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Carlos Santos

Iván Buenader

 

La tentación al apreciar la obra de Carlos Santos es quedarse admirando la pericia: del bordado, del dibujo, de la forma, del detalle.  Una figura que a simple vista parece humana, transversal, radiografiada, contenidamente sangrienta, no es “anatomía”: decirlo es engañoso. Decirle “reedificada” es mono dimensional.  “Alterado” es descriptivo. “Imposible”, preliminar.

La obra de Carlos tiene rojo-arteria para poder tener vena-azul, echa raíces para poder tener ramas, imita humano para crecer como vegetal.  Va más allá del cuerpo pero hacia adentro mismo, para sentir que la epidermis no es siquiera el primer límite.

Iván Buenader

 

La tentación al apreciar la obra de Carlos Santos es quedarse admirando la pericia: del bordado, del dibujo, de la forma, del detalle.  Una figura que a simple vista parece humana, transversal, radiografiada, contenidamente sangrienta, no es “anatomía”: decirlo es engañoso. Decirle “reedificada” es mono dimensional.  “Alterado” es descriptivo. “Imposible”, preliminar.

La obra de Carlos tiene rojo-arteria para poder tener vena-azul, echa raíces para poder tener ramas, imita humano para crecer como vegetal.  Va más allá del cuerpo pero hacia adentro mismo, para sentir que la epidermis no es siquiera el primer límite.

En sus cuerpos hay una suma de entidades que vuelven diferente la función aparente del conjunto.  Hay narraciones de diablos, orgías, sacrificios y a ninguno de los participantes le importa otra cosa que sostener un laberinto natural de preguntas caladas con láser, asimétricas, animales, monstruosas.  Preguntas que develan complejos niveles de estructura interna, parietales intactos, siniestramente escogidos para albergar una incógnita a salvo de la corrosión.

Inocente, pequeño, un dibujo y su fantasma yacen reclinados sobre un caballete de pintor invisible, entre las radiografías de alta carga de rayos lápiz.  Quizá testigos del experimento desde su inicio, son quienes desde su dualidad conductora representan al vigía doble turno que vela por los huesos grafito, los dientes amalgama, los dibujos rayos X, y un niño de ojos culo y deformidades blanco y negro no peores que un ultrasonido 3D de los tantos que hemos visto obligados a sonreír.

Sobre la obra de Carlos hay esquemas, el plan que prosigue al post-estudio.  Hay un mundo que se observa a través de una manguera endoscópica, con instrumentos científicos y medicinales, aparatos de onda y computados que confirman que lo que vemos dentro es en realidad lo que hay en nuestras cabezas.

El artista ha realizado incontables biopsias plásticas para demostrarlo.

 

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