Me parece que una de las grandes exigencias de la poesía actual es sentirla como dimensión última del lenguaje,
de la expresión del hombre en las cosas que no pueden decirse de otra manera.
Juarroz
La experiencia profunda del misterio
“Hemos aprendido a escribir sobre todas las superficies… pero no hemos aprendido a escribir encima
del silencio, quizá porque no sabemos escribir con el silencio.” Con este fragmento vertical se cierra la
obra impresa de Roberto Juarroz (1925-1995). 14 libros componen su extraordinaria vitalidad y un
libro de fragmentos verticales que Laura Cerrato organizó como libro final de una propuesta no última,
quizás porque su obra se sigue escribiendo en el silencio más íntimo del lenguaje. Una obra que se ha
vuelto para la poesía la viva metáfora de la creación. El poeta busca incansablemente a lo largo de la
vida comprender la palabra, su misterio, el silencio que la contiene, la música, la armonía secreta de
cada símbolo en el papel y en la voz. La resonancia que viene en la palabra de otros tiempos es también
la suya. Su incansable preocupación está vinculada a la enorme tradición de siglos y siglos donde la
palabra anda siempre haciendo hondo en el alma para desentrañar la efímera vida y en ella, aunque
parezca paradójico, dejar la huella impostergable y maravillosa de la creación: quizás el más sentido
intento por aprender a escribir en el silencio. El poeta está en la palabra, y es en esa palabra que intenta
dejar su algo, y al hacerlo, dejar Poesía para volverla con su voz, su silencio, su fortaleza… nuevamente
Poesía.
El poeta cubre y descubre las muchas maneras de decir y de decirse. La poesía es así camino de partida
y estación de llegada pero al mismo momento es camino y es tropiezo en el camino. Produce una
fractura en lo real para permitirnos verlo de otras formas, con otras posibilidades, quizás bajo el
dominio de otros ojos. La idea de verticalidad en la obra Roberto Juarroz, nos hace comprender una de
las formas más auténticas de la poesía de Latinoamérica. En Juarroz consiste en “atravesar, romper, ir
más allá de la dimensión aplanada, estereotipada, convencional, y buscar lo otro”, porque el “poeta no
tiene otra alternativa que inventar o crear otros mundos. La poesía crea realidad, no ficción”. El poeta
fue el primero en estar convencido que la poesía es realidad, y para él, la mayor realidad posible porque
es la que cobra conciencia real de la infinitud.
Juarroz nos trajo un enorme legado de otros tiempos, de otros maestros, de otras voces y la dejó entre
líneas en su obra. Nos permitió recordar las palabras de la poesía, y a partir de su obra nos permitió
reconocer los espacios vitales de la creación poética. Su obra nos enseña sin vacilación, sin el temblor
que dejan los años, que el camino de la poesía es vertical. Vertical también su lenguaje, y además,
vertical el silencio del poema, la música de la palabra. Juarroz nos permitió comprender que el destino
de la escritura poética va en otra dirección nada común a la poesía que obedece a modas y a estilos
muchas veces lejanos de la palabra. Esa es la tarea del poeta. Su obra, su aliento, su dolor, la angustia, el
peso del destino los lleva bajo la protección de este anhelo y nos deja como legado la vida en palabras
para que podamos andar con ellas, hacer con ellas, caminar con ellas en otra dirección: hacia el camino
vertical del lenguaje y de la creación, eso que nos recuerda Paul Reverdy al decirnos que la poesía
“…debe seguir siendo el único punto de altura desde donde se puede todavía, como supremo consuelo
de nuestras miserias, contemplar un horizonte más claro, más abierto que nos permite no desesperar
completamente”.
El misterio está de este lado del espejo.
Juarroz
Una sola palabra es una casa de espejos
Roberto Juarroz nació el 5 de octubre de 1925 en un pequeño pueblo del campo llamado Coronel
Dorrego, en la Argentina. Su años posteriores los pasaría en Adrogué. De ese regalo del tiempo quedaría
marcado para su vida la magia de la naturaleza, la tierra, la pampa, el campo abierto, el enorme silencio,
los cielos interminables y el tesoro mejor protegido de la humanidad: los recuerdos de la infancia, sobre
ellos siempre volverá con otras palabras y con ellas nos hace encontrar la magia del tiempo.
La obra de Juarroz es una; es una y múltiple. Desde el lado más profundo es una obra que nos lleva a
través del lenguaje a reconocer los símbolos del tiempo y con ellos la esencia de la palabra poética
descifrada en 14 libros verticales. Su obra nos permitió la búsqueda de lo divino a través del lenguaje.
La búsqueda de lo humano en las marcas encarnadas que hacen al hombre otro ser en el universo. Su
expresión volcó de silencio íntimo la página en blanco. Así, el poeta, desde el bostezo de un sueño lejano
y acabado nos permitió volver a la vida en la palabra, al alfabeto misterioso de muchos lenguajes, al
enigma que aún esconden las palabras. Vertical es su enseñanza, vertical la búsqueda. Vertical la
angustia ontológica y vertical la mirada de quienes pasamos de largo. Toda una labor que nos hace
recordar y restregar ese desaliento al mundo que nos rodea y que pareciera estar paralizado.
