
Mariajosé Escobar
Cuando el libro Paisano de Ramón Palomares cayó en mis manos –hace ya muchos años- entendí que su palabra es plegaria, y como tal la leí en voz alta. Ninguno en la literatura venezolana ha logrado cantar la naturaleza toda como él. Hay en su verbo una plegaria que deviene encantamiento, entonces Palomares se vuelve río, se vuelve ala, y viene a hablarnos en la extraña lengua de los pájaros. Para escuchar esta lengua hay que aguzar el oído, pues la lengua de los pájaros solo se oye si se presta atención, si uno hace un alto a todos los ruidos citadinos y se queda en un silencio de alma.
El poeta que les presento en esta ocasión nace en Escuque estado Trujillo el 7 de mayo de 1935 y hace muy poco estuvimos celebrando en Venezuela su cumpleaños número noventa, porque los poetas como él nunca mueren, aunque Palomares se haya despedido de nosotros en 2016. Fue Premio Nacional de Literatura en 1975 máximo galardón de las letras venezolanas, en 2006 ganó el Primer Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora, y en 2010 el Premio Iberoamericano de Literatura. Maestro de literatura en liceos, profesor de Castellano y Literatura graduado en el Instituto Pedagógico de Caracas, Licenciado en Letras y profesor universitario titular de la Universidad de Los Andes.
Participó en diversos grupos literarios venezolanos entre los que pueden destacarse Sardio y El Techo de la Ballena, junto a importantes nombres de las letras venezolanas. Autor de más de veinte libros entre los que podemos destacar: El Reino (1958), Paisano (1964), El ahogado (1964), El vientecito suave del amanecer con sus primeros aromas (1969), Adiós Escuque (1974), Poesía (1977) Lobos y halcones (1997), Ramón Palomares. Antología Poética (2004), El reino de Escuque (2005), Vuelta a casa (2006) entre muchos otros. Es sin duda alguna uno de los poetas fundamentales del siglo XX venezolano.
Si la poesía en sus inicios fue comunión con lo divino es la poesía de Palomares un estarse en lo divino. Me refiero a lo divino hecho pétalo, hecho fuego, hecho niebla. El ser humano, en sus comienzos, entendió en la naturaleza su refugio, su necesidad. Palomares canta a esa naturaleza y lo hace desde la sencillez de un sabio, sin artificios, sin imposturas.
Es la naturaleza en Paisano un mecerse melodioso, un ir y venir. La plegaria en él tiene que ver con el rito de nombrar los espacios no tocados, no contaminados por lo citadino: «Voy a entrar en un río / me quito la ropa y entro y le abro la puerta / y miro adentro de su casa» (Palomares, 1964, p.23), en estos versos encontramos la preparación de un sujeto que, como en un rito de adoración al río, se desnuda para entrar en él, como si de un umbral se tratara. Ese entrar al río es entrar en lo natural, con el respeto y la adoración de quien encuentra en la naturaleza su casa, su modo de Ser. La plegaria de la que hablamos es predecesora de ese rito, al que asistimos pronunciando el verbo de Palomares, página tras página.
Pero también tiene que ver con un manejo armonioso del lenguaje, que lo vuelve torrente musical, flujo continuo de vibraciones. Este tratamiento del lenguaje, bien trabajado y armonizado (precisamente por eso) fluye de un modo tan natural como la naturaleza misma que nombra. No encontraremos en Palomares retorcimientos artificiosos: pura palabra torrente, fresca y cristalina como el agua que la recorre.
La naturaleza en Palomares tiene mucho de preracional, es decir, no nos habla a la razón, sino a ese sustrato oculto al que nunca podrá renunciar el ser humano, anterior a la logicidad del discurso. Por ello, este poemario nos lleva de la mano a redescubrir un mundo donde es posible que un gavilán se quede pegado en las nubes y que frente a ese hecho: «todas las flores que estaban se pusieron tristes / y comenzaron a secarse / y entraron caminando en una cueva / y se veía una fila de gladiolas que iban rezando» (Palomares, 1964, p.17). Estos versos pertenecientes al poema «El Gavilán» solo pueden ser vivenciados -que no entendidos desde el intelecto-, si permitimos que la palabra encantamiento de Palomares nos conduzca hacia los «juegos de la infancia» como se llama la sección del poemario en la que está inscrita este poema. Solo volviéndonos niños, por el breve espacio de este poema, podemos vivir la tristeza de las gladiolas, y oír sus rezos y sentir su dolor.
