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El sueño literario (Parte 1)

 

Por Jos Hernández

 

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Cuando a Roberto Bolaño, en una entrevista hecha por Cristián Warken para su programa televisivo La belleza de pensar, se le pregunta por qué escribir una novela de 600 páginas ―esta novela es Los detectives salvajes― en un mundo cada vez más rápido, habitado por personas que leen cada vez menos, él, Bolaño, contraataca con una interrogante aún de mayor calibre: “En realidad es una muy buena pregunta, pero la respuesta englobaría también al cuento y a la poesía: ¿por qué escribir, por qué escribir una novela larga, por qué escribir un cuento, por qué escribir más sonetos?”. Kafka, desde su siglo, ya clasificaba y condenaba este tipo de preguntas. De ellas solía decir que “han dormido bien en los infiernos; ¿por qué sacarlas a la luz del día?”. Y es que esta pregunta de Roberto Bolaño es de largo alcance, una pregunta maldita, tan honda como incómoda: rebasa al autor mismo ―quien en la entrevista, cabe decir, no sabe responderla―, va más allá del público, del entrevistador, y no limitándose a aturdir su auditorio, la pregunta detona en los oídos de todos los poetas de la esfera terrestre ¿Por qué escribir más sonetos? Es algo que los tortura, que no los deja dormir. No sólo a ellos, también a cuentistas, a novelistas, a narradores en general, a los prosistas y a los versistas no nacidos, aquellos que han de escribir en el futuro.

Preguntas de esta clase habitan dormidas en lo profundo de cada escritor, en ese núcleo casi inaccesible que los conforma. Así como ocurre con el código de una computadora, de llegar hasta él y ser tocado ―es decir, de preguntarle al escritor por qué escribe― hay el riesgo de modificarlo, de meter mano donde no, de alterar su orden natural, de echar a perder todo el sistema. No es común que un escritor se cuestione sobre su propio ejercicio de contar historias, de acomodar palabras. Se pregunta, por ejemplo, sobre el argumento de sus escritos, bajo qué estructura pueden contarse, quiénes serán los personajes y en qué enredos han de meterse, cómo van a solucionarlos, si es que van a solucionarlos. Puede preguntarse todo lo anterior, pero no se pregunta el porqué de su escritura. De hacerlo, es seguro que el escritor no sepa responder inmediatamente y quede en un prolongado mutismo reflexivo.

 

Jos Hernández, admirador de la música de Vivaldi y el cine de Quentin Tarantino. Padece cierta fascinación por los relámpagos, las noches lúgubres, los órganos eclesiásticos y las máquinas de escribir. Sostiene que toda actividad literaria es paralela al sueño y a los juegos infantiles. Su escritura es inconstante, ejercida como una grave contradicción, pues posee los motivos suficientes para escribir como para dejar de hacerlo.

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