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Dossier: Saúl Ibargoyen (II)

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La revista realiza este pequeño reconocimiento a Saúl Ibargoyen, mas allá de su reconocida valía creativa, como poeta, narrador, ensayista y crítico social, Asimismo, pues fue un colaborador constante con nuestra publicación, nos acompañó como traductor de poemas del portugués, la entrega de poemas de su propia creación, a lo largo de estos 30 años y la colaboración de enlace con escritores de diferentes partes de nuestro continente.., Fue y es parte activa de la difusión literaria de Blanco Móvil .

Eduardo Mosches

 

 

VOZ INCESANTE EN LA PLUMA DE OTROS

 

Atisbaremos aquí algunas palabras sobre la palabra de Saúl Ibargoyen. Ensayos que sobre la obra del maestro fueron presentados en diversos foros. Iniciamos con algunos fragmentos de  la presentación que Ulises Paniagua, también discípulo del escriba uruguayo, hizo del libro “El escriba de pie”, en julio de 2013, y que nos muestra el impacto que la palabra de Saúl Ibargoyen origina en el lector desde la perspectiva filosófica abordando, también, la belleza de la fealdad en la obra ibargoyeana:

 

SOBRE EL ESCRIBA DE PIE Y OTROS VERSOS IMAGINADOS

Ulises Paniagua

2 de julio del 2013

 

La literatura latinoamericana de finales del siglo XX y principios del siglo XXI no puede explicarse sin la presencia poética y narrativa de Saúl Ibargoyen (aunque a algunos les pese); y en especial, no puede comprenderse sin los escribas, los bichos, los pelos y las salivas que el autor integra en su obra completa; y en particular en este poemario, que debe considerarse imprescindible para cualquier estudioso o franco lector de poesía. Los versos de Ibargoyen se atraen y complementan en la más fantástica de las entropías dentro de sus páginas.

Hay libros que dejan precedente, libros que se constituyen en símbolos, en estandartes de una causa, una idea, un desasosiego. El escriba de pie es uno de esos libros. Ignorarlo implicaría traicionar la contemporaneidad de las letras. Adentrarse en él, es internarse a la fascinación que produce leer los mejores sonetos de Quevedo, o contemplar los cuadros de Rembrandt o Gironella; sin  deslindarse de los tremendos claroscuros que podemos encontrar en la meditación interior a través de la poesía sufí, o sufí. Como referencia, acudamos al inicio de El escriba de pie:

No yo no soy el escriba ni el pintor / yo no soy el que manda en las palabras  / Mi nombre no fue encerrado en tinta mortal / mi nombre nunca fue borrado de la tierra.

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Hay tres referentes principales que constituyen el barro de estas letras. El primero, la inmensa carga espiritual en versos como: su puro nombre de paloma / nada tiene de canto… porque el nombre de paloma / nunca fue escrito aquí/  ni palabra alguna lo escribió… La más pura mística oriental.

El segundo, el cuestionamiento social en pasajes como éste: nunca he conocido…/ ni corrupción de desdentados funcionarios/ ni culpas de sacerdotes/ ni crímenes de estado / ni balanzas fraudulentas/ ni orinadas túnicas de rey… El grito rebelde de un librepensador en contra de las tiranías.

Finalmente, el planteamiento existencialista, al  más puro estilo de Sartre o de Simone de Beauvoir, al confesar: No soy el responsable / de que los astros tuvieran / vómitos de humo y fuego negro / ni de que la noche encerrara al mundo…/ No soy el escriba / ni sentado / ni en cuclillas / apenas balbuceante / apenas de pie. / Simplemente no pude mentir.

Una extraña concatenación de filosofías y conceptos, sin duda, las que se encuentran en la alquimia de Ibargoyen; pero en la profundidad y en la contradicción radica el encanto de su poesía. Por supuesto, la voz poética, este misterioso amanuense que se interna en el manejo de los elementos mencionados, integra a su propuesta otras tres virtudes, indispensables en los grandes poetas universales: la sinceridad, el oficio y el ritmo. La poesía de Saúl Ibargoyen nos remite de inmediato a esa honesta musicalidad del lenguaje, a ese canto acompasado que se gesta desde las hermanas tierras sudamericanas. Pocos como él para manejar el ritmo, un ritmo natural, una música libre y sin artificios.

