Los Pliegues del Tiempo

José Manuel Pintado

 

Hago un nostálgico recuento de las revistas literarias -que a estas alturas parecen gestas heroicas- y me topo con el número Cero de Blanco Móvil, la revista que con tanto tesón ha mantenida viva Eduardo Mosches y que ahora ve su versión digital gracias a Andrés Cisneros de la Cruz, que corresponde al mes de julio de 1985, en el que Gonzalo Celorio narra su primer desencuentro con Julio el grande, el gran Julio Cortázar, que se pasea enorme entre los corredores alfombrados del Hotel Del Prado. El artículo de Gonzalo Celorio me adentra de golpe y porrazo a un pliegue del tiempo por el que, al igual que él, deambulo yo también por los pasillos alfombrados del Hotel Del Prado en busca del legendario autor de Rayuela para poder entrevistarlo.

José Manuel Pintado

 

Hago un nostálgico recuento de las revistas literarias -que a estas alturas parecen gestas heroicas- y me topo con el número Cero de Blanco Móvil, la revista que con tanto tesón ha mantenida viva Eduardo Mosches y que ahora ve su versión digital gracias a Andrés Cisneros de la Cruz, que corresponde al mes de julio de 1985, en el que Gonzalo Celorio narra su primer desencuentro con Julio el grande, el gran Julio Cortázar, que se pasea enorme entre los corredores alfombrados del Hotel Del Prado. El artículo de Gonzalo Celorio me adentra de golpe y porrazo a un pliegue del tiempo por el que, al igual que él, deambulo yo también por los pasillos alfombrados del Hotel Del Prado en busca del legendario autor de Rayuela para poder entrevistarlo.

Corre el año de 1975 y la presencia del gran Julio en el Hotel Del Prado obedece a una Sesión Internacional para juzgar a la dictadura de Augusto Pinochet, gracias a una iniciativa del Tribunal Bertrand Russell al que pertenece Cortázar como digno representante latinoamericano.

En ese entonces yo me encuentro preparando los primeros números de la revista Tierra Dentro, que habíamos echado a andar unos meses antes en San Miguel de Allende el pintor Txema Cundín y yo gracias al apoyo de Víctor Sandoval, y se presentaba una oportunidad espléndida de entrevistar a Cortázar para los primeros números de esa aventura literaria, en ese momento aún inédita.

Para estos días de febrero de 2016, han transcurrido ya la friolera de más de cuarenta años en que casualmente Gonzalo Celorio y yo coincidimos sin conocernos en esos pasillos donde Cortázar transporta su jovialidad y su optimismo no menos enorme que su estatura, así como su compromiso para la defensa de los derechos humanos en América Latina que se empezaba entonces a volver un tema cada día más recurrente.

La aventura de Gonzalo Celorio, tal como lo narra en ese artículo de Blanco Móvil, termina en un desencuentro por la razón nada sencilla de que el autor de El Metal y la Escoria, al ver avanzar a Cortázar entre esos pasillos alfombrados decide repetir un juego de Octaedro que narra así:

«…Instantáneamente formulo un código, un rápido juego que despoje a nuestro encuentro, que se anuncia inminente, de las vilezas de la casualidad o del destino. Y me digo: si Julio da vuelta a la mitad del pasillo para dirigirse al baño, no tengo derecho a seguirlo; en cambio, si continúa caminando hacia mí para bajar al lobby, tendré que decirle, en el momento en que nos crucemos, no sé cómo, qué. Muy cerca ya de mis latidos y de mi rubor, ay, dio vuelta. Y yo no tuve el valor, en esa primera ocasión en que no lo conocí, de romper mi propio juego de ruptura para decirle «no puede ser que nos separemos así, antes de habernos encontrado.»

Ese encuentro debía haber sucedido entre Julio y Gonzalo; sin embargo por la vileza del azar me vino a suceder a mí. De pronto me topé muy sorpresivamente, a la vuelta de uno de esos corredores alfombrados, de frente con el mismísimo Julio Cortázar, que para el caso fue (todavía me quedan ecos de la sensación) como si me hubiera topado de frente con un extraterrestre dispuesto a dialogar con los torpes habitantes de este planeta. Recuerdo que mi balbuceo solicitándole una entrevista lo respondió Cortázar con una inusitada amabilidad, accediendo a llevarla a cabo siempre y cuando lo permitiera la apretada agenda que lo tenía aprisionado en esos días de intenso ajetreo.

Solamente pude hacerle una torpe y rápida pregunta que apenas alcancé a articular: ¿Cómo compagina su oficio de escritor con la defensa de los derechos humanos? y que respondió con la serenidad de un cronopio aventurero. Hoy no queda de otra que transitar por distintos pliegues de la vida, si queremos traer un mejor equilibrio a este mundo alcanzó a decir antes de que lo abordara una nube de fotógrafos y lo hiciera desaparecer entre el torbellino de su celebridad comprometida con la búsqueda de la justicia.

A partir de ahí el azar se adentró de lleno en su vileza y ya no me fue posible concertar la entrevista, que ayudaría espectacularmente al lanzamiento de Tierra Adentro. A pesar de todo la revista se echó a andar y poco a poco llegó a convertirse en una empresa editorial bastante eficaz para dar a conocer a autores jóvenes de provincia, como había sido su intención fundacional.

Por su parte Gonzalo Celorio logró años más tarde rescatar ese encuentro con Cortázar en el Auditorio Che Guevara, cuando todavía se trataba de un espacio «pletórico de estudiantes pletóricos». Y aunque yo no logré toparme otra vez de frente y sorpresivamente con Cortázar, sigo frecuentándolo como, estoy seguro, una buena parte de los lectores de este viaje al día en ochenta mundos. Y es que la propuesta exploratoria de Cortázar se vuelve cada día más rejuvenecida y renovada. Seguramente su escritura se ha ido acercando con el tiempo -que finalmente es un asunto relativo- a los misterios de la física cuántica y de las ondas gravitacionales tan en boga hoy en día, y que finalmente nos permiten adentrarnos en los pliegues del tiempo y del espacio para seguir buscando en la vida cotidiana algún juego de Octaedro que nos permita derrotar al azar, o volvernