Elena Garritani
El mandato
Estás destinada para el llanto, dijo mi madre.
Mi padre río.
Mis hermanas tuvieron tentaciones,
marido, descendencia, alboroto de aldea,
bendiciones, ecos de campanario.
Mientras ellas tenían y parían,
entre tanto no dicho y jadeos cuidados,
yo el mandato,
Elena Garritani
El mandato
Estás destinada para el llanto, dijo mi madre.
Mi padre río.
Mis hermanas tuvieron tentaciones,
marido, descendencia, alboroto de aldea,
bendiciones, ecos de campanario.
Mientras ellas tenían y parían,
entre tanto no dicho y jadeos cuidados,
yo el mandato,
el que se repetía a la luz de sus lunas
sin ser vista.
Cuaresma para solos
A esta hora de la noche el misterio
ha trepado escalones.
Hay máscaras sin caras,
el instinto nublado de palabras
se mimetiza en egos y disfraces.
No aplaudo las carrozas, su alegría.
Rompo el papel, la escena.
Mi propio corazón humedece la tinta
del escriba, seca.
Mi herencia es una línea bajo el sol.
De los saberes
Los sabes desde siempre, es decir,
casi sin excepción: no les interesa tu pasado
ni las capas de amor y desamor que las han renovado.
Te quieren sin el tiempo,
fruto recién llegado, cielo sin nubes.
Pero han pasado otoños, márgenes, despedidas.
Deslumbrados de sí, no ven las huellas,
ni saben de la espera. Y si saben sospechan.
El instinto no duda de su voz imantada.
Y aún atenta, concedes
(el sueño es una calle despoblada,
es una travesía que el silencio duplica con silencio).
Cuídate de esa voz que te pone a la sombra
de la mudez de un día y para siempre.
Juego del juego solo que se aprende jugando
en lo callado.
La lengua del murmullo
Como una marioneta cortándose las venas
con sus dedos de felpa en el guiñol
te empeñas en vivir
después de caer el telón.
Aprende a sonreír, vida, vamos sumando
habrá luces mañana, tal vez el porvenir
también risas y aplausos para el titiritero,
pero no habrá mensajes ni el llamado que aguardas.
Te juzgará más de uno, se hablará del destino
que a todos nos espera, con piedad,
esa piedad, ya sabes.
No susurres palabras que no entienden
háblales su lenguaje, el que no puedes,
húndete en el silencio que también llegarán
los pedazos de tierra sobre la vanidad.
Se hilvanarán con hebras de tu ropa,
en tu piel labrarán instrucciones precisas
gotas para la sed tan joven.
Cascarita de nuez, palito de limón.
El llamado ya no sucederá.
Recuerda que el olvido no esté triste.
Uni/Verso
Se posa entre las ruinas
fisuras sin edad sin fatiga
en silencio
hilo de calendario
hilito a penas.
El sueño se despierta
nunca donde estabas.
De manos y palabras
Antes de tus manos hurgaban tierra las palabras
encontraban la luz, el pozo ciego, huesos. Ya no sé.
Danzaban primitivas, amaban con gruñidos.
De libertad cautiva supieron las palabras.
Contaban epopeyas, travesías, mentiras tal vez,
como un beso quemando el alma de los labios
que escapaba al exilio del inmigrante insomne.
Trajeron lluvias frescas, también sol, frutos al sol,
palabras que convencen a las manos
sobre la piedra oscura de tus ojos.
Y voces que se pierden sin llegar a verdad.
Al fin serán las manos quienes muevan
el mundo de lugar.
De los pedidos
Decía (me decía), hubieras pedido,
te hubiera dado.
¿Entonces había que pedir (te)?
Terrenal
¿Qué será terrenal?
¿Es terrenal la pintura de Giorgio de Chirico?
A mí me lleva a la soledad metafísica: vacía,
inhumana.
Y allí me quedo poblando mi insomnio
para no enloquecer.
Vienen escenas, me cuento historias.
Soy una mujer mayor (no digo vieja),
me parezco a la Venus de Velásquez,
aunque mi piel no es tan blanca.
Mi hermana se tiñó de rubio a los doce años,
nos diferenciamos.
La adoro, parece Lolita, tiene gracia.
Al pie de la escalera de mi casa, posaba
una mujer: vestido de lanilla terminado
en godet, brillo en las joyas.
