Por Jos Hernández
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¿Por qué escribir? El intento de resolver esta pregunta se ha convertido en todo lo contrario: una explicación de por qué no escribir, o al menos, por qué no publicar. Lo cierto es que razones para escribir hay tantas como escritores en el mundo. Cada escritor tiene su porqué, pues de no tenerlo, de faltarle una justificación, tendría que renunciar a su escritura, su actividad le sobrevendría vacía, sin sentido.
Cueste admitirlo o no, hay quien escribe para volverse famoso, vender muchos libros y cuando no hacerse rico sí vivir u obtener ganancias de sus creaciones. Todo esto forma parte de su sueño literario. Las estadísticas nos resultan desfavorables, indican lo complicado que sería introducirse dada la vasta competencia del mundo editorial y del mercado. Anhelar la gloria volvería a su sueño literario una pesadilla. Juan Carlos Onetti, considerado el primer existencialista de la literatura latinoamericana, tenía la convicción de que él escribía para sí mismo. Dudo de esta afirmación: aun si viviéramos en mitad del bosque el acto de escribir es evidencia de que poseemos un lenguaje, y si tenemos un lenguaje es porque lo aprendimos, es decir, hubo Otro que nos lo enseñó. Aún si un náufrago en la soledad de su isla se pusiera a escribir, tendría siempre en mente la posibilidad de que alguien algún día encontrara sus páginas.
En qué medida nos afecte la opinión de un hipotético público, creo que ahí radica la cuestión. Aquí es donde aparece el segundo tipo de escritor, al que la gloria le es un mero accesorio de su labor. Son escritores resignados, en plena conciencia de sus desventajas, escribiendo en silencio y, podría decirse que casi, para ellos mismos. “El escritor es un atleta de la derrota”, nos dice en Simone Eduardo Lalo. Resalto que no menciona la palabra artista, sino atleta, como si escribir fuera más entrenamiento, técnica y resistencia que talento. El mercado editorial es una competencia, pero ya lo dijo Borges “la meta es el olvido”.
Jos Hernández, admirador de la música de Vivaldi y el cine de Quentin Tarantino. Padece cierta fascinación por los relámpagos, las noches lúgubres, los órganos eclesiásticos y las máquinas de escribir. Sostiene que toda actividad literaria es paralela al sueño y a los juegos infantiles. Su escritura es inconstante, ejercida como una grave contradicción, pues posee los motivos suficientes para escribir como para dejar de hacerlo.