Por Ángel Fuentes Balam
—Decidí ya no mirar mi cara sobre el lago. Decidí romper todos los espejos de mi casa. Yo soy fea y quisiera caminar solita entre la negrura de mis paredes calcinadas por siglos de vejez. “Eres fea”, cantan las niñas del pueblo y me señalan. Y me siento a llorar tranquila, recostada en una roca, donde ningún fauno, ningún duende, viene a perturbar mi tristeza.
Siento el pasto, reverdece con mis lágrimas. El bosque me arropa como mi mamá nunca lo hizo.
No quiero que la gente me vea. No quiero ver sus caras de disgusto por mi cuerpo. Me duelen sus risas, sus susurros, sus miradas… Quiero estar acostadita y sola, en mi cama, desde donde puedo viajar a cualquier lugar, o caminar entre los árboles que no me juzgan por quién soy. Jugar a que monto en un pájaro turquesa y vuelo más allá de la lengua de los otros.
Quiero ser como esas niñas guapas que se anudan grandes moños y asisten al catecismo para que todos las admiren. ¿Dios puede quererme sin moño enorme?
—No digas bobadas —dice el campanario de las seis— tú eres hermosa.
Y me lo repito en el camino a casa, para que lo crea. Hasta lo volví una canción:
¡Tú sí que eres hermosa, ninfa rota!
Hermosa como una telaraña,
o como el atardecer y la mañana.
¡Todos te quieren, ninfa rota!
Abuelita igual lo dice, pero no le creo. Las abuelitas mienten demasiado y te obligan a comer. Yo no quiero comer. Quiero ser liviana en el columpio.
—No digas bobadas —dice el roble—. Dentro de ti hay más belleza, porque Dios te hizo al revés que al mundo, porque lo miraba en el espejo (ojo de cielo) y todo se veía de otro modo. A las ninfas rotas las creó al séptimo día, no es verdad que se puso a descansar. De ti brotan las cosas más hermosas. Es tu sangre, hermosa.
—¡Yo quiero que me vean! —Grito—. Sólo a los bonitos ven. Sólo dan medallas a las niñas guapas que se esmeran en sus moños y que no hablan de otras cosas.
—Tú puedes hablar con los árboles y hasta con los campanarios. Esas niñas que dices, no saben hablar.
—Pero a ellas las quieren. ¿De qué me sirve entonces, roble, saber hablar contigo? ¿Me puedes amar? Las veo jugar, lejos… Me dan ganas de ponerme vestiditos y ser guapa. Pero aunque lo intente, no soy guapa y nunca lo seré.
Y me pongo a llorar y mi amigo roble me deja subir entre sus ramas.
Ayudo a abuelita en la cocina, mientras platico con el polvo. Casi nunca me contesta, pero sabe escuchar bien. Escucho que llueve y me da gusto. Alimento a los gatitos flacos que se acercan cada jueves a echarse al pan.
Ya no miro mi cara sobre el lago. Me quedo sentada y sin hacer ruido, en la orilla espesa. Quiero ahogarme; me dan ganas de saltar y hundirme para siempre, a ver si como sirena tengo suerte. Pero me quedo mirando hacia la nada, hasta que anochece y llega por fin la hora de dormir.
Ángel Fuentes Balam. Mérida, Yucatán, México. 1988. Director de teatro, escritor y actor. Es autor de los libros: “Melodía tu engranaje quieto” (Editorial El Drenaje), “Cruoris o la rabia que fuimos” (Libros en Red) y “Devoré el cráneo de Eros” (Ediciones O). Ha publicado en las antologías: “Pyramid”, “Small Claim of Bones”, “Cuéntanos tu locura”, “La memoria de los días”, “Dramaturgia Express I”, “Karst. Escritores de la península de Yucatán” y en diversas revistas a nivel nacional e internacional entre las que destacan: “Morbífica”, “Círculo de escritores”, “Río Arriba”, “Mollete literario”, “Ariadna-rc” y “Delatripa”. Productor de: “Buqueic” (2017-2018), presentación de lectura y acciones escénicas sobre literatura pornográfica, erótica y violenta, realizada por autores mexicanos.