Sobre Cerca del cadmio, de Alonso Guzmán
Por Salúl Ordoñez
Antonio Gamoneda, a quien considero el mejor poeta vivo en lengua castellana, en su ensayo “Más allá de los géneros literarios”, afirma que la poesía es la literatura sin géneros o el género sin nombre, en términos de Aristóteles, y que es sinónimo de calidad. Para Gamoneda, la mala poesía no existe, porque sencillamente eso no es poesía. Según el español, el rasgo que identifica a la poesía es la musicalidad, el ritmo, presente en la buena prosa, incluso no literaria, porque es la música del pensamiento. Y precisamente La poesía del pensamiento es el título de un libro donde George Steiner analiza la relación entre poesía y filosofía desde el helenismo a Celan. Porque, aunque María Zambrano afirma que poesía y filosofía rara vez coinciden en el mismo individuo, la prosa de los mejores filósofos es innegablemente poética y los textos de los mejores poetas tienen una fuerte carga filosófica.
Por su parte, Octavio Paz, en El arco y la lira, afirma que el poema es un lugar, pero no el único, donde pueden encontrarse la poesía y el hombre. Éste es un encuentro del hombre con lo sagrado. Para el mexicano, lo que caracteriza a la poesía, además del ritmo, es la imagen. Pero no se refiere únicamente a las figuras retóricas, sino a una imagen, una visión de mundo, una cosmovisión. Tanto el ritmo como la imagen pueden presentarse indistintamente en el verso y en la prosa.
Considerando lo anterior, afirmo que Alonso Guzmán es poeta, y gran poeta, tanto cuando escribe verso como cuando escribe prosa. Esto es visible desde su primera novela, La agonía de la marmota. En ella trata un tema recurrente en su producción hasta el libro que hoy nos reúne: la ciudad de Toluca. Pero, si Alejandro Ariceaga ubicó a Toluca en el mapa literario, Alonso Guzmán la ha elevado a la categoría de mito, lo cual la universaliza. La agonía de la marmotadibuja toda una cosmogonía. Hay sucesos en la novela que no sólo alcanzan la categoría de mito, sino que la rebasan para arribar al arquetipo: la madre durmiendo entre la basura del Mercado 16 de septiembre es la Madre Abyecta, la Devoradora de Excrementos, una pareja haciendo el amor en una cama de hospital al lado de otra cama donde la madre agoniza es el enfrentamiento entre Eros y Tánatos, etc. Es una imagen bastante compleja de la imposibilidad de la escritura o la escritura de la imposibilidad, de la historia y la naturaleza de Toluca, de la condición humana, etc.
En cuanto al ritmo, innegablemente los textos de Alonso lo poseen, pero es frenético porque es el ritmo del punk o del pensamiento en una mente llena de cocaína. Aquí voy a admitir un prejuicio: en mi primera lectura de Cerca del cadmio, pensé que Alonso era descuidado en la forma. Otra lectura más atenta y escucharlo leer algunos textos, me hicieron concluir que la forma no es descuidada, sino diferente a lo que acostumbro a leer. La forma en los textos de Alonso es la justa, precisa como un gancho al hígado, fuerte como el sonido del bajo en un concierto, sientes cómo golpea en tu pecho, necesaria y cruel como una línea para escapar de la noche.
Como adelanté, uno de los temas en Cerca del cadmio, para ser precisos en el primer poema, “Mappa mundi”, es la ciudad de Toluca. Tal vez para quienes no son oriundos de aquí sea difícil entender la relación de los tolucos con nuestra ciudad. Para empezar, Toluca no sólo es una ciudad, es una enfermedad genética y por tanto incurable. A Toluca no la amas o la odias, la amas y la odias a la vez. Los tolucos siempre queremos irnos, pero no nos vamos, y si nos vamos la llevamos con nosotros como una joroba, y volvemos para morir en ella. Tan cerca de la Ciudad de México y tan lejos de Dios. “Toluca es la provincia y la provincia es la patria”, reza un arco a la entrada de la ciudad. “Toluca buen gente, no mata, nomás taranta, pone sarape y echa barranca”, dice un dicho. Toluca la bella. Toluca la fea. Reúne en sí lo peor de una gran ciudad y lo peor de un pueblo chico. Pero la amamos y la odiamos y la necesitamos como a una línea, como a la puta que nos hace un privado y nos dice “chiquito” en la hora más peligrosa de la noche más peligrosa, cuando todo parece derrumbarse.
Precisamente, “Mappa mundi” narra un hecho que muestra la naturaleza de Toluca. Toda ciudad que se precie tiene una zona roja porque sabe que la prostitución no es un problema, que es inevitable, que es mejor regularla. Pero a nuestro gobernador se le ocurrió cerrar los puteros de Toluca. La prostitución siguió, oculta, peligrosa para trabajadoras y clientes, víctimas de la extorsión de la policía. Y los hombres que en ciertas noches necesitan una ilusión a la que aferrarse para no enloquecer, para no morir, quedaron desamparados, solos, absolutamente solos.
El segundo poema, sin título, habla del amor. De lo chingón y pinchemente afortunado que es uno cuando encuentra a una mujer que es punk, que es el punk, que es la música y el slam y la caguama en alto.
El poema que cierra el libro, “Instrucciones-manual para olvidar a una mujer traidora (Abraham Ángel remix)”, en cambio, habla de la pérdida del amor y enumera lo que uno puede hacer para tratar de afrontarla, sabiendo claramente que no puede hacer nada que valga, porque ya te chingaste.
Dejé para el final el penúltimo poema, “Herida cubierta de malva”. Éste es un poema límite, a la manera de “Querido papá” de Eros Alessi o “Kaddish” de Ginsberg. Esto quiere decir que es un poema, un verdadero poema, un poema tan grande, tan cabrón, tan encontronazo con la poesía, con lo sagrado, con la condición humana, con el amor y la mierda, que, aunque sea literatura no puede juzgarse con criterios literarios, porque los rebasa. Simplemente no puede juzgarse. No queda sino padecerlo como padecemos nuestra condición humana, como se padece lo sagrado, como Teresa de Ávila padeció y gozó cuando el ángel atravesó sus entrañas con una flecha ardiendo del amor de Dios.
Se ha dicho que la generación a la que pertenecemos Alonso, Cecilia Juárez y yo no tiene rasgos comunes que la distingan. No es así. Para empezar, a diferencia de nuestros padres, nunca conocimos la bonanza económica, nuestra vida ha sido una sucesión de crisis. A diferencia de nuestros padres, que soñaron cambiar el mundo y se dieron un encontronazo contra la realidad, sabemos que el mundo no cambia, que el sistema es la hidra, se regenera, perfecciona sus métodos de tortura, su violencia; pero, a diferencia de los millennials, somos conscientes, penosamente conscientes de la mierdosa situación y tercamente hacemos nuestra luchita. Nuestra escritura es la respuesta a nuestro contexto. De ahí nuestra violencia, nuestra desconfianza, que no es escandalizar gratuitamente, porque la violencia que más nos golpea, parafraseando a Leonard Cohen, es la que ocurre en cada cocina para decidir quién sirve y quién se sienta a comer.
Creo que nos hubiera gustado, que al menos alguna vez lo imaginamos, lo deseamos, morir como los héroes de nuestra adolescencia, entrar al club de los 27 o antes, de un pasón después de apuñalar a la novia. Pero nuestro pecado y nuestro don es que sobrevivimos. Sobrevivimos a la maldita circunstancia de Toluca y a nuestras familias de clase media y a nuestra educación y a nuestro trabajo y al alcohol y a las drogas y a la poesía y a nuestros demonios y nuestra insalvable tendencia a la autodestrucción. Y lo celebro. Celebro que sobrevivimos. Celebro la vida de Alonso y Ceci y la bendición de que, en ciertas noches en que todo parece derrumbarse, tenemos la gracia y el don de aferrarnos unos a otros para no morir, no ahora.
Cerca del Cadmio
Alonso Guzmán
Mantra Edixiones, 2018