También es importante destacar, en su obra, la eterna búsqueda del feísmo. Así podemos optar por llamarlo. No se trata de una fealdad burda, desafortunada; sino de la fealdad que permea su belleza a través de las más filosas pero perfectas espinas. Hablar de la estética de la espina, de la saliva, de lo pútrido que, en su oscura aparición, pertenece a la equilibrada maquinaria de la naturaleza y a la relación armónica de la vida y la descomposición: sarna de granito, vacas de basalto y pellejos partidos, chacales que fornican entre hierbas, espeso hilo de baba de araña, humo en coagulación; poros y pelos y gases y párpados son sólo algunas de las metáforas e imágenes que el poeta construye sobre esta línea.

Ibargoyen comprende y admira, con mirada científica, incluso, la muerte de todo aquello que perece. De lo que perece de forma natural, desde luego, porque, este combativo escriba se muestra firme en la lucha infatigable para derrocar las vanidades de los emperadores y la futilidad del poder que corrompe y aniquila al mundo; y sobre todo, se erige valiente contra el hambre y el exterminio globalizado, que nada comparten con la idea de la descomposición y las causas que rigen la vida y la muerte cotidianas en el planeta. En este sentido, se cuestiona en muchos versos, esta voz poética, el salvaje comportamiento de seres egoístas y asesinos. Ideas que se han forjado, sin duda, siguiendo las líneas de uno de sus autores favoritos, el Conde de Lautréamont.

Y el escriba, que nunca supo mentir, afinca su estilo en la preocupación perpetua de Lautréamont  de buscar en el hombre mayores virtudes, ajenas a los procesos dictatoriales, a la tortura, a los verdugos de hinchadas cuentas bancarias: ¿Qué poderes se alojan/ en el verbo poder?, nos dice la voz poética, ¿Alguien podrá respirar…/la ácida turbulencia del mundo?/ ¿Podrá multiplicar sus rentas de aire?/ ¿calcular las sumas de su estiércol?

El escriba de pie y otros poemas es un libro completo, redondo, que visita los confines de la entropía física, metafísica y social. Un viaje al microcosmos, al macrocosmos y a la cosmogonía interior del escriba… Vendría poco tiempo después la continuación de este poema, El escriba otra vez, como una persistencia, una obsesión que obligará a la voz poética a mostrarse de nuevo; esta vez asegurando: Yo soy otra vez el escriba de pie/ con un corazón que empieza a herrumbarse /  por decisión de los dioses interminables, en una continuación tan magnífica como el poema que dio motivo a su escritura.

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En el 2010, Francesca Gargallo –escritora, feminista, activista, editora y docente- participó en el ciclo Protagonistas de la Literatura Mexicana, organizado por el Instituto Nacional de Bellas Artes, y realizado en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, Ciudad de México el 28 de marzo de 2010 dedicado al maestro Ibargoyen. Ahí, Gargallo exploró la erótica faceta del poeta y su relación con la frontera lingüística entre el español y el portugués conocida como portuñol , así como también la experiencia y sino del migrante que tanto Gargallo como Ibargoyen conocían. La ponencia devela, en adición, la triquiñuela con que el maestro nos engañó durante algunos años con sus dos heterónimos: Muahmmud Ibn Al-Mahad y Mishiko Hado:

 

SAÚL IBARGOYEN, POETA DE UNA TÍMIDA Y DESMEDIDA ERÓTICA DE LA VERDAD 

Francesca Gargallo

marzo 2010

Cuando la realidad es desmedida, la poesía no tiene forma de ser equilibrada. El eros, que es pulsión de

 vida y canto necesitado de romper barreras, construye entonces el nexo entre lo final, lo extremo de nuestra experiencia humana: el amor y la muerte, la finalidad y el término, el objeto y su anulación. Pero a diferencia de lo que se cree normalmente, la relación amor y muerte no es sólo la que lleva a Tristán e Isolda a espirar una en los brazos del otro, es también la de la siembra en temporada de seca, es la búsqueda campesina de una semilla que desafíe al desierto o al huracán, es la pulsión de un mejor futuro, es la cotidianidad política del poeta que deja sus palabras para que la gente las haga germinar.

