Textos de Mery Yolanda Sanchez

Mery Yolanda Sanchez

Mery Yolanda Sánchez 

Cascada

Eras la confusión y la magia, la marioneta y los dedos. De golpe la vida tartamudea y te inquietas por los mutilados, si sueñan en los trajes que alargan sus pasos, si sostienen el cosquilleo del lamento. Bailas con los lisiados y la imagen que guardan en el zapato que les estorba.

 

 

Mery Yolanda Sánchez 

 

CascadaMery Yolanda Sanchez

Eras la confusión y la magia, la marioneta y los dedos. De golpe la vida tartamudea y te inquietas por los mutilados, si sueñan en los trajes que alargan sus pasos, si sostienen el cosquilleo del lamento. Bailas con los lisiados y la imagen que guardan en el zapato que les estorba.

 

El baile

Las cantaoras atraviesan la calle de la oscuridad y entierran los caballos del ruido. Y tú ahí, caído, en un asiento perpendicular a la pared ves pasar el cortejo de las navajas.  Cae la tela que cubre un rostro, tal vez el mismo que vocaliza la marcha de las candelillas. Secas tu llanto con las prendas de los gritos en la coreografía de hombres alineados. Estás en la memoria del almendro, con bailadores en el lienzo, en la liviandad de niños descalzos que ríen y saltan sin temor a pisar un estruendo.

 

Señales particulares 

Ocultas tus palabras en peces que penan en las frases del río. Avisan a incendio en las gotas de tus canciones que ruedan en la garganta de la ciudad.  Los caballos de luces en las crines se han marchado, cansados, ya los hijos no se comen a sus padres para ver morir a sus madres. En eso pensabas cuando te saludó el hombre que escupe mariposas.

 

Telares

Del olvido sabías, es una madeja de difícil comienzo. Se desenreda el cadejo, se hacen telas donde se amontonan y guardan historias de los cuartos fríos. Sabías que los mancos llevan con orgullo una llave de dos manos para asegurar la angustia.

 

A dos columnas

Las lamparillas pierden el rumbo y se acomodan en el luto para parecerse más al mundo que las prohíbe. Te evocan la ansiedad de las piedras para decir con buena letra del barro primavera en un número amarrado al dedo del pie. Los pasantes ya eran malos cuando el lapo les cruzó la cara,  reposaban el susto de Dios que nació cerca de ellos y abrió las bocas de los dragones. Vas con ellos y los deja en el huerto donde juegan las brujas para glorificar a los que no terminan de morir porque esperan un beso en la frente.

 

Separaciones

Piensas en los dedos de los cuerpos tibios, se entrelazan y te duelen de nuevo las garzas tristes. Oyes los cantos de las mujeres que se volvieron antiguas de tanto buscar. Ellas cruzan la plaza, con sus tetas en el suelo y las ganas apagadas en la caída del agua. Ya no lavan sus rostros para conservar el olor de sus hijos.

 

Liviandad de la memoria

El aviso “La carnicería” sigue en la pared de las sombras. No dejas de mirar ni de repetir el lavado de los platos limpios. Cuelgas tu ropa en los mismos ganchos y caen golosinas. Tocas las manchas y sabes de ese olor que saboreas. Decides no renunciar a lo poco que te dejaron. Una señal, un sueño en la barca que espera el  olvido y que te aprieta cuando te sientas a leer los periódicos de esos días en que no estuviste con ellos. Alguien tenía que recordarlos y ese eras tú que los alimenta y los cuida en la casa del aviso.

 

De fácil aplicación

De ella te contaron que nunca supo por qué al salir de su casa se quitó el reloj. Llueven babosas en la piel. Que su tiempo fue el garrotazo que duró seis años de trece meses. Caen rayos y centellas en la radio. Te dijeron que al comienzo preguntó por utensilios y el comandante rió. Se sacude el río en las sombras del sol que cierra la selva. Que la llamaron con varios adjetivos hasta perder el equilibrio y que felicidad fue una pata de gallina en la torta de cumpleaños sobrados de los victimarios. Olvidaron decirte que en la última escena ella se soltó de los ataderos y al público no le gustó. 

 

En las arterias

Caminas en las cicatrices de las calles, en la región de habitantes que coleccionan escaleras para que la demencia no les entre por el ombligo. Se lavan los dientes y limpian los zapatos por si tienen que alcanzar la esperanza. Contigo ríen, en carcajadas, con la mano en la boca, para no perder el territorio que les devolvieron. Las muecas ahora lucen mejor. Hay un punto que se expande en el agua, un cirio del matorral que levanta la cabeza del día. 

 

 

Mery Yolanda Sanchez nació en Colombia el 30 de junio de 1956.Ha publicado los libros de poesía La ciudad que me habita (1989), Ritual para las noches (1997), Dios Sobra, estorba (2006), la antología Un día maíz (2010), Gradaciones (2011) y la selección de poemas Rostro de tierra. En 2012 su novela El Atajo recibió mención de Honor en el II concurso de Novela Breve de la Universidad Javeriana y fue publicada en 2014. Sus poemas, cuentos, comentarios literarios y reseñas de libros han aparecido en diferentes antologías y revistas del país, México, Brasil y Venezuela. Obtuvo mención de honor en el concurso El cuentista Inédito del Centro de Estudios Alejo Carpentier en 1987 y en 1994. Fue beneficiada con la Beca Nacional 1998 del Ministerio de Cultura por su proyecto Poesía en Escena (propuesta escénica para la presentación de lecturas de poesía que se realiza en Bogotá desde 1993).  Ha participado en festivales y encuentros de Poesía en varias regiones del país y en 2008 fue invitada a un Encuentro de Mujeres poetas en el país de las Nubes y al Festival Diverso, en México.

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