dijiste, (aunque ahora probablemente volverías a decir, o al menos pensar que estoy loca con mayor literalidad que en aquel entonces, quizá hasta me darías la razón). Supe que estaba bien al lado tuyo, que aun con tu cuerpo enclenque (me gustaba y aun me gusta, pero tú mismo lo decías, eres un enclenque) podrías defenderme sin dudarlo y que estarías siempre que yo necesitase a alguien.
Entramos al cuarto y pusiste tus pinches canciones jajá, están buenas dije, pero ya quería cambiarlas, después me importó poco, cuando ya estaba medio peda y me dejé llevar, hasta te bailé unas de Spinetta. Qué mamadas, Darío. Pero buenos tiempos, amigo. El rancho escondido pega fuerte y hasta ahora me entero que es de lo más corriente que hay, igual no lo cambiaría por una chivas regal o un Don Julio, eso vale madres.
Puse unas de Alex Lora y otras de Björk, estuvo bien perder la noción del todo, esa noche, por primera vez desde hace algunos años, dejé de pensar en Adrián por un momento y comencé a pensar en ti, lograste ser el centro de mis cavilaciones y me perdí imaginando lo que ambos sabemos imposible, un tú y yo juntos, un tú y yo siendo algo más de lo que somos fuimos y seremos.
No lo pensé, a pesar de todo, creo que se me pegó tu niñería y no pensé en eso, aunque estuviese todo puesto para que pasara, aunque pareciera premeditado, te vuelvo a jurar que no pensaba en eso. Cuando estábamos recostados sobre la terraza, mirando las estrellas en una hora libre de dígitos, mirándonos de vez en cuando y poco a poco acariciándonos, no sé qué pasó, si ya estabas muy pedo o si no querías estar conmigo en ese estado, pero cuando te acaricié la verga que, aunque blanda, ya se notaba ligeramente hinchada dentro de tus jeans pareciste no seguirme mucho el juego, seguiste mirando el cielo y así seguimos, te seguí acariciándote un ratito, pero nada cambiaba, un ligero pálpito apenas perceptible y nada más, nunca se enhestó, hasta volteaste a verme con esa sonrisa que sólo muestras cuando te sabes ridículo, y dijiste, soy un verga muerta, sólo me interesa el dinero que pueda sacarles, además no es un buen momento para que estemos juntos. Como pudiste levantaste tu torso y te acercaste a mí, besaste mis mejillas y después mis orejas, me dijiste te quiero tan tibiamente, me sentí una adolescente por un instante, pero demasiado rápido como para si quiera intentar comprender lo bonito que sentí, volví a mí, pensando que en realidad lo único que quería en ese momento, sólo eso y nada más, era sentirte, tenerte dentro y no fuera, que me dijeras eres mi puta en vez de te quiero, que en lugar de tus labios y mis mejillas sudadas, fuesen nuestras lenguas húmedas las que entablaran el contacto entre nosotros. Pero qué se le va a hacer, Darío, si tú mismo me dijiste tantas veces que las cosas rara vez pasan como queremos, que la vida es un quiero y no puedo interminable, y ahí fui yo la que te dijo estás loco y te apretó el hombro. Pero bueno, como te dije, esa fue nuestra primera vez, la primera vez que nos dijimos te quiero, la primera vez que vomitamos el piso, que miramos una película juntos, la primera y la última vez que hicimos algo. Todo lo demás fue vacuo, lo intenté y sé que lo intentaste, pero la realidad nos pegó desde el primer beso que me diste en la mejilla, desde que tus labios se acercaron a mi rostro y eligieron mis pómulos y no mi boca, desde ese momento supimos, quizá ni siquiera tan en el fondo, que ésa era nuestra oportunidad y se había ido, es por eso que recuerdo tanto aquella noche, la última noche que no pensé en Adrián.