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Tengo el honor de conocer a poetas que desafían la censura implícita en la fama comprada con rodeos. Entre ellos, Saúl Ibargoyen es el erótico pronunciador de las “s” de la vida: sangre, sudor, semen, saliva, sentimientos, saudade, sobrevivencia, suspiros, sonatas, sur son las palabras que pesan en sus poemas, en sus relatos, en sus novelas y aún en esos híbridos novelescos que recogen sus memorias.
Desmedido como quien se libera de lo desagradable permitiendo a la escritura soltar las verdades que se guardan, Saúl Ibargoyen es conocido como “la gran coneja de la poesía uruguaya” por su capacidad de parir literatura: 40 libros de poemas, tres novelas, cuatro recuentos de relatos, una obra teatral, diversas antologías, la impresionante reflexión ético-política-sicoanalítica y literaria contenida en Sangre en el sur. El fascismo es uno solo son la avalancha de escrituras que su fértil pluma nos regala para inscribirlo, y de paso inscribirnos como lectoras y lectores, en el lugar de la vida, en el aquí y ahora que se multiplica en la hondura de los recuerdos, el arrebato de la pasión, la intensidad de la mirada amante.
Y desmedido como quien ha podido cantarle al mundo mejor y al sujeto del deseo carnal, haciendo de ambos un único objeto inalcanzable del deseo, Saúl es también un poeta de la palabra oral. Ha teorizado sobre las “hablas” reales de los pueblos que viven sin reconocimiento pleno, y que la literatura sólo recoge cuando la censura de lo reconocido ya no puede soportarse. Hablas en ocasiones poéticas y, en otras, prosas crudas de las fronteras lingüísticas, las que dicen las flores en el náhuatl castellanizado de Puebla o expresan posiciones en el español brasileñizado de la frontera norte de Uruguay, su frontera, su lugar del habla primigenia, su lugar de políticas necesariamente internacionalistas porque locales.

En La sangre interminable, de 1982, novela que se ubica en la misma área de la frontera lingüística y política de los cuentos de Frontera de Joaquim Coluna, de 1975, Saúl monta, tal y como lo haría un director de teatro, una narración de política, amor y muerte mediante dolores heroicos y cotidianidades laborales que se resuelven en metáforas históricas. Utiliza palabras y situaciones para expresar que entre las habilidades de sus personajes y el significado de sus actos en un clima de represión policial totalizante, se inserta casi como si fuera un personaje insustituible un lenguaje tan coloquial como reinventado por la necesidad de darle grafía al habla de la existencia popular. En Noche de espadas, de 1987, los neologismos, regionalismos, sincretismos son nuevamente los personajes de la trama de una lengua capaz de incorporar una palabra en guaraní y otra en francés para reconstruir la historia mítica y real de un Uruguay que es, en sí, todo él una frontera. En Toda la Tierra, del 2000, la zona de la frontera entre Uruguay y Brasil sigue siendo desde México el espacio donde ubicar la lengua de la utopía de América, la lengua de un mercader musulmán, un cura campesino, todos con algo de indio y algo de migrante, con algo de negro y algo de culto, personajes de un habla que permite al autor inventar el derecho a ser de una compleja América nuestra para no errar en la repetición de lo consabido, según el mandato de Simón Rodríguez.

Así como consagra el habla en su prosa, de manera continua, sin ruptura de sentido, Saúl Ibargoyen se manifiesta como un poeta de la palabra vital en su labor de tallerista y periodista. Saúl es un educador nato. Es un maestro. Un hombre que narra porque sabe, que suelta la imagen en la palabra para explicar, para exponer, para proponer.