Me mostraron la foto niñas del Patronato
donde donaba leche.
Fuera de las cenizas todo quedó en disputa.
En la sección de un diario la escritora soberbia
dicta sobre el atril. Tiene un gesto aplaudido.
En el Social, los que miran no ven la gracia,
ven la carne.
Primitiva es la astucia del tigre aún en la jaula.
En mi ciudad, esas gotas de arena en el reloj
del mundo proyectan lo ilusorio.
No es fácil seguir la tradición, el juego del
rebaño.
Yo sigo siendo una extranjera.
Pero soy más que eso.
El alma es una extranjera en la tierra.
Se percibe en los ojos, en la humedad de los ojos.
Los ojos secos tienen muerta el alma,
no irradian.
He visto las huellas amputadas,
la soga del titiritero,
los moldes del acertijo,
la liviandad del mientras tanto.
Los conozco.
Algunos tienen lengua almibarada
(arrastran con estímulo su credo),
el flash que la captura me defiende
del ojo en la trinchera.
Pronto fiesta en el calendario:
viene mi compañero, amado.
Su humor por la mañana me crispa algunas veces.
Pero la noche ama el juego de los cuerpos,
la intimidad traduce aquello que no alcanzan
las palabras.
La cuerda milenaria enlaza entre las piernas.
Que la ley del deseo sea benévola.
Debo ponerme la máscara del día:
En el primer café de la mañana miro un punto fijo
donde aún no está el mundo, la agitación,
el envés de la vida.
La placidez del sueño o el horror de una pesadilla
son salvajes.
Cuando salga de ellas, aún lo serán.
Una mujer pagó a una curandera para que me
hiciera daño.
Clavaron agujas en una muñeca.
No tuve miedo, ni angustia.
La oscuridad me envolvió con obstinación.
Por las noches, el brillo de la luna me acostaba
a sus pies.
Mi padre era ajedrecista, le gustaba la música,
la poesía en voz baja. Me poblaba de voces
su silencio. A veces, me dolían.
No lloró cuando le informaron de la muerte
de su madre, ni buscó consuelo.
Mi madre no se resignó a la muerte de la suya,
nos perturbó a todos con su dolor, su llanto,
como si en casa lloviera aún los días de sol.
Cuando el crepúsculo se derramó sobre el
empedrado de esas calles recién descubiertas,
se inició algo distinto en mi costado,
un hilo de sangre. Me dolió el mundo.
La muerte fue la primera sombra.
La sexta de Beethoven, y algunos versos de
Bécquer, Neruda, Alfonsina se hicieron
necesarios para estar triste, enamorarse,
amar.
Frágil, sedienta, poderosa. Probé el cigarrillo,
la humedad más secreta de otro cuerpo,
el ansia de un llamado, el juego en las miradas.
Ya no me importaron las amigas que tenían padres
de cabecera con palabras y cuellos de almidón,
paseando en el verano con los parques del brazo.
¿Qué es el bien y qué el mal?
El péndulo oscila de una punta a otra punta,
vibra sin detenerse. Piedra oscura y brillante.
La culpa signa vidas. Orden eterno, fijo.
No creo en Dios.
Las caras del encierro son casas donde el tiempo
nunca ha juntado polvo.
El mundo abigarrado oprime tanto
como la llanura en la mirada.
Los poemas que componen esta selección pertenecen al libro Otoño Interior editado y presentado en la Feria del Libro de Buenos Aires por parte de la Editorial Nuestra América.
Elena Garritani: nació en Buenos Aires.
Ha obtenido el primer premio de poesía en el Certamen Nacional Carmen Gándara (1998), así como menciones en certámenes nacionales e internacionales.
En el año 2007 se le concedió el Premio Nacional de Literatura de Tres de Febrero en poesía, y el Primer Premio a poetas éditos por su libro En la rueda del sol otorgado por la Editorial Municipal de Chivilcoy.
Coordina talleres literarios de lectura y escritura desde el año 2000.
Publicó Travesía (AA.VV), Sin naufragio aparente (ediciones Último Reino), Este grano de sal (ediciones del dragón), En la rueda del sol (emch, y Otoño interior (Editorial Nuestra América).
Profesora en Ciencias Sociales.
Especializada en adicciones, integra el equipo interdisciplinario del Centro de prevención dependiente del Ministerio de Salud de la Provincia de Buenos Aires, desde el año 1987.