Tequila y Vodka. Whisky

 

El Aprendiz de Palabrero

 

Por Antonio Orozco

 

A veces quisiera ahogarme en una cuba.

Vaciar todo lo que ha quedado en mí y sepultarlo con tequila y vodka. ¡Cómo me odio en estos días en los que soy incapaz de olvidarme de tu maldito nombre! ¡Cómo me odio en estos días en los que sólo deseo arrancarme tus besos, tus caricias, tus promesas! Ojalá sólo pudiera atragantarme con mi propio corazón.

Llego a la barra buscando refugio, ¿cuántos fracasados, igual que yo, no han llegado a este bar, con la firme convicción de ahogar sus penas? ¿De pudrirse en alcohol? ¿Cuántas veces más llegaré a este bar con la misma puta intención: olvidarme de ti? He venido tantas veces que ya soy un cliente frecuente. He venido tantas veces que no importa quién esté atendiendo  en la barra, ya saben lo que he de pedir: tequila y vodka. Vodka para acordarme de tus caricias cuando me hacías tuyo, desnudo sobre mí y tequila para olvidarlas.

 

¿Por qué te fuiste?

¿A quién carajos le importa?

Simplemente te largaste sin decir adiós.

¿Hace cuánto tiempo te fuiste?

Eso tampoco importa, podrían pasar mil días y nadie volvería a tocarme como lo hiciste tú.

Hoy, como otras noches, he llegado a la barra del bar más que cansado, derrotado, humillado; como un hombre que sólo se tiene así mismo y que, aún así, no vale nada. He Llegado para hundirme en este banco al sentarme, fijando mi atención en el sabor de ese vaso que me hace recordarte, bebiendo a mares del que ayuda a olvidarte. El hombre de la barra no ha querido saber de mí, no me hace plática, ni me sonríe pretendiendo ser empático conmigo; únicamente llena mis vasos cuando éstos se vacían en mí como alguna vez lo hicieras tú en la intimidad de nuestra habitación.

Y aquí estoy yo, tratando de recordar todos tus besos para, ¡por fin!, olvidarlos uno a uno; cuando, sin hacer el menor ruido, en el banco de junto, un hombre de corbata, con nudo flojo y barba de tres días, se sienta. Levanto la cara y sus ojos se encuentran con los míos. A modo de saludo, me sonríe con la misma sonrisa gasta y vieja que yo traigo en mis labios rotos.

–Hola –digo al verlo sentado muy cerca de mí.

–Hola –contesta y me tiende su mano. La estrecho.

Silencio.

Un largo, largo silencio.

–¿Me dejas invitarte un trago? –pregunta con timidez.

–¿Por qué no?

–Whisky, dos por favor…

El hombre de la barra sirve los tragos y los coloca frente a nosotros.

–Daniel –me presento, levantando mi whisky y lo inclino hacia él.

–Santiago.

Escucho atento su nombre, olvidándome el tuyo y brindo con él, por gusto de conocernos.

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