Poemas de Pláticas con Marcela del poeta Francisco Navarro Ruiz




La voz del viento.


¿Escuchas el viento, Marcela?

Es el mismo de siempre,
solo, decía la abuela
que hace algunos cielos
había cambiado su canto y aroma.

Allá arriba, antes,
en las llanuras de febrero o marzo,
era cómplice en los juegos altos.

Cálido soplo para el giro caleidoscópico del rehilete
o corriente firme y fresca
en donde el papalote, –atado al cordel de los sueños–
era navegante diestro en ese mar azul abierto.

¡Cabriolas y piruetas era su divertimento!

Ahora ha cambiado su aroma,
aseguran que huele a muerto.

Pero él está aquí desde siempre, Marcela
sea primavera o invierno.

Es río de polen e insectos
y toca las puertas, barre las calles
y ayuda a los árboles a despojarse de las hojas secas.

A veces es grande, inmenso,
otras, caricia dulce con sabor a beso.

¿Cuándo cambio su empeño para ser noticia ingrata de muerte?

No lo sé, Marcela.

Pero deja, te cuento.
Ya empieza a obscurecer.

Es la hora en que, reunidos en torno del fogón travieso,
la abuela nos contaba historias de brujas, de nahuales,
y de cómo, poco a poco este pueblo se fue muriendo.

¿Quieres saberlo, Marcela?
Pues ahora mismo te cuento.
Ven, pega tu sombra a la mía
y escucha cómo todo se fue perdiendo
en esta maraña de vida
en este tiempo sin tiempo…

La muerte llegó como limosnera
con manto negro
cubriendo rostro y aliento.

Sembró su saliva agria,
regó temor, congoja
y todo se fue secando como cuando pega el invierno…

Pero ven, Marcela, ven,
que ahorita mismo todo te cuento.











Enlazando sombras

No, Marcela, no es verdad que vengan los muertos
como insectos a visitarnos al medio día,
ni que en el rumor de las ortigas escondan sus voces.

De niño yo sabía muy bien todo esto, Marcela.

Tejía mi abuela historias a mi oído,
y su voz era nota iridiscente,
rama que florecía sobre el muro de la infancia.

Cuando la luz disminuía
lentamente su candela para despedir el día,
su voz caía gota a gota hasta humedecer la raíz.

Entonces, Marcela,
la inmensa llama atrapada en su pecho enlazaba sombras,
y su palabra revoloteaba por los rincones
haciendo que la casa ardiera en recuerdos,
en voces, en aliento de los muertos…

Un día le pregunté:
¿Por qué hay flores secas en el altar de tus santos viejos?

Ella cambió su meditar.
Se alojó por un instante en el silencio.

No sé cuánto, no tengo cuenta de ello.
Pero regresó como tórtola en vuelo para decir dulcemente.

Están secas, mi niño,
porque han entregado su aroma a mis ancestros;
y quedaron ahí, agotadas, sin aliento,
sin otro destino que mirar al cielo.

Pero algún día serán nuevamente corola ardiente,
tenue fragancia en otros tiempos…

Un destello escapó de sus pupilas,
y quedó como fulgor de estrella
en mi piel por siempre.




He imaginado, Marcela,
que desde entonces transcurro por la vida
como animal nocturno, husmeando las paredes
para encontrar la voz de mi abuela,
las sombras de los muertos
o las flores secas que ahora solo aroman el recuerdo…











Ángel que toca y salva

Llegará, Marcela.

Vendrá como sollozo, como suspiro deletreado.
Rodeando suavemente la tierra, la sangre, las rosas, el cielo…

Llegará, Marcela, como ángel que toca y salva.

Como luna atorada en las pupilas.
Como ave, como flor en el espejo.

Metal bruñido será en nuestras manos, Marcela.

Poblará la soledad vacía,
y callará esta violencia flechadora de cada día.

¿Cuándo llegará, Marcela? No lo sé, en verdad no lo sé.

Aún es bronce madurando en las violetas.
Es anhelo juvenil en hombros del tiempo.