Su obra es además la búsqueda de un centro donde el lenguaje es camino y a la vez laberinto. Donde la
palabra es oscuridad y agonía. Juarroz nos hace un llamado para emprender y comprender una suerte
de otra dimensión del lenguaje donde la poesía es y habita. Nos enseñó a reconocer nuestra propia voz
en la voz de la poesía desde la tradición. El poeta crea un lenguaje capaz de desentrañar de sí mismo un
aire esencial del que respirarán muchas de sus palabras. Y es con ellas con las que abrirá paso al tiempo
y con las que sin duda albergará el silencio puro de la poesía en la página ya escrita.
El poeta será así un cercano de todos los huéspedes del lenguaje, esos que han llegado por asalto,
muchas veces, a tomar lo propio y secreto de cada palabra, para crear un lenguaje que lo sostiene de
verdad en el mundo. El poeta busca alcanzar ese punto álgido de la verticalidad en la que la palabra
reposa para traer de ello lo puro, lo sagrado, lo protegido y derramarlo en el lenguaje de la poesía para
otros.
Roberto Juarroz dice que Paul Eluard nos recordó que el poema tiene como posibilidad dar a ver,
mostrar al mundo, mostrar esto que nos disimulamos todos los días. La poesía así es aire puro y
transparente y a la vez ocultamiento en la palabra. Música olvidada que el poeta nos vuelve al oído.
Silencio que nos une con la partícula de otro mundo de palabras que no han perdido su misterio.
No podemos sino dejar estas palabras del poeta para culminar este sencillo homenaje: Roberto Juarroz
“… amo más que nunca la poesía como creación extrema del hombre, me siento como siempre un
aprendiz, sé que he escrito algo relativamente diferente, no me interesan el éxito literario ni la fortuna,
ni tampoco la farándula “socio-literaria”, busco lo abierto…”. Con ello nos queda la convicción del
poema que no cierra la página, del poema intencionalmente incompleto. Ese algo sin acabar que se lee
en Juarroz a través de sus páginas verticales. El poeta tiene que confrontarse con esa trágica realidad, al
descubrirla sabe también que la palabra que agrega a la poesía permitirá hacer más incompleto el
poema. El poema se escribe en el tiempo infinito de la palabra y también en él se borra.
La vida del poeta debe ir hacia el destino vertical de la palabra. Juarroz nos hizo ver esta enorme obra
en ese camino esencial. Nos hizo partícipes de una búsqueda que sigue desentrañando el lenguaje. Una
sola a lo largo de la vida. Quizás porque el poeta a través del tiempo termina escribiendo un solo libro,
en el que es necesario el equilibrio entre la palabra y la vida, entre la palabra y la muerte, entre la
palabra y el silencio. Este es su legado. Juarroz desató la palabra de toda nuestra poesía
contemporánea. La desató para que ella dejara de seguir a ciegas entre las modas y saltara hacia un
mundo vertical del lenguaje tan lejano hoy y tan necesario.
Semblanza
José Gregorio Vásquez C.
(San Cristóbal, Táchira, Venezuela, 1973)
Poeta y editor. Profesor del Departamento de Literatura Hispanoamericana y
Venezolana de la Escuela de Letras, Integrante de la Red Internacional de
Investigadores de la Literatura Comparada (REDILIC) de la Universidad de Los
Andes, Mérida, Venezuela. Ha publicado: Palabras del alba (1998), Lugares del
silencio (1999), Ciudad de instantes (2002), Bogotá siempre palabra (2002), El
vago cofre de los astros perdidos. Antología del poeta ecuatoriano César Dávila
Andrade (2003, 2011), El fuego de los secretos (2004), La tarde de los
candelabros (2006), Ingapirca (2011), Cantos de la aldea (2012), La noche del sol
(2013) antología que reúne una selección de su poesía, Solamente el olvido
(2014), Mínimo esplendor (2016), Decir un día (2018) y La escritura interminable.
Veinte poetas bajo palabra (2022).
Ha sido editor y compilador de la obra ensayística de J. M. Briceño Guerrero, bajo
los títulos: Mi casa de los dioses y El alma común de las Américas, y por más de
25 años, editor de toda su obra literaria.
Desde 2002 lleva el sello editorial La Castalia, donde ha publicado un número muy
significativo de escritores venezolanos y de otros países. Recientemente, bajo
este sello editorial, hizo posible la Colección de poesía Alfabeto del mundo, junto a
Ediciones de la Línea Imaginaria, Quito, Ecuador. Es una colección con más de 50
títulos de las voces más singulares de la poesía iberoamericana contemporánea.
Esta y otras colecciones se encuentran en la página: www.lacastalia.com.ve y son
de acceso libre.