Saúl ha escuchado, formado, dialogado a centenares de poetas, despertando en algunas la poeticidad con sus propias palabras, y empujando a otras a no censurarse, a defenderse, a que nada ni nadie logre impedirles dar rienda a lo que las inscribe en el lugar de su ser. Se necesita el entusiasmo del adolescente, la fuerza del militante, la perseverancia del estudioso, el interés del enamorado, el cuidado del amigo, el todo aderezado de despreocupación por el bienestar económico y la atención por la humanidad de la otra persona para lograr una oralidad poética tan constructiva. En Nuevas destrucciones escribe cual quisiera darme la razón:

Alguien sí se adelantó a todos los tiempos

y dijo en su lengua de cantor trashumante

que haría un verso de nada

un verso tomado de palabra sin nacer

de sonidos de árboles partidos

y llanuras incendiadas…

sí aquellos sonidos del tercer verso

de este canto que el viejo cantor

y sus cenizas perdidas

no podrán escuchar

 

La existencia de una musa total no es cosa menor para este poeta que tiene dos heterónimos, un muy místico Mahmud islámico y un amistoso Mishiko Hudo, de sintoísta memoria, con que homenajear insistentemente a la mujer que pone en peligro la seguridad del hombre construido por la sociedad tanto como al poeta que la desafía. En una ocasión Saúl me dijo: “Cuando me enamoro no corro peligro, la imagen nunca es real. No hay musa real. Las musas concretas tienen capacidad de iluminación, pero no son físicamente definidas”.

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La realidad del exiliado es no poder entender cómo ha llegado donde está ni poder ser entendido a cabalidad porque entre él y el mundo nuevo que lo acoge se inserta una especie de espejo humeante –creo que esta imagen mexica de la realidad que despierta a la razón es muy concreta para describir a la emigrante, al exiliado-; de tal forma la expresión del exiliado es la del elemento poético que se devela sólo poco a poco, tras mucho hacerse del rogar. La expresión del exiliado es la de la timidez de la poesía, la timidez que desgarra el velo del silencio sólo gracias al ímpetu de la necesidad de decir para ser.

En El escriba de pie Saúl, con tímida desmesura, escribe:

Pero que oiga el que nunca escucha

que lea o adivine

el de los ojos innumerables:

tampoco ahora soy el escriba…

Sí puedo palpar el frío

deteniéndose en un corazón

que se contrae

entre cáscaras y élitros negros…

Oye tú que aún no encuentras

una casa sonora

para los ecos de tu boca subjetiva

ni cinco huecos en un tubo de hueso

o de caña o de barro

para que una lengua se disponga a soplar:

 

 

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En el 2015, Saúl Ibargoyen me invitó a presentar, en la Casa del Poeta Ramón López Velarde, una hermosa edición de su libro “Gran Cambalache”. Un libro maquilado como en el siglo XIX, en una imprenta de tipos móviles donde cada letra es un paciente y meticuloso instante de tiempo que el formador deja en cada uno de estos libros como prueba de su, también, poético trabajo:

GRAN CAMBALACHE

Angélica Santa Olaya

Coyoacán, julio, 2015

 

Gran Cambalache es una bella cajita de Pandora donde podemos encontrar la voz poética de Saúl Ibargoyen, inconfundible, rotunda e infatigable, como ya la conocemos; pero manifestándose, esta vez, en una diversidad de formas poéticas que sorprenden y emocionan en un solo libro. No me refiero sólo a los hallazgos tales como un poema a ¿Dos voces? que es un diálogo poético de profundidad ontológica a la manera mayéutica de Sócrates donde la luz del autoconocimiento es producto del cuestionamiento y, aun dolorosamente, aparece a los ojos de la voz poética que decide no llorar. Tampoco aludo, sólo, a esos haikus que se manifiestan intempestivamente, como pequeñas y sabrosas gotas de agua, casi en la parte final del libro. Me refiero también a los reencuentros con algunos poemas ya clásicos y bien conocidos por nosotros, los que seguimos y apreciamos la prolífica obra del maestro Ibargoyen, como lo son El escriba otra vez, cauda resplandeciente de ese bello libro titulado El escriba de pie o el ya también, por él cantado, en diversos foros y momentos y que le da nombre a este libro: Gran Cambalache; homenaje dedicado al músico argentino Enrique Santos Discépolo. Porque al poeta le gusta el tango y el candombe y la milonga como a todo buen uruguayo. Y entre sus tangos preferidos estaba el Cambalache porque su letra, al igual que los versos de Ibargoyen, es universal y atemporal en su incisiva lanza contra la miseria humana.