Pero llegará, Marcela, seguro llegará.

Ya no habrá manos huecas, agrio sabor a muerte…

Entonces maduraremos en fruto venidero.

Llegará, Marcela, llegará.
Y dejaremos por fin de vivir muriendo.

Florecerá en nube, en caricia reposada,
en un nuevo tiempo.

Sí, Marcela,
un día la verdad llegará inevitablemente,
la tomaremos como bandera;
la mentira morirá entre besos amorosos de fuego
o en este escrito, Marcela,
que intenta ser un poema…











Vendaval de plegarias


Así fue, Marcela.
La muerte se nos echó encima de repente.

La vida de hizo delgada como piel de cebolla.

Los muertos que antes eran pocos,
se multiplicaron por las calles como moscas.
como peces.

Decía la abuela, que el vuelo metálico de la muerte
se escuchaba como susurro por los rincones.

Antes, aseguraba ella,
la muerte escogía a sus víctimas por calles,
era ordenada.

Ahora, como aluvión todo arrasa…

Encendía su cirio bendito y se santiguaba.

El pueblo se fue quedando solo, frio,
en esa confusión de horas y caminos.

Un cielo desnudo cobijó el vuelo enmarañado de las palomas.

La muerte se nos echó encima, Marcela,
sus manos largas y frías no tuvieron reposo.

Como racimo de presagios la abuela sentenció:
ni la lluvia, ni un tumulto de gritos,
ni un vendaval de plegarias al cielo detendrán esta penumbra.

Estamos destinados a perecer,
y esta tierra quedará malherida
sin arcilla nueva para nuevos huesos…

Yo fui testigo de ello, Marcela.

La muerte se nos echó encima
y el pueblo se fue quedando solo sin trinos verdes
ni espigas que llenaran estas manos vacías…











Costado izquierdo

Antes, mucho antes
de que el amanecer se precipitara
con su carga de trinos y luz, Marcela.

Antes, mucho antes
de que alguna semilla
germinara entre los relámpagos del agua.

Antes, Marcela, mucho antes
todo de repente se volvió oscura pesadilla…

Los ángeles y los pájaros se mudaron a otros cielos.

Yo quería jugar con las palomas
pero también se fueron.

Y recordé los tiempos de juegos niños.

Como la lluvia que caía de los tejados
era inmenso océano en el anciano patio.

¡Y me convertía en pirata
al timón de algún galeón soñado!

Tiraba redes en los cristales del agua
para pescar suspiros …

Terminada la tormenta,
miraba como a las piedras del jardín
el sol las acariciaba
hasta dejarlas pulidas y secas…

Pero la muerte estaba ahí, Marcela, solo esperando;
para, de un zarpazo,
desprender el alma de los olvidados.

Y el tiempo se hizo largo, Marcela.

El verde dejó de ser verde,
el verde dejó de ser mío.

Y octubre dejó de poner
una lunita brillante a mi abuela en la frente.


Hasta el ciruelo se vio violentado
ya no maduraron en su ramaje las estrellas.

El océano del patio
quedó sin el cabrilleo de agua,
sin arenas, sin navíos.

Gorriones y palomas alzaron el vuelo…

Pero la abuela nunca perdió la fe, Marcela.

Guardó el dolor y el miedo en el costado izquierdo.

Rezó un rosario para ahuyentar a la muerte
y depositó un beso en la bahía diminuta de mi frente…

Ahora, Marcela, aquí estamos, esperanzados,
a que la semilla de una nueva vida germine
entre los relámpagos del agua,
que el amanecer se precipite en luz y trinos de ámbar…











En esta tierra…

Aquí será, Marcela,
en donde entregue el último aliento, los pasos.

Porque nadie escapa de la muerte, ni las hojas,
ni los ojos, ni las lenguas, ni los santos.

El candelabro de la vida
–tarde o temprano–
apaga tu andar, tus velas, tu tiempo y espacio.

No importa que no lo quieras.