Por ello la palabra de Palomares es encantamiento, pues solo un hechicero puede transformarnos de seres que se levantan a las 5 am a trabajar y van y vienen corriendo por esta ciudad, a seres inocentes. Solo desde la inocencia puede vivirse su poesía.
Palomares hace así su poética de la plegaria misma, en cuanto a canto, adoración a la naturaleza, sus versos son la enunciación de un sujeto que encuentra entre él y esa naturaleza una unidad que en nuestro mundo mecanizado, industrializado y alienado se ha perdido, y que, sin embargo, todavía vive en los pueblos apartados, como aquellos de los que brota el caudal poético de este autor: «Yo sé dónde se encuentra / dónde está cantando ahora y comiéndose las hormigas / el pájaro que vuela arriba de las nubes / el que sabe andar por los sueños» (Palomares, 1964, p.21).
Canta a las montañas, a la niebla, e incluso a sus habitantes. Habitantes de la niebla, del sembradío, de los misterios. Habitantes de los Andes venezolanos, introspectivos, cercanos al saber milenario del indígena andino.
En Paisano hay una conciencia clara no solo del paisaje en tanto que elemento exterior. La poesía de Palomares aborda, desde la sencillez y la oralidad un paisaje interior, conectado con las voces más antiguas de la tierra.
En ocasiones esta plegaria de la que hemos venido hablando deviene hechizo, y nos habla una lengua oscura, que surge de su conexión con voces antiquísimas, con mitos nuestros, transmitidos oralmente, como lo hace en el poema llamado «Ismael»:
Ánima de Ismael / decí dónde están los cobritos, dónde pusistes la butaca, / dónde metistes los cobres ánima de Ismael. / Donde alumbrés con más brillo, / donde mostrés un deslumbre de machetes, / donde corrás con un candil en la mano (Palomares, 1964, p.39).
Estos versos, se nutren de la tradición venezolana, generalizada en todos los pueblos; de los Andes a Oriente, del Norte al Sur de nuestro país, de que los muertos podían comunicarnos, en sueños o con señales específicas, donde estaba lo que llamaban el «entierro». Ese entierro, frecuentemente, resguardado por las ánimas o por espíritus, consistía en «cobres»: dinero, normalmente un baulíto con morocotas. El «entierro», estaba resguardado para que solo un familiar del difunto, o una persona a quien el ánima de este quisiera dejar el dinero lo encontrara.
El poeta bebe de esta tradición y, en el leguaje de los Andes, con todas las marcas fonéticas del habla del andino, expresa en su poesía una conversación de su sujeto lírico con un ánima. Este le pide al ánima que le revele dónde está el «entierro».
De esta manera, Palomares transforma su plegaria en hechizo, haciéndose partícipe de los mitos y tradiciones espirituales más autóctonas y antiguas de los pobladores de nuestro país. En esta suerte de hechizo hay una cadencia que tiene que ver directamente con el habla del pueblo del que el poeta se nutre en esta creación estética.
Otras veces, como en el poema «Culebra» el escritor echará mano de un imaginario más enraizado a la tierra:
Echando candela, metiéndose en los oídos, bebiendo sangre / allá está, calladita / (…) porque esa culebra tiene muchos diablos / y el sol le cayó encima / y por eso anda todas partes, mordiendo, mordiendo, / hasta que se lo lleva a uno al infierno. (Palomares, 1964, p.15).
Este imaginario es el de nuestro pueblo, influido fuertemente por el cristianismo. Sin embargo, ese pueblo nuestro logró, en algún punto perdido de su historia, sincretizar, de manera asombrosa, las creencias indígenas y las del negro con la tradición cristiana que se le impuso.