Gran Cambalache es una joya literaria no sólo por su contenido.  El papel, la tinta roja, las letras que hablan al tacto de los dedos ofreciendo sus pequeños canales y barrigas de papel son testimonio del tremendo cuidado y amor que este libro entraña. Texturas, colores, olores y detalles que delatan una acicalada elaboración que se convierte en delicia para el sibarita amante de la literatura.

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El tango Cambalache  fue escrito en 1934 y es un lamento que se vierte sobre los acontecimientos de la Argentina de entonces denominados la Década Infame, inaugurada y clausurada por dos golpes de estado, y durante la cual las condiciones político económicas de la población fueron precarias debido a los pactos realizados con el Reino Unido que promovieron el desarrollo industrial y, con él, la migración de población campesina a las ciudades. Proceso también conocido en México más o menos en la misma época. Es así que el Cambalache fue escrito poco después de una dictadura, la de José Félix Uriburu, que dejó al país sumido en una gran depresión, y represión, económica y, obviamente, moral. Entre las represiones sufridas se encontraba la del lenguaje lunfardo y las expresiones populares que referían críticamente a la ya mencionada Década Infame. De modo que el tango fue censurado.

No es una casualidad que este libro se llame Gran Cambalache. Parte de la letra de este tango dice, proféticamente: Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé… en el quinientos seis y en el dos mil también… pero que el siglo veinte es un despliegue de maldá insolente ya no hay quien lo niegue, vivimos revolcados en un merengue…  Llegó el dos mil y estamos en el 2015 y el gran merengue continúa a todo lo que da, no sólo en México y Argentina, sino en todo el mundo, como bien lo cantaba Discépolo. ¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón!… ¡Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón!, dice la letra de este tango, y hasta presidente, juez o actor. Porque antes la actuación era parte de la política; ahora son, literalmente, lo mismo, aunque de pésima calidad y sin conocimiento en ambos temas.

El Gran Cambalache de Saúl Ibargoyen comienza con una serie de definiciones de la palabra “cambalache”: Confusión, trueque de poco valor, mitote (esta me gusta mucho porque es muy mexicana y la aprendí desde que era una niña). Y otras más sofisticadas como: “coyuntura social no clasificable” o “mezcla híbrida de tendencias ideológicas o estéticas”, para aterrizar en “mamarracho cultural, político o religioso”. Es decir, un ecléctico, y nada inocente, desmadre. Justo como nuestras sociedades actuales.

Así pues, este conmovedor y poético Gran Cambalache, se ocupa, también de los desmadres que el mundo vive actualmente. La temática no es de sorprender conociendo al poeta Ibargoyen, siempre preocupado por los temas sociales y el estado interior de los hombres que los propician o lo sufren. De este modo, encontramos en este libro poemas llenos de preguntas que no sólo son lamento sino también provocación al bien vivir, a la esperanza:

¿Por qué descender llorando / el espacio que subimos a plena carcajada? / No dejemos que una sucia altura nos domine:… / no que las aguas de un gran río / ensanchen su negror de roncos esqueletos.

 

El poeta sabe que las preguntas son abismos en los que el hombre arriesga la cordura a cambio de un leve resplandor que guíe sus inciertos pasos. Pasamos la vida preguntándonos, extraviándonos, merodeando las verijas de la oscuridad donde habita la duda sólo para darnos cuenta de que somos simples ausencias defenestradas y buscándose. El libro, todo, en sus diversas posibilidades expresivas, es un gran cambalache de preguntas y respuestas que, no como un desmadre, sí como un diálogo, nos conduce de la mano de la poiesis del lenguaje por las veredas de la memoria colectiva e individual de nuestro desmadre material y espiritual.

