Cero la vieja del basurero

Óscar Alarcón Travolta

 

Puta. Mi madre dice que es puta.

Doña Graciana, la vieja sucia y cochina que todas las mañanas empuja el diablito con bolsas de basura, es puta. Y me dice que no me le acerque, que corra si intenta abrazarme. Su imagen me ronda la cabeza. Doña Graciana recorre la calle pepenando el desperdicio, busca botellas de plástico, utiliza el cartón para forrar las paredes de su cuarto para no pasar fríos.

 

Todo el día empuja su diablito oxidado, detrás de ella siempre camina el Usuario, su perro.

Nalga pronta, culo caliente, tiene dinero porque se coge a los borrachos. Yo la veo llamar a los chamacos, les enseña sus piernas gordas y peludas. Les grita: “ven niño, que te va a gustar”. Tiene dinero porque los cargadores del mercado le pagan, los mete en su casa y nomás se oyen los quejidos del catre. Date cuenta, cuando el foquito amarillo lleno de caca de moscas se apaga, es porque tiene a un teporocho metido en las entrepiernas, me dice mi hermano cuando nos mandan a dormir. Doña Graciana la apestosa tiene dinero.

A las cinco de la mañana sale con su perro recogiendo la basura. Graciana cotorrea con los vendedores que comienzan a poner sus puestos. Después de casi una hora de argüende sigue su camino hasta toparse con la señora que le regala tamales y atole: lunes, de mole; martes, de rajas; miércoles, champurrado y torta con doble tamal; jueves otra vez de mole; los viernes repite el champurrado y cambia el tamal por uno de salsa verde; los sábados sólo se toma un arroz con leche, y cierra la semana religiosamente los domingos con una última torta de tamal de dulce y un atole.

Después de desayunar, sigue su camino. Por su suéter roído y sin botones, falda verde, calcetas enormes arriba de las rodillas y los zapatos con un hoyo en la punta por donde se asoma el dedo gordo del pie es muy fácil identificarla.

A mí me gusta Doña Graciana. Todas las noches sueño que apaga mi lámpara y entonces su cara redonda llena el cuarto. El Usuario siempre me ladra, no deja que me le acerque. Maldito perro, ojalá y te maten, que el taquero te pesque por el cuello y te cocine, ojalá y te sazone, y después te coma sin que yo me dé cuenta cuando te sirvan en mi plato, dios quiera que te disfrute y después te cague, que te vayas por el hoyo de la letrina y nunca más me molestes.

Esta noche doña Graciana me llama cuando vengo de regreso de la escuela. Debo ir a su encuentro deprisa para que mi mamá no me regañe. Las clases quedaron atrás, mi uniforme gris denuncia la secundaria a la que asisto.

Doña Graciana me arrincona. Piernas peludas. Sonrisa chimuela. Puedo sentir su aliento enfermo que proviene del hígado. El Usuario me ladra. ¡Cállate!, le grita.

¡Qué chulo y qué grandote estás mijito! Entra, tócame. Pon tus manos en mis muslos, acaríciame la espalda, anda, prueba mis chichis, así. ¿A poco no te gusto, mi güero?

Pronto estoy arrinconado entre la pared y el cuerpo de Graciana.

Se quita el suéter, la blusa con manchas y la falda mugrosa; su panza se desparrama: se viene abajo. ¡Los tamales, encontré los tamales! Están en sus pechos, en sus enormes tetas de marrana que todas las noches un hombre distinto prueba.

Mi cuerpo se convierte en su masa; el suyo, ha perdido los límites: no hay distinción entre la espalda y las nalgas. La raya que dividía las dos enormes esferas carnosas está perdida. Grasa, Grasa, Grasita, Graciana, Grasa, me encantas, déjame tocar tu enorme panza, deja que mi ser se pierda en la manteca que escondes en el cuerpo y que tienes para mí. Enciérrame en tu amasijo de piel, de carne y pelos, quiero encontrar la salida a tu laberinto de estrías. Bésame, Grasita, Graciana, acaríciame, Chana, cómeme, devórame como a tus tamales cotidianos.

Entre resoplidos me acaricia el pelo. Sigue, Graciana, llévate esta virginidad que me estorba y escóndela en la masa que te cubre entera, anda, Graciana, piérdeme en tus gigantes brazos, arrópame en tu vello púbico extinto, vamos, Graciana, déjame estar encima de ti y después duerme tranquila.

Los pedos de Graciana me despiertan.

¡Graciana!, ¡están lloviendo hojas grises de papel en el cuarto! Son como gotas pintadas en la pared, vuelan sobre mí, despierta, Graciana, Grasita, Chana.

Graciana abre los ojos apurada, se mueve lento, las hojas grises siguen cayendo. Ella no dice ni una sola palabra. Entre tanto humo, Graciana, se me pierde en los ojos.

El Usuario ladra toda la noche. Le gruñe a dos figuras chamuscadas y de humo. El tizne del piso me confunde, el aire se me escapa: estoy agotado.

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