La imagen de la culebra como elemento maligno, cercano al diablo, vehículo de este para llevar las almas al infierno, es una imagen indudablemente cristiana. Pero el tratamiento de esta imagen, la cadencia musical del poema, la fuerza expresiva con que se tejen sus elementos, nos permite observar en el entramado del mismo un subfondo que tiene que ver con el paganismo y el sincretismo propios de nuestra cultura, en los que la herencia afro y la indígena se dejan sentir.
Por último, la plegaria convertida en hechizo, se hace evidente en el poema que se titula «El noche»: «Aquí llega el noche / el que tiene las estrellas en las uñas / con caminar furioso y perros entre las piernas / alzando los brazos como el relámpago / abriendo los cedros / echando las ramas sobre sí, / muy lejos» (Palomares, 1964, p.31).
«El noche» es una criatura mítica creada por el poeta. Un ser nocturno, asociado al ímpetu de los vientos. Tiene mucho de ser natural: estrellas en las uñas, y árboles y ríos. Es todo páramo, una criatura entre divina y terrible, una especie de espíritu que «espanta». Son frecuentes en el imaginario del andino los cuentos de espantos, encantamientos y apariciones. La soledad de los paisajes montañosos, la niebla, los vientos y quién sabe qué vivencias han ido forjando en los habitantes de las montañas la creencia fuerte, arraigada, que aún sobrevive en nuestros días, en esos seres, entre sagrados y malignos.
Como hemos observado, el verbo de Palomares en Paisano posee dos vertientes: plegaria y hechizo. Ambas no están separadas una de la otra: se imbrincan mutuamente, y están atravesadas por una experiencia ritual de la naturaleza. De esta tendencia poética surgen luego sus múltiples herederos en la poesía venezolana, cada uno adaptando esta poética a su propia expresión, dando sus propios matices, pero atravesados todos por el espíritu del poeta de las montañas.
Quien nos habla en Paisano es un sujeto que habita en la naturaleza y en el que, recíprocamente, la naturaleza habita. Las montañas, la niebla, los ríos, las flores, los árboles y los «Paisanos» de este poeta han sido permeados por una visión mítica de la vida misma de un ser que se mira en el paisaje desde adentro.
Leer a Palomares es adorar lo natural, su poesía vibra en el alma y mueve en cada uno de sus lectores silencios, plegarias y hechizo arraigados a lo humano, a lo primigenio. Les dejo una selección mínima de este libro para celebrar su cumpleaños, les recomiendo que la lean en voz alta:

ENTRE EL RÍO
A Edmundo Aray
Voy a entrar en un río
me quito la ropa y entro y le abro la puerta
y miro adentro de su casa
y voy a estar sentado en las sillas negras
y en los espejos;
cuando hable escucho que dice y qué quiere
y como manda a todos y dice que se va a remolinear
y veré cuando sus patas empiecen a despedazar la ladera.
Tomaré agua de su corazón y me beberé su cuello
y haré gárgaras y escupiré adentro
y en los ojos le pondré piedras y le quitaré los diamantes
[y los pedazos de oro
y de ojos le pondré unos gatos
y veré qué vestidos se pone y como hace para correr
y si está durmiendo le escarbaré a ver qué sueña.
Yo vi que come el río y vi su mesa
y tenía platos como guayabas podridas y ganado muerto
[y casas
y todas las siembras que se llevó
y un hilo verde, muy verde, como un ángel.
Me estuve sentado viendo un gran campo que estaba
[debajo
y allí cantan todos y se ponían morados
hasta que se oyó una voz durísimo
y salieron iglesias y calles de las nubes
y todos corrieron
y comenzó el río a decir que se iba a morir.
