Tres sorbos de café (Columna)

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Tres sorbos de café

(Para leer en voz alta)

 

Por César «Chico» González

 

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Primer sorbo

Hace días que no paraba en casa mas que para dormir… la mañana camina despacito y enciende las ventanas… conforme va aclarando se hace más y más evidente que quien estuvo aquí pasó de prisa… hay una cordillera de platos sucios, hay camisas echadas a dormir en cualquier parte y calcetines que como viejos matrimonios, ya no se abrazan ni se acuestan juntos… en un rincón, hay un refrigerador al que le gruñen las tripas de hambre y una congregación libros que desde hace semanas, sólo masculla palabras para sí misma…

…la plusvalía de esta casa no se mide en de construcción, sino en kg/m³ de silencio; la densidad del silencio… pero por denso que sea, el silencio pierde todo valor si no hay nadie allí para escucharlo… es el penoso despilfarro de un artículo de lujo, escaso en estos días; como si silencio nos sobrara…

…pero hoy no corre prisa y hay música y café y  mucho tiempo para escalar de a poco las cordilleras; para prepararle un baño caliente a las camisas, para reconciliar a viejos calcetines y para saciar el hambre eterna del refrigerador…

…al final de la tarde, habrá alguien para escuchar el silencio de esta casa; para tomar un libro, para servirse un Jack, para mirar alrededor y pensar: esto es vida …

 

 

Segundo sorbo

 

…de niño me llevaron muchas veces… me la pasaba con los ojos cerrados estrujando el sucio cojín del asiento, con la angustia de si el toro cogería al torero o viceversa… al final la plaza aplaudía, abucheaba o lanzaba un alarido de terror dependiendo quién cogiera a quién… en cualquier caso, el final era  infinitamente triste y la sangre, humana o bovina, fue siempre más roja que en las películas…

…lo que si me gustaba era estar con mi abuelo… era como ir de la mano de un viejo árbol de esos que dan mucha sombra… —un caballero usa sombrero sólo para poder quitárselo cuando pasa una señora guapa, ¿estamos?— y me calaba el sombrero…

…me gustaba el paseíllo de las cuadrillas, los trajes, los caballos, la música -ah la música-… me gustaba que me dieran una probada de la bota de vino y por supuesto las señoras guapas a cuyo paso, mi abuelo y yo, siempre nos quitábamos el sombrero … me gustaba ver salir al toro hecho una tromba de los toriles…

…el gusto terminaba allí… después era cerrar los ojos, estrujar el cojín y esperar a que todo terminara, de un modo u otro… a veces terminaba pronto, otras no tanto…

…luego, ya fuera de la plaza, me volvía a gustar que mi abuelo me contara de toreros famosos, de toros invencibles, de los cuadros de Goya que años después pude ver en vivo y a todo color, algunos de ellos, y en muerto y  blanco y negro muchos otros…

…tal vez sea por eso que soy perfectamente capaz, de sentarme a conversar con alguien a quien le gustan las corridas de toros, y también de suscribir las razones de los anti taurinos para que dejen de existir…

…por mi parte, no voy a las corridas ni a las manifestaciones, ni soy taurino ni anti taurino… mis batallas son otras… si algo soy en ese sentido, es el recuerdo de aquel niñito que se quitaba el sombrero frente a una señora guapa y a quien le gustaba andar a la sombra de su abuelo… aunque fuera en los toros…

Tercer sorbo

 

…agonizó largamente y ayer expiró por fin… le quedaba una hojita verde que peleó hasta lo último y me daba esperanzas de que se recuperaría; no sucedió… la cuidé durante años desde que me la diste cuando cumplí 40; hace seis años, casi siete…

…—cuando Gertrudis se marchite (nunca entendí esa manía tuya de ponerle nombres exóticos a plantas de por sí exóticas) esto que tenemos tú y yo; el cariño, la complicidad, se habrán secado —dijiste—, con la voz de pitonisa que usabas para profetizar catástrofes…

…—no seas mamuca; que yo te quiera no depende de si Gertrudis vive o muere, y tú me vas a querer siempre porque soy encantador… me miraste entonces con la sabiduría de siglos con la que miran algunas mujeres, y me abrazaste con conmiseración como diciendo: tontito, no entiendes nada…

…todos estos años regué a Gertrudis; la puse al sol, la puse a la sombra, la aboné, le canté, y brindé con ella a tu salud y a la de tus bellos ojos… se la encargaba a la vecina cuando salía de viaje como quien encarga a su gato… un día un amigo a media fiesta la regó con un poco de Jack Daniel’s y estuvimos a punto de dejar de ser amigos… al parecer a Gertrudis le vino bien porque unos días después, arrojó una enorme y ebria flor amarilla…

…tú venías a menudo y la examinabas de reojo… —nuestra Gertrudis florece —decías—, ven a la cama…

luego, muy de a poco, dejaste de venir o venías y yo estaba de viaje… siempre dejabas una nota: “vine y no te hallé… cuida a Gertrudis, la veo desmejorada»…

…anoche, en el velorio de Gertrudis, miraba la última foto que nos hicimos juntos hace más de seis meses… estábamos sentados en la cama; tu cabeza recargada en mi hombro, tu maldito cigarro en la comisura de la boca, tu media sonrisa y la mirada de alguien que sabe algo que tú no sabes y no te lo va a decir; Gertrudis en tu regazo…

…te llamé para decirte que aunque Gertrudis había muerto, había dejado un hermoso cadáver como las estrellas de rock; que yo estaba aquí y que tú podías venir cuando quisieras… que habría tabaco y Jack y que podríamos reírnos y emborracharnos y dormir abrazados como siempre… te llamé y aquella voz extraña contestó: —estimado usuario, el número que usted marcó no existe, favor de verificar…

…agonizó largamente y ayer, expiró por fin…

 

 

El poso del café

 

no quiero que te quedes… prefiero que no dejes de venir…

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