¿Por qué sistematizar el pensamiento filosófico de los pueblos originarios?*
Por Hubert Matiúwàa
En la actualidad se habla mucho sobre los derechos de los pueblos indígenas, sobre todo desde las políticas públicas se ha construido una retórica demagógica sobre el reconocimiento de los indígenas como sujetos de derecho, pero ¿desde dónde, bajo qué mecanismos jurídicos se da dicho reconocimiento? El discurso en las esferas políticas difiere de las prácticas, a los pueblos indígenas se les sigue viendo como sujetos sin historia, sin capacidad de articular un sistema de pensamiento propio del cual se derive una educación basada en la lengua y cultura que garantice una vida digna para las nuevas generaciones.
En la historia de México, el indigenismo, de manera institucionalizada, cobró fuerza en el año de 1940. El congreso de Pátzcuaro fue el parteaguas en el que surgieron diversos programas enfocados a la integración de lo indígena a un proyecto de Estado Nación, del cual derivaron las políticas públicas dirigidas a la educación. Como consecuencia de estas políticas hay una aculturación y un epistemicidio del pensamiento propio.
Por ello es necesario que como pueblo vayamos sistematizando nuestro conocimiento para que entremos a la época donde el diálogo de saberes y conocimientos sean una cuestión de respeto. Cada cultura tiene su propio sistema de saber, necesitamos remitirnos a las prácticas comunales y reconstruir el saber comunitario, con la finalidad de entender las estructuras sociales de nuestros pueblos. Como resultado obtendremos una herramienta epistémica que permitirá interpelar las problemáticas actuales que amenazan nuestra identidad y autonomía; es necesario abrir el diálogo multidireccional y crítico frente a la crisis civilizatoria en el mundo.
Para analizar nuestro pensamiento originario es necesario mapear una epistemología desde la lengua con base en categorías no eurocéntricas. Este mapeo coadyuvaría en la superación de la colonización y la alienación de nuestros saberes, reconstruyendo la identidad y abonando de manera epistémica la resistencia de los pueblos ante las amenazas del sistema capitalista, como empresas mineras, proyectos de biosfera, etcétera, que han alterado fuertemente nuestras formas de vida.
Para esto tenemos que sistematizar el conocimiento filosófico, para abrir el diálogo crítico entre las epistemologías de las filosofías eurocéntricas y las de los pueblos originarios. Se requiere la construcción del diálogo y el debate con otras disciplinas, ya que los problemas no son algo unívoco, constituyen una heterogeneidad.
En este enfoque varios pensadores han destacado. Miguel León Portilla, en La filosofía náhuatl y sus fuentes, reflexiona sobre temas filosóficos propios de la cultura náhuatl, pero sigue en la línea de comparar la filosofía indígena con la occidental. En ese sentido lo indígena se construye y valora en relación a lo occidental. De esta metodología parten muchos investigadores que abordan el tema actualmente.
Con su libro Filosofar en clave tojolabal, Carlos Lenkersdorf abriría el diálogo con la filosofía occidental a partir de la sistematización de la palabra clave “nosotros” de los tojolabales, que tiene un sentido eminentemente político y da cuenta de otra manera de pensar: la de los pueblos originarios. El filósofo propone la intersubjetividad como forma de acercarse la sociedad actual al buen vivir, sustentándose en el mundo de los mayas tojolabales y contraponiéndolo a las concepciones escindidas objeto/sujeto, ser/realidad, mente/cuerpo, ser humano/naturaleza, espíritu/materia, que son la base del lenguaje colonizador eurocéntrico. Lenkersdorf sostiene que “las cosmovisiones diferentes producen éticas diferentes. Y la diversidad resultante presenta el reto de la convivencia”.1 Pero Lenkersdorf no retomaría el análisis e interpretación de los mitos que son el fundamento de la ética de los pueblos originarios.
José Ángel Quintero, en El camino de las comunidades, propone la construcción de una epistemología que definirá un saber propio, construcción de identidad y autonomía, desde lo nuestro, al considerar lo indígena como un “otro” político que a partir de su filosofar sustente y oriente el proyecto político de esa otra sociedad a la que aspiramos.
Es necesario retomar la metodología de cada uno de estos autores, las palabras clave, el diálogo filosófico con lo occidental, la construcción de un “otro político” en la búsqueda de una autonomía del saber.
El conocimiento de ambas culturas, la castellana y la originaria, nos permite situarnos en una hermenéutica que da elementos para desprendernos del enfoque que compara los conocimientos, que en general valida lo indígena a partir de lo occidental o latinoamericano.
Para sistematizar nuestro propio conocimiento es necesario poner la mirada hacia dentro de nuestra comunidad, preguntarnos sobre los principios que nos fundamentan, transcender lo que hemos asumido como cotidiano y volverlo fundamento para nuestra descolonización interna y externa. Tenemos nuestra propia manera de filosofar, de plantear la resolución de las problemáticas que enfrentamos, nuestro horizonte filosófico se construye desde otra epistemología por sistematizar.
De lo anterior se desprende que la filosofía de los pueblos originarios inmersos en América Latina debe fundamentarse en nuestra historia y praxis cotidiana para la transformación de nuestra vida, para buscar un camino que nos lleve a un vivir más justo y de respeto.
Mientras sigamos pensando en conceptos y categorías de Occidente, difícilmente se podrá dar el giro epistémico o decolonial. Porque sus conceptos tienen un lugar de anunciación, una definición local, que al momento de utilizarlos en nuestros contextos, anuncian distintas prácticas y concepciones. Entonces, mientras sigamos utilizando sus categorías, anunciaremos una realidad de ellos. O ¿basta con redefinirlas? Si con la lengua nombramos la realidad, y la nombramos según la concebimos, entonces existen muchas realidades y no las concebimos de la misma manera.2
El reconocimiento de los aportes teóricos de los pueblos originarios apunta a la ética de las reciprocidades y solidaridades comunitarias, que a la vez dan fundamentos para proponer una interculturalidad que supere la crisis de significados que actualmente vive el mundo.
El filosofar originario se concibe como una construcción histórica del pueblo, es decir una filosofía colectiva. Sostenemos que la filosofía de los pueblos gira en torno al bien comunitario, demostrando que el humano vive en reciprocidad, basado en el respeto con los demás seres vivos y muertos.
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1 Lenkersdorf, Carlos. Filosofar en clave tojolabal, México: Miguel Ángel Porrúa, 2005, pág. 138
2 Jùmà Mè’phàà (2013). La colonialidad desde xuajén Mè’phàà. Ponencia presentada en el coloquio “Poder y periferias”, en Torre II de Humanidades, UNAM, Ciudad de México.
*Publicado originalmente en el suplemento Ojarasca de La Jornada: https://goo.gl/HEzota