Jesús Koyoc Kú
Llegado a casa,
desempacadas bolsas y maletas
encontré un poco de aquel café
que tomamos en el descampado verde
en donde expusiste
tus ideas sobre la poesía, David:
A David Márquez, poeta colombiano
Llegado a casa,
desempacadas bolsas y maletas
encontré un poco de aquel café
que tomamos en el descampado verde
en donde expusiste
tus ideas sobre la poesía, David:
que atravesaste por ella
al salir de Cali
y se asemeja a las montañas
que nublan tu barba
y que son más viejas que el primer verso
y estarán ahí hasta después del punto final.
La poesía, dijiste,
es un arma
que debe dispararse a cada momento
que el poeta debe soportar como un ejercicio diario
a cada hora o minuto
sin importar que el apagador no sirva
que el metal de los versos
calcine los dedos la hoja ahogada en tinta
la tinta misma emergida de los volcanes de Puebla
la magia de Cholula la vorágine de la CDMX.
Las palabras están ahí para alargarse,
para volverlas más que espuma
sobre el papel estéril
para volar la cabeza de los burócratas de las letras
y arder parques y plazas
los ángeles de la Angelópolis
estacionados en cada esquina
esperando el campanario anunciando el amanecer,
un amanecer azul
frío que congela los pastos de las eras;
un amanecer, David, de seda:
un amanecer
suficiente
para sedar a un poeta cuando viaja.
Outlaw poems to Angélica
Ah, Lisa, Lisa, estoy completamente herido
R. D.
I
Diría Roque Dalton
que la culpa es tuya
o de Nicolás Guillén
o de José Ángel Buesa
o de cualquiera que no fuera yo.
Seguramente,
al salvadoreño
le sobraría humildad
para reconocerse a él mismo
como el gran autor intelectual
de estos versos criminales.
II
Permíteme rabiar silencioso,
Angélica,
entre los chirridos del papel
y las voces
de las nuevas corrientes del pensamiento actual
-camellos que se niegan a entrar
por el ojo de la aguja:
¿cómo he de concentrarme
en aprender los versos
de Quevedo o de Góngora?
¿cómo saber si el Siglo de Oro Español
fue realmente de oro
y no una invención más de la academia?
¿Cómo puedo,
Angélica,
herido como estoy,
enfocar mi atención en términos
nacidos famélicos, histéricos
como el subalterno o el otro,
o las patas de araña del intertexto
o el paratexto o?
Mírame,
como no puedes mirarme,
arrojando espuma sobre el papel
tinta negra como el negro
del vestido
que luces mejor
de lo que Duchamp
pensó alguna vez
lucir su firma estampada
en el aire entre tus piernas.
III
Pienso, Angélica
en las heridas que han causado
tus pies filosos
deslizándose
en silencio
sobre islas artificiales:
tu cintura como péndulo
de un lado a otro de la tarde
y me pregunto -me lo pregunto en serio-
si es correcto
-o mejor aún: si debería hacerse:
odiar a mi profesor de seminario de tesis
y la pretensión que le escurre de la frente
y que procura que escriba
líneas y líneas y líneas
de un horizonte cuadrado
del marco teórico de humo
de un encierro que no atrapa nada.
IV
Los comprendo, Angélica,
y los envidio
por no haberse bebido aún
el fondo de tu falda
de desconocer
tu voz -quemadura
la diáspora mecánica
de tus pestañas ansiosas.
Les pido lo menos,
Angélica:
que no escupan más dentro de la charca
que no me hagan abrazar vapores
que fingen formar tus caderas
que destruyen el séptimo cielo
que rezan mantras
que nunca te tatuaras en el aire sobre tu piel:
que son oraciones
que ignoran los mismos dioses vacíos.
V
Escúchame bien, Angélica.
Una sola vez he de permitirme decir,
herido como estoy,
que debes aprender a nevar fuera de casa
antes de inundarme
todo de cenizas.
Jesús Koyoc Kú (Cancún, Q. Roo, 1992). Estudiante de Literatura latinoamericana por la UADY. Co-fundador del proyecto poemínima editorial. Ha publicado en diversos medios impresos y electrónicos; fue antologado en Después del viento. 13 homenajes a Jesús Gardea Aldea Global, 2015).