Lo que importa en la poesía no es la plasticidad en sí, sino la imagen plena de acaeceres, henchida de vibración, dice Johannes Pfeiffer. Y la poesía de Saúl ibargoyen es precisamente imagen que vibra, a veces con rudeza, a veces con áspera ternura, al cobijo de la forma que es, más bien, el pretexto para que el Ser exprese las íntimas inquietudes del alma. Y esas inquietudes, en el caso del maestro, son casi siempre colectivas. Se ocupan del otro y del paisaje en el que ese otro encuentra el espacio de su fenomenología intuitiva y cosmogónica. Ese espacio que, consciente o inconscientemente, ha convertido en el patíbulo donde, día a día, sucede un Suicidio Anunciado, como se titula uno de los poemas más duros en el que nadie ve el rostro de una mujer diluyéndose peligrosamente en las calles de una ciudad horrible donde caminar puede significar buscar la tumba, en una vereda, acera o banqueta, sin saberlo. Este poema me causa una gran impresión reflexiva pues los acontecimientos mundiales de los últimos tiempos me han llevado a pensar en un suicidio terráqueo globalizado. Porque una sociedad que violenta, tortura y asesina a sus mujeres, a sus niños y a sus ancianos, es una sociedad que se está suicidando. Sin mujeres y sin niños no hay futuro. Y sin ancianos no hay memoria. ¿Qué quedará entonces? ¿Un ejército de robots que trabajan y repiten: Sí señor.  Sí señor., esperando el momento de la muerte antes de la tercera edad para no causar más sangrías a los bolsillos de los patrones con sus improductivas y enfermas ancianidades? Las ciudades son monstruos donde, hoy, todos somos extranjeros de la propia tierra, e incluso de nosotros mismos, sumidos en el pasivo conformismo de la incertidumbre que degüella la razón:

-¿Escuchas el combate del silencio / en el levantado aire de la cafetería?

-No, sólo puedo oír lo que tú no escuchas.

-¿No estoy aquí? ¿O existo como ausente?

-No te oigo. Ya te fuiste. Tu sombra en el suelo dejó una marca de café.

Sólo eres lo que en algún sitio / tu ausencia recuerda de ti mismo//

-Nada oigo. No importa. Sin pedir permiso / pasaré ahora al cuarto de aseo / y

derrotado el pantalón / me sentaré en el retrete / y no lloraré.”

La poética del espacio, como diría Gaston Bachelard, de este Gran Cambalache es el mundo. No sólo Argentina, Uruguay, México, Palestina, Israel, o Egipto. De hecho, el espacio poético es el Ser que se cuestiona y nos cuestiona con poemas fallidos o tangos fracasados. Es ese plato donde esperan las uvas, ese camino que sueñan los huaraches, esa piedra en que se disfraza la tortuga, el árbol, los perros, la copa, el viento, la noche o la niña cuyas lágrimas alguien de nosotros tendrá que cantar con toda su violencia se convierten en el numen que posibilita la frágil palabra y su cauda de letras con que el escriba, otra vez, nos recuerda que Quieren borrar el sudor de las naciones y que nos pregunta si están cantando los cantores. Hay que estar atentos, porque cantar es el recurso y el arma del que no olvida. Del que se pone en pie, con sus dos voces y su cargamento de preguntas a cuestas y, pluma en mano, sencillamente canta, aunque sepa que Siempre es difícil hablar como cantando.

Las canciones de este Gran Cambalache están llenas de vibraciones que nacen y estallan en el otro quien, en su infinita multiplicidad, posibilita al yo. Lo universal, finalmente, será siempre lo particular, pero para llegar al sitio del encuentro hay que caballear animaleando / entre células que agonizan / entre mojadas palabras y bostezos / entre anchas hojas que protegen / el roncar sagrado de la especie.

Un libro que nos retorna al origen y nos invita a cantar el perfumado vapor de la oscura transparencia.

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