Rapiña
La señora Jacinta no dijo nada cuando los cuatro sobrinos de don Esteban se llevaron las
copas de cristal, los cubiertos de plata y las piezas de porcelana. Ni cuando abrieron el
cajón de la cómoda para repartirse las corbatas de seda, las mancuernillas y los anillos de
oro. Tampoco movió un dedo cuando arrancaron de las paredes paisajes, bodegones y
espejos venecianos. Menos aun cuando, ayudados por un grupo de cargadores, sacaron la
mesa de encino, el secreter de caoba y la vitrina de nogal. Pero, cuando uno de ellos dañó
accidentalmente la mano derecha de la Virgen del Perpetuo Socorro que descansaba en un
rincón de la estancia, se dirigió con paso lento a la recámara principal para cargar con
cuatro balas la Smith & Wesson de su difunto patrón.
Búsqueda
Me costó un ojo de la cara, señor almirante, y no hablo en sentido figurado. Pero no lo
lamenté entonces ni lo lamento ahora. Tuve que emplear todas mis artes para convencerla
de dar un paseo juntos por el muelle y me valí de toda clase de embustes para persuadirla
de beber conmigo el ron fuerte y especiado que traje de las Antillas. Luego la envolví con
mi labia para que me siguiera hasta esa habitación de blancas cortinas, cama con dosel y
aguamanil de estaño. Allí ya no fue necesario convencerla, ni persuadirla, ni envolverla con
mi labia. Tampoco necesité de embustes para que se me entregara como quien entrega sin
reservas un caudal de oro y diamantes. Y fue tanto el amor que nos dimos aquel día, y tan
dulce el yacer juntos oyendo las olas romper contra el muelle, el graznido de las gaviotas y
el bullicio de la gente en el malecón que, por un momento, pensé que aquello estaba mejor
que ir sin rumbo por esos mares de Dios, padeciendo temporales y días sin viento que
hincharan las velas. Pero, pasado ese momento, señor almirante, recordé que me gustaba mi
vida tal como era y no la cambiaría por nada, ni siquiera por una mirada y una sonrisa como
las de ella. Al separarnos, y como nada es gratis en esta vida, me pidió que le regalara mi
ojo, esa perla de pupila azul que le arranqué a un oficial francés, tan tuerto como yo, cuyo
bergantín nos salió al paso mientras merodeábamos por las Azores. No fue fácil
desprenderme de él, pero al final no tuve más remedio y se lo di porque, a pesar de mi
aspecto desastrado, soy un hombre de honor. Para consolarme pensé que después
encontraría a otro oficial para quitárselo y, con suerte, sería uno café, igual que mi ojo
bueno, y entonces nadie notaría que no era de verdad. Mientras llegaba ese día, probé
ponerme una bolita de ágata brasileña, un pedazo de ámbar de los Urales y una cuenta de
obsidiana que, cierta noche, le compré a un marinero en una cantina de Veracruz. Pero no
era lo mismo por más que intentara convencerme de lo contrario, así que me decidí por este
parche que me hace lucir distinguido y un poco amenazante. Espero que, con lo que le he
dicho, señor almirante, comprenda por qué me veo en la penosa necesidad de pedirle que
me entregue el pulido cristal que luce usted y que es igual al que he buscado con tanto afán
desde hace tiempo.
Libros
Llegó el día en que los volúmenes desbordaron el librero que los contenía y ocuparon el
escritorio, la mesa lateral y el bargueño de nogal heredado de los abuelos. Otros se
aposentaron sobre las sillas, la mesa de centro y la butaca de lectura.
Poco después, estos emplazamientos también resultaron insuficientes, por lo que
tuvieron que lanzarse a la conquista de cualquier anaquel, repisa o estante disponibles. De
manera gradual pero resuelta, emigraron al salón, al comedor y al pasillo. Irrumpieron en el
cuarto de baño, dónde expulsaron al enjuague bucal, las cremas hidratantes y la pasta de
dientes.
No fue necesario adueñarse de las recámaras, pues desde tiempo atrás ya dominaban
las mesitas de luz. Allí había inestables rimeros con narraciones policiacas y románticas.
Cada espacio libre comenzó a ser invadido por novelas, antologías, diccionarios,
biografías, obras de superación personal y sesudos ensayos que versaban sobre los más
enrevesados asuntos. Estaban por todos lados: sobre el alfeizar de las ventanas, dentro de
los cajones, detrás de las puertas, en el desván, en el piso… Los diez tomos de una
enciclopedia aparecieron dentro de la alacena y una historia de la filosofía en tres
volúmenes se asomaba por la ventana del horno.
Con el paso de las semanas se multiplicaron sin control hasta hacer suyos todos los
rincones de la casa. Por cada uno que era eliminado, llegaban diez a ocupar su lugar. La
falta de espacio vital provocaba, con frecuencia, conflictos entre ellos. Los clásicos
rivalizaban con los modernos, los delgados opúsculos reclamaban su lugar frente a
voluminosos códigos, las ediciones de bolsillo desafiaban a las de tapa dura y cantos
dorados.
Cuando las habitaciones estuvieron colmadas, cuando cada centímetro cuadrado
pasó a ser de su propiedad, asaltaron el jardín. De la noche a la mañana, tratados de
horticultura, compendios de botánica y cursis poemarios aparecieron junto a los
crisantemos y las rosas, a la sombra de la palma y entre la hiedra que se aferraba al muro.
Estos ejemplares silvestres, expuestos a las inclemencias del tiempo, terminaban vencidos
por el viento y la lluvia. Sus hojas se deshacían poco a poco hasta convertirse en el humus
del que brotaban flores hechas de palabras que, en las tardes de estío, inundaban el jardín
con un confuso rumor de historias.
Luis Bernardo Pérez (Ciudad de México, 1962) es escritor, periodista y editor. Ha
publicado 20 libros de relatos, dos novelas y un manual de escritura. Escribe para niños,
jóvenes y adultos. Entre los galardones que ha obtenido están: el Premio Nacional de
Cuento “Efrén Hernández”, el Premio Nacional de cuento “Juan José Arreola”, el premio
José Manauta (Argentina) y el Premio de Novela Juvenil “Gran Angular”. Entre los libros
que ha publicado están: Retablo de quimeras (Ficticia, 2002) , Café Brindisi y otros
espacios imaginarios (Gob. del Estado de Guanajuato, 2004), Fin de fiesta y otras
celebraciones (Ficticia/CONACULTA, 2008), Papeles de Ítaca (Editorial Océano, 2015),
Tinta y Ceniza (Ediciones SM, 2016), Cuentos relámpago (Planeta, 2020) • Bip, bip.
Historias robóicas (Edelives, 2020), Mis mascotas y otros bichitos (Editmusa, 2022).