Así estés en el aire, en la tierra,
sucio, bestia, agua, piedra…

Sí, Marcela.

Algún día tendremos que entregar lágrimas,
regocijos, plumas de quetzal, miserias.

Cuando en la muerte pensaba,
se preguntaba la abuela:

¿En dónde quedará mi alma?

En el azul del mar, o en ese profundo cielo sin estrellas.

¡Si me ha de sorprender la muerte,
quiero que sea en esta tierra!

Tierra de castidad rancia,
de mitos a la espalda, de aire estremecido…

Su voz se mecía serena,
y sus ojos verdes
se perdían en un horizonte sin límites.

Pero una tarde, Marcela, la sorprendió la muerte;
un poco antes de que el sol tendiera
su velamen purpura en el horizonte.

El murmullo de sus pupilas quedó atorado
en los pliegues lunares del paisaje…


Pero murió como quería, Marcela.

Murió en esta su tierra.

Aunque ahora este pueblo sea solo angustia, fatiga,
polvareda sin pájaros, sofocante purgatorio, hoguera…

Aquí me alcanzará la muerte al igual que a mi abuela.

Entregaré sin prisas: sombra, huesos, aliento y esta piel vieja
que cambiaré por alas de paloma en vuelo
hasta encontrar, Marcela, una tierra nueva…


Hablar al otro para encontrarse a uno mismo

En Pláticas con Marcela el poeta Francisco Navarro Ruiz realiza una larga revisión de la vida pasada, de lo que fue. Y lo hace de una manera peculiar: hablándole a Marcela. Marcela no es sólo Marcela. Quien se adentre en estas páginas, en un primer momento será capaz de percibir que charlar con Marcela es hablar con todas las mujeres, el yo poético se dirige a una mujer universal.

La totalidad de la vida se hace presente en los veinticinco poemas que componen este poemario. La plática con Marcela es sólo el motivo inicial. Más allá de hablarle sólo a ella, el poeta estable un diálogo con la vida, con la naturaleza y los signos que el hombre cimienta con ella; es un diálogo con la infancia, con los recuerdos, con los seres queridos que nos formaron y que ya no están más. En estas páginas el poeta le habla a la muerte de frente. A través de la palabra, Pláticas con Marcela se convierte en una reflexión y un estudio de los adentros más profundos del hombre.

Cuando el diálogo es honesto y con una buena dosis de humildad, hablar con los otros da como resultado casi natural el conocimiento de uno mismo, el estudio necesario para una mejor construcción del futuro.

Francisco Navarro Ruiz (14 de abril de 1956-     ) Pintor, trovador, Poeta y promotor cultural. Capulhuac Estado de México.

Tiene publicados 36 títulos de poesía y 12 de narrativa; y su obra aparece por lo menos 50 antologías en: México, Chile, Argentina, Cuba, España, Ecuador, Sérbia y Perú. Entre estas destacan: “Memorias de una Isla” (edición Cuba-Chile), “Con Alma de glotón” Ed. Universidad Autónoma de Guadalajara, Poetas “Allen de los Mares”, Ed. Gráficas Pijuan. Cataluña Esp. (Español–catalán), y “Poetic Voices of the world in 2020” Ed. IFCH. Que no callen los poetas. Memorias de la Antífona. E. El Biombo Poético. México. Poesias Hispanoaméricana. Ed. Río Negro, Perú; Pesnici Sveta, Antology Servia 2021, World Poets. Premio Nacional Publicación de obra, IMC. Gobierno del Estado de México, 2008.

Parte de su obra poética ha sido traducida al inglés, árabe, italiano, japonés catalán y serbio.

En 2019, recibe Distinción por parte de la organización “La Isla en Versos” en la Habana   Cuba, por su trayectoria y trabajo literario. Este mismo año es nombrado corresponsal de la Sociedad Internacional de Escritores y Artistas de Argentina. En 2021, recibe el Premio Latinoamericano de Literatura “Humberto Ochoa Campos” por la Academia Latinoamericana de Literatura Moderna.


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