UN GAVILAN
Se paró el gavilán y se quedó pegado en las nubes
y ya no pudo dar más vueltas
y le dijeron:
Ya no podés hacer más hilo, ya no vas a poder tejer el cielo,
entonces todas las flores que estaban se pusieron tristes
y comenzaron a secarse
y entraron caminando en una cueva
y se veía una fila de gladiolas que iban rezando
y cuatro coronas de orquídeas y rosas
y así se estaba quieto el gavilán allá arriba
viendo que las montañas se habían puesto negras
y que los ríos parecían urnas;
cuando llegó un gran viento y dijo a resoplar
y estremecía los árboles como si fueran ropa colgada
y bajaron todas las estrellas y se pusieron a hablar
y salieron volando las nubes y dando vueltas
brincando por las colinas
y las praderas estaban muy contentas y les brillaban
{los dientes de risa.
Entonces se desató el gavilán y se sentó en una silla a beber
y se emborrachó y dijo a cantar
y nombró a todos los que habían venido para ayudarlo
y le parecían las alas como lunas
y los ojos que tenía era el sol que se le había metido en la
{cabeza
y a él se le llamaba el gran tejedor
porque anudó todo lo que había y puso en el cielo un barco
que va nadando, nadando
enseñando todos los sueños.
PATAS ARRIBA EN EL TECHO
A Adriano González León
Yo sé dónde se encuentra
dónde está cantando ahora y comiéndose las hormigas
el pájaro que vuela arriba de las nubes
el que sabe andar por los sueños.
Estaba acostado patas arriba en el techo
murmurando que tenía ganas de matar
y espantando los perros que se le venían del cielo
y escupiendo los tigres
y diciendo:
Yo sí que voy a pegarle a los perros que se me vengan
yo sí que no les tengo nadita de miedo.
Y con las enormes alas azules les daba y les enterraba cuchillos
y me llamaba a mí y me decía:
Ayúdame, ayúdame.
Entonces terminó
y se puso a meterse entre todas las nubes
allá, muy lejos, cerca de una laguna.
ISMAEL
Sos el ánima de Ismael,
sos la rueda de candela,
sos la mujer de las tres gallinas sobre los hombros.
Te damos vueltas,
te damos vueltas en la noche,
son las nueve pa date vueltas,
son las nueve de la noche, las nueve de los dobles fuertes por la noche,
las nueve pa que descanses,
pa que te metas en los árboles, pa que sacudas los aleros.
Ánima de Ismael
decí dónde están los cobritos, dónde pusistes la busaca,
dónde metites los cobres ánima de Ismael.
Donde alumbrés con más brillo,
donde mostrés un deslumbre de machetes,
donde corrás con un candil en la mano.
Te vimos llegar y te sentaste en el patio
y te quejabas.
Vos que sos un ánima, Ismael,
vos que nadás por la neblina,
te escuchamos.
A ver, a ver,
te vamos a dar el descanso, te vamos a dar
la rosa que lleves al cielo,
estrujaremos toda la tierra, Ismael,
romperemos la casa y la huerta y los potreros, Ismael.
A ver, Ismael,
decínos dónde está
antes que llegue la mañanita.
CULEBRA
Echando candela, metiéndose en los oídos, bebiendo sangre
allá está, calladita
dejándose arrastrar
y como vino entre el viento, allá está
en el cuarto donde se come los pájaros
-les comió las plumas y las alas y después las patas
pero la cabeza se le va a atorar
y va a comenzar a cantar a medianoche
y se va a mover por los espejos
y a agarrarse de la cabeza del diablo que está en los rincones
y a decir ay
porque esa culebra tiene muchos diablos
y el sol le cayó encima
y por eso anda por todas partes, mordiendo, mordiendo,
hasta que se lo lleva a uno al infierno.
EL NOCHE
Aquí llega el noche
el que tiene las estrellas en las uñas,
con caminar furioso y perros entre las piernas
alzando los brazos como relámpago
abriendo los cedros
echando las ramas sobre sí,
muy lejos.
Entra como si fuera un hombre a caballo
y pasa por el zaguán
sacudiéndose la tormenta.
Y se desmonta y comienza a averiguar
y hace memoria y extiende los ojos.
Mira los pueblos que están
unos en laderas y otros agachados en los barrancos
y entra en las casas
viendo como están las mujeres
y repasa las iglesias por las sacristías y los campanarios
espantando cuando pisa en las escaleras.
Y se sienta sobre las piedras
averiguando sin paz.