Recordando a Miguel Ángel Flores

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Acucioso lector, editor exigente (profesión que también requirió de sus oficios), amigo entrañable de sus amigos (con quienes compartía pan y confidencias). 

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Miguel Ángel Flores (1948-2018)

 

 

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Por Carlos Gomez Carro

 

Fue un escritor especialmente dedicado a la poesía −aunque también se prodigó en la crítica literaria, el periodismo cultural, además de incesante traductor de polifonías. Gustaba mucho de viajar; en especial, a algunas ciudades europeas que para él eran vitales. Lo hacía con sus frugales ingresos como profesor universitario, con lo recaudado por sus muy diversas actividades culturales, en especial, para Proceso y antes para Excélsior (entre muy diversos medios), como profesor de idiomas en donde radicaba ocasionalmente. Así, visitaba con alguna frecuencia ciudades como Praga que era, sin duda, su ciudad predilecta. No obstante, si viajaba lo hacía un poco por seguir el sentido que le daba Octavio Paz al viaje (con quien labró una larga amistad) o Tomás Segovia. No tanto para “conocer mundo”, sino para conocerse a sí mismo. Y con esa experiencia regresaba a nosotros, en México. La distancia, pensaba, le da al viajero una mejor perspectiva de lo que se es, de lo que somos. Y si algún amigo foráneo le preguntaba por su lugar de origen él contestaba, ufano, que de “la tierra en donde dios plantó su rodilla” (así me lo expresó algún día).

 

 

Escribió una respetable cantidad de poemarios, como ya señalamos (“acuarelas, diría alguno de sus comentaristas), muchos de ellos poblados por esa experiencia en tierras extrañas que terminó por hacer suyas. Le cantó a Praga (tiene un libro inédito, recién concluido, de fotografías de esa ciudad), a Lisboa o Venecia, pero no escribía desde allá sino desde su corazón, un adolorido corazón, sin duda. Y en esos espacios se encontraba con Paul Claudel (de quien tradujo cinco grandes odas), con la Lisboa de Pessoa o con la Norteamérica de Wallace Stevens. Realizó muy diversas entrevistas y reportajes, en especial para Proceso. Podemos pensar en una muy relevante con Simone de Beauvoir (quien afirmaba, contundente, que no le importaba la posteridad) o alguna otra con Rafael Alberti, a quien consideraba un poeta merecedor de un Nobel que jamás recibiría.

 

Lo recordaremos, afanosos, con su cálida sonrisa de ironía medida, levemente cáustica. Con la mesura en sus agudos comentarios, sin dejar de lado la fina contundencia con la que defendía, presto y sin reticencia, sus convicciones y sus ideas.

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Imagen: Oswaldo Ramírez

 

 

La obra poética de Miguel Ángel Flores está compuesta por Contrasuberna (1981), Sombra de vida (1986), Isla de Invierno (1996), Umbral y memoria (1999), Pasajero de sombras (2007), Jardín atlántico (2008), Yo cuervo (2012), entre otros títulos.

      

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