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Poesía de Iván Vergara

Ivan Vergara 01

 

Iván Vergara

Un silencio atlántico

 

Mi padre cruzó un continente,

se convirtió en indio posmoderno

al entrar por la aduana del nuevo mundo,

 

 

Iván Vergara

 

Un silencio atlántico

 Ivan Vergara 01

Mi padre cruzó un continente,

se convirtió en indio posmoderno

al entrar por la aduana del nuevo mundo,

surcó presto su orientación de monte

y perdida la esperanza tomó trenes,

autobuses para otras tierras,

aviones erradicados por la peste

y no era él

 

hoy mi padre yace en cama

bajo el agobio de las horas extra,

trajo un lastre de quinientos quince años

con el cual descansar los pies y las manos

y no sean él

 

yace mi padre en un techo de casa blanca

con su cuerpo moreno asfixiado por la historia,

con su cuerpo tallado por la vista de los volcanes

y un indómito yacimiento de leyendas

donde se escribe la historia de mi viejo,

sobre una ladera marina y tintas de piedra

 

ha salido esta tarde y se ha tirado al río

con el fardo absurdo de todo lo recorrido,

ha ahogado a los peces contándoles la historia

 

de un hombre y una mujer que se amaban

como tierra blanca y fértil,

yelmos recios de conquista

ha devorado al unísono dos continentes

y se ha convertido en tierra submarina;

salió por la tarde un indio posmoderno

y la noche recibió todas las almas,

todos los llantos

 

por la noche un llanto de ultramar,

por la mañana la tierra engreída,

conmocionada por la espera que mueve valles,

tumba ciudades, engendra mitos,

y lo que se escucha entre las ruinas

es un llanto que pierde a sus vástagos

un padre indio que duerme en casa blanca

con su corazón rebozando tierra,

rebasando a las aves,

resplandeciendo de nada

absoluta nada.

 

 

 

(20:45)

 

Se verán entonces a las ocho cuarenta y cinco,

como se ven siempre los amantes,

en la hora compuesta, la cómplice;

se verán y se amarán desesperados

susurrando deseos a la almohada,

escurriendo por dentro, por debajo.

 

Llegarán las once

y la prisa

y el escape

y la cita

esperará otro día.

 

Se verán entonces a las ocho y cuarenta y cinco

del día siguiente,

exigidos hasta en sueños, en lo lejano;

se amarán como ladrones

o hasta que llegue la cordura

y el arrebato rosado del –hasta mañana.

 

Se verán entonces a las ocho cuarenta y cinco

de los siguientes meses,

dejarán los lleven de la mano,

dejarán que el ritmo tome su compás

entre aquello que no creen,

 

que no quieren creer.

 

Se verán entonces a las ocho cuarenta y cinco,

casi por coincidencia, como si no quisieran,

como si pintar de rojo la pared no fuera crimen,

como si ignoraran las horas y los sobresaltos,

como si la habitación fuera nevera de tiempo,

como si por debajo de las cortinas se escondieran

duendes; casi por coincidencia, como si no quisieran.

 

Se verán entonces a las ocho cuarenta y cinco

decididos a comprometerse, a atarse,

con esas palabras que saben a vacío

cuando se acerca la inminencia,

la aletargada que llega segura

con pasitos trasatlánticos,

con fotos prostitutas de la vieja Sevilla,

con la ciudad Promesa como promesa

de que también podrá ser consuelo de los perdedores,

de los que no han de ganar.

 

Se verán entonces a las ocho y cuarenta y cinco

y para entonces ya los habrán olvidado,

no tendrán que dejarlos en el arrebato,

no tendrán que componer excusas para ellos;

se verán entonces a las ocho cuarenta y cinco

de algún siglo que los haya dejado atrás.

 

Se verán entonces a las ocho cuarenta y cinco

de un día que aún no llega,

que paga para arroparlos

con aquel viejo aroma

de los nuevamente culpables.

 

 

 

06:08 hrs.

 

                                                                                                 A mis abuelos

 

Aquella mañana se abre la tumba

que compartiría lecho conmigo,

libera gusanos e hijos de gusanos

y larvas e hijas de larvas.

Un licor a vivo descompuesto

riega la tierra

y cae borracha

y se fermenta

y no se enamora

y acepta ser madre

-a fuerzas-.

Aquella mañana se abre la tumba

que recibiría mis restos

a no ser que ya no esté en ellos,

que haya abandonado

 

-cobarde-

los restos de mi carne

 

y sea otro y sea el mismo,

a no ser que huela extraño

y no extrañe lo vivo y lo resplandeciente

y aquello que despierte como si nada

cuando sea verdad

que ya todo ha ocurrido.

 

Y es cierto, se abre esa tumba que no es tumba

y no estamos ahí,

nos entierran juntos, semicompletos

en un relato firmado por mi

antes de nacido,

y es cierto, que me acerco a esa imagen

desde esta alcoba rodeada de llantos

que no se dedican a mi

sino a mi abuelo

que es enterrado por la tarde

en aquel monte de cruces que son todas

las cruces cuando ya no quedan vivos.

 

Y es cierto que camino en la comitiva

escoltando este cuerpo que me ha traído

desde un sueño de alcoba

que me tenía mejor vivo.

Aquella mañana enterré mi cuerpo

disfrazado de mi pariente más querido

y no lo notan, no se esfuerzan,

todas las coronas son Leopoldo Magaña

y ninguna Ivan Vergara,

presido mi sueño y en

cada sombrero de fieltro me siento

aureola, y en cada niño me siento ángel

de fábula, y en cada beso robado al cuerpo

 

frío me estremezco y todos los abrazos que

me otorgan me obligan a despertar, a

mirarme al espejo para decir que no, que no

soy aquel del féretro, que no son mis manos

las que levantan la cúpula y salen volando con

campanas de fondo, que el atrio no es un

rezo a nosotros, que somos pareja y que

esta noche somos esposos, que el vientre

tuyo se convirtió en cueva de vida, que no

es cierto, que no crece Polo en ti,

que es un sueño de reflejo el que distrae

la comitiva y los hace voltear,

que lo que veo es mi barba disminuida,

una navaja en filo y un respiro cortado

que sale de tu boca, que es la

primer palabra de tu vientre, que me llama

el sueño.

 

Aquella mañana termina con una oración

y lo que descansa en paz, como nunca lo ha

hecho, son nuestros cuerpos, exhaustos, gloriosos,

inquietos por el desvelo y el rígido despertar.

Inquietos abrimos los ojos

y nos miramos

sabiendo que no lo sabremos.

 

Abrimos las puertas,

 

construimos futuros cementerios.

 

 

 

Nadie te dirá cómo muere el tiempo

nadie te dará señas de su azar

ni te dirá cómo vencer su esfuerzo.

El tiempo es un aire estático,

lo transcurrimos

no habrá quien te hable de la angustia de las eras,

quien decida que frente a los espejos reinará el vacío,

quien decida que la noche hablará por sí misma,

que no habrá perros suficientes para la hoguera

no habrá quien te diga qué pirámides son falsas,

cómo rescatar la palabra del conato clasificatorio,

cuánto andar errante conducirá a la voz

de un tiempo ebrio de sequía,

denso de almas errantes

no habrá quien te diga cuán estériles son estos verbos,

el reloj sabrá de sí y será en el reflejo del hombre

un océano sin islas, un océano sin tierra que conquistar.

 

 

Iván Vergara García. México, 1979. Poeta, músico, editor y gestor cultural, documentalista.

Dirige la PLACA (Plataforma de Artistas Chilango Andaluces) México – España. Editor de Ultramarina C&D. Coordinó trece ediciones del Recital Internacional Chilango Andaluz (RCA) en Sevilla, CDMX y catorce ciudades de México y España. Ha participado en proyectos como actor y director de teatro, director de cortometrajes, locutor de radio y fue miembro del grupo de folk-rock Mañana. Autor de los poemarios Era Hombre Era Mito Era Bestia / Man Myth Beast (Ed. Ultramarina C&D, 2013) y Montañas de Aurelia (Ed. Homoscriptum, NY 2011). Coolabora regularmente para periódicos y revistas mexicanas como corresponsal de la región andaluza. En 2013 lanzó su proyecto de Micro documentales Contemporáneos entre NY, Londres, México y España.

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