Virgen de las palas
Guillermo Martínez Wilson
(Capítulo de la novela inédita Los caballeros de la sirena)
Después de jugar con mi hijo, que ya era una personita llena de encantos, se lo dejé a Nora en sus brazos, les di un beso a ambos y le dije a ella que iría al tenderete de mi compadre Serafín. Me preguntó si no iba a terminar los trabajos de artesanía pendientes. No estoy para nada trabajólico hoy, respondí. Me quedó mirando con cara preocupada. Fumas mucho, dijo. No, no es ese el problema. Cuál entonces, estás desanimado, yo te noto. No creo, ando con mi misma cara de todos los días, no tengo otra, el marido que tienes es el mismo de siempre. No quieres irte de viaje un tiempo a España donde tus amigos Julio y Fernando, te haría bien. Quién lo dice, sería un extranjero igual que aquí, un exiliado en este balneario, allá sería lo mismo. Ahora podemos hacerlo, piénsalo. Y si no volviera más, qué harías. No ha ocurrido… en su momento, me contestó, mirándome como una madre que te conoce muy bien y siguió: pero te despejarías un poco, ver otros mundos, conocer, si está claro que a ti no te interesa el plebiscito ni el cambio político. Queridita, me recuerdas un chiste que contó Julio sobre unas argentinas en el Metro de Estocolmo. Samuel te estoy hablando en serio, no le encuentro la gracia. La tiene, no se preocupe tanto, no estoy deprimido, estoy como el tiempo y el tiempo cambia, chao, voy al almacén de Serafín.
Salí, el mar y el cielo eran una línea gris tirando a negro. Unos hombres estaban afuera de la hostería, no resistí la tentación de ir a indagar. Qué hacían y quienes eran, por sus trazas no parecían turistas, estaban vestidos con overoles de trabajo. Fui hacia ellos, iba a preguntarles qué hacían en el balneario, pero no me conocían ni yo a ellos. Saludé en el justo momento en que otro salía a unírseles con un cajón de herramientas, me miró y les dijo a los otros: vamos, que el español que nos contrató debe estar echando humo. Está la señora de la hostería, pregunté. Sí está, me contestaron. Uno le dijo al último: pa´qué tomái tanto, por eso nos atrasamos, vamos a ver el trato, cómo está el billete, la paga es súper… súper importante y se fueron. Entré a la hostería, la primera impresión, el olor húmedo y la oscuridad, las ventanas permanecían tapiadas. Llamé y apareció doña Petronila, nos saludamos con entusiasmo. Usted por acá en pleno invierno, le pregunté. Sí, un favor que me pidieron para atender a estos hombres por una semana; pase y le sirvo un tecito. Entramos a la cocina, me indicó un asiento y me sirvió. Este pan amasado está fresquito, me lo trajo doña Ifigenia, la mujer del sargento, es tan buena, comentó. Pensé para mí que una vez la Palillo había dicho entre sus cofrades, que la regenta del hostal había tenido un Cahuín* en Chincolco o Quinta de Tilcoco y le decían Doña Peta mata el Pato. Y ustedes cómo están, la Norita y el niño. Todos muy bien, lo que se le ofrezca, ya sabe que estamos a su disposición. En seguida me preguntó por todos los residentes, los enclaustrados y los retornados. Le conté que Julio y su familia volvieron al extranjero por un tiempo y que mi amigo Fernando también viajó, los demás se aprontan para irse a Santiago y agregué: si los pilla el cambio de gobierno aquí, van a llegar cuando no haya nada que agarrar, usted sabe como es la política ahora. Ella no comentó nada, fue por una olla y se puso a pelar papas. Y estos maestros en qué andan. Ah, estos hombres vinieron a construir una capilla, en el sitio al lado del negocio de don Serafín. Quedé totalmente sorprendido ¿Una capilla? Sí, creo para una virgen. ¡Mi compadre! De veras que ahora es su compadre, pero parece que la señorita, su novia, es muy devota y van a hacer una capillita para instalar una virgen que cuide nuestro balneario. Qué raro. Sí, yo creo, ellos se casan pronto. Pero no van a vivir aquí. Será para que la gente le ponga velas y cuide, usted sabe. De verdad me sorprendió que Serafín no me comentara nada, tal vez a Nora. Yo tengo que hablar con él, me contestó. Porque estos hombres que vienen de Rancagua son bien buenos para el trago, ayer se tomaron una botella de pisco y quiero hablar con don Serafín y saber quién paga. No quiero tener problemas después. Señora Peta le agradezco el té, ya sabe donde estamos, es su casa.
Caminé directo hacia el almacén. En el trayecto vi a los constructores de capillas para vírgenes, me acerqué a ellos, ahora nos saludamos. El que hacía de jefe comentó para todos: lo malo del terreno compuesto de tierra y arena, es que obliga a hacer grandes soportes enfierrados. Mientras, dos de ellos estaban en el zanjón con sus palas agrandando un hoyo que me pareció desproporcionado. Lo comenté y un flaco que excavaba me preguntó ¿Caballero, usted sabe por qué necesitan una capilla tan grande… para qué la quieren? No, ni idea, sé que es para una imagen, lo que no entiendo para qué construir también esa especie de sótano. Ven, no les dije chiquillos, estos españoles son secos pal´oro, esto es para guardar el billete. Nos reímos, pero señalé que si les habían encargado levantar una capilla para una imagen, es porque es solo para eso. Yo caballero, con la experiencia que tengo, no creo así como así nomás, sabe por qué, fui a pedirle un paquete de cigarros a don Serafín, pero me retó y sabe qué decía: “Me cago en la Hostia”, no han puesto ni un ladrillo y ya están pidiendo anotado. ¡Hostias carallo! Usted caballero, cree que el señor es católico, mire lo que dice de las cosas sagradas, esto para mí, es para guardar el billete, se lo afirmo con toda certeza. Habría sido ridículo rebatirlo. El que estaba junto a él se reía y me dijo: no le haga mucho caso, mire que este cuando está con copete, dice que habla con los muertos que tiene en la casa donde vive. Mientras, que con el índice hacía un círculo alrededor de su sien, indicando que le faltaba un tornillo. Yo -nos contestó desde el hoyo- vivo en el cementerio para que usted sepa caballero, he visto muchas cosas en mi vida, dijo, dirigiéndose a mí. Extrañado por el lugar donde vivía, pregunté ¿ustedes son de Rancagua? Y ahí vives tú, en el cementerio de Rancagua, ahora esa ciudad debe estar convertida en una gran urbe. El mismo flaco hablantín me contestó. No se imagina lo que ha crecido, tremendo, enorme; pa´cá y pa´llá, lleno de poblaciones, un Mall inmenso y lleno de mujeres. Chíh, le contestó el que hacía de jefe, y vos no agarrai ni una. No seái irrespetuoso con el señor aquí presente, vos no sabes nada de mi vida. Nos reímos con ganas. Les pregunté por qué venir desde tan lejos a trabajar, el jefe me contestó. Es que está muy mala la pega y hay que tomar lo que venga. Allá en Rancagua nos dieron los pasajes, nos dijeron agarren sus herramientas y partieron. Nosotros somos auxiliares en el cementerio, hacemos tumbas, mantenemos los mausoleos y las plantas, reparamos todo, pero ahora está muy malo el negocio. Sorprendido les pregunté si ahora no muere gente en Rancagua. Me contestó el flaco: mire señor, de morir, mueren, pero la competencia es tremenda, echa abajo cualquier empeño ¿Competencia, no entiendo? A los cementerios modernos les dicen Parques, son elegantes, parecen canchas de fútbol y a los ataúdes los bajan despacito con una maquinita, además entierran de a diez por tumba, se imagina, cuándo se va arreglar este negocio, si hasta excavan con maquinaria, ya no se necesitan las palas. Ahora la gente no arregla los nichos, no está bien esta cuestión. Y tú cómo es que vives ahí. Mire, tengo que mantener limpio el mausoleo y ordenadito, con los bronces muy brillantes, no ve que el administrador municipal se puede dar cuenta que en esa tumba ya no quedan deudos vivos y es capaz venderlo, la gente está muy mala. El otro que estaba junto a él en el zanjón le dijo: podrías llamarte como el nombre que está escrito en la lápida, no te echa nadie de ahí. No le hizo caso y me contestó a mí. Sabe cómo se llama mi casa. No, no me imaginó, dime. Tengo unas lindas letras arriba de mi puerta “Aravena y Rivas-León” qué me dice; mi mausoleo es más grande que esas casitas que edifica el gobierno para los pobres. Debió ser una familia muy antigua de Rancagua que se extinguió, le comenté y volví a preguntar, que cómo era posible vivir ahí. Yo vivo caballero con el alma en un hilo, un día cualquiera pueden aparecer parientes lejanos de los difuntos y me desalojan, se imagina. Ya me pasó una vez, cuando era chico y vivía ahí mismo con mi mamita. Aparecieron los parientes y hubo que volar. Y vivías ahí con tu madre. Sí, mi viejita tenía un puesto en la Catedral, súper bueno. Cuando esta gente era católica llenaban las misas, ahora nada, están todos los negocios malos. A la iglesia van puros izquierdistas, más pobres que uno, no dan ni una peña, está pésimo el país. Usted cree que va a cambiar con el plebiscito, perdone que le pregunte una infidencia, pero usted es del gobierno caballero. Me reí. Soy harto intruso flaco, le dijo el jefe, que tiene que ver la política aquí, el señor puede ser de donde quiera. Es que los tiempos han cambiado tanto, yo he visto muchas cosas en el cementerio. Ya te caché flaco -le gritó uno de los compañeros- estai atragantado por contar, cuenta nomás copuchento. Sabe caballero -me dijo – es que usted vive aquí solo en este pueblo tan chico, en que no hay ni plaza y no pasa nada. Pero en Rancagua pal´ golpe, los pitucos le dicen “Pronunciamiento”, por el año setenta y cuatro o el setenta y cinco, los milicos llegaban al cementerio con cuerpos en bolsas plásticas y después han vuelto varias veces. Ustedes tenían que enterrarlos. No, nosotros súper fondeaos. Nada que ver con esos delitos y como vivo ahí, escuchaba cuando traían a milicos jóvenes para cavar las fosas, las tapaban y se iban. Después han vuelto a sacar unos y a cambiar a otros, una cuática mi caballero con los cadáveres. Y por qué los cambian. No sé muy bien, pero debe ser porque andan las familias con jueces y curas buscándolos. A veces venían en la noche tarde y escuchaba a los sargentos gritar: Saca cualquiera nomás huevón. Ni un respeto con los finados.
Antes de irme les comenté que la verdad me parecía un poco exagerada la capilla, no comprendo lo del sótano. El jefe me indicó que había entendido que la parte de abajo era para las velas y arriba hacia la calle, era para instalar la virgen y así la gente le pudiera poner flores, aunque el flaco insistía que era pera guardar algo, como el oro supuestamente acumulado por mi compadre. El otro, que tenía cara de bandido de la película mexicana dijo: y este Carabinero* de aquí, da más órdenes que el que pone la plata, que metro y medio pa´allá, que metro y medio pa´acá, nunca habíamos trabajado con tantas órdenes y contra órdenes. Además, la vieja de la pensión es súper chora, lo primero que nos ladró fue: aquí no se fuma en las piezas y hay que usar bien los baños. Calcule, dónde la vio, creerá que somos incurtos, si somos de Rancagua, no somos na´ de esos pueblos ordinarios sin ningún brillo. ¡El sargento! Les pregunté extrañado ¿Qué tiene que ver él? Eso es lo que yo digo mi caballero, si él tiene su sueldo del gobierno y a ellos no les gusta mucho lo católico. Los dejo, voy a enterarme más de este asunto con Serafín. Oiga -me preguntó el flaco- usted que es de aquí, cree que el caballero español sea bueno para pagar, mire que nos han pasado muchas cosas en la vida. Que no les quieran pagar, pregunté sorprendido. Ya nos ha pasado, hemos terminado trabajos en mausoleos y criptas, pero después los que contratan, los capitalistas digamos, se ponen choros; que ustedes no gastaron todo el cemento y mentiras de esas para no pagar lo acordado, tenemos muy malas experiencias. Sobre eso les puedo garantizar que mi compadre siempre paga, se los aseguro.
Me despedí y me fui caminado lentamente hacia la esquina, mientras aún escuchaba cómo reprendían al muchacho hablador. Me escondí para oír a estos divertidos maestros en mausoleos. El jefe gritaba al flaco: no te he dicho que tengas cuidado con lo que dices, mira que en estos pueblos chicos son todos parientes y tú tan boca de tarro. Luego uno de ellos dijo -Mi taitita me decía: cuando vayas pa´ Coinco o Doñihue y otros pueblos, no hables nunca de nadie de por ahí, mira que en ellos están todos emparentados; y si descuerái a uno, le caes mal a todos los otros- Ya no me reten cabros… y yo que le estaba haciendo los puntos a la señora de la pensión, ahora capaz que sea tía del caballero. Todos rieron.
Me puse la mano en la boca para no dejar escapar mi carcajada pero, justo descubrí a la Palillo, la mujer del sargento, observándome. Qué pensará, riéndome solo escondido en una esquina. La saludé con un gesto de cortesía y entré al almacén.
*Cahuín: Casa regentada, donde se festeja con alcohol, baile y mujeres.
*Carabinero: Policía uniformado. Chile.
Fotografía encabezado: Juan Brito
Guillermo Martínez Wilson nació en El Barrio La Chimba, Santiago de Chile en 1946. Estudió en la Escuela de Bellas Artes Aplicadas de la Universidad de Chile, Facultad de Arquitectura. También cursó estudios en la Escuela de Grabadores Forun Grafik en Malmo, Suecia. Fue Director de la Sociedad de Escritores de Chile y colaborador en diversos medios periodísticos cómo: Diario Atacama, Diario Chañarcillo y Página virtual AtacamaViva. Ha publicado El juicio final y otros cuentos en 2006, Entre pata de cabra y cantina y Los Caballeros de La Sirena Negra en 2011, El Traductor en 2016, Josefov en 2019 y Oficios fantasmas y Vaso vacío en 2022. Además, paralelamente desarrolla su obra como destacado grabador, en la que observa, recupera y exalta, con profunda y certera mirada poética, escenas en luz y sombra de hechos, oficios e imaginarios atávicos de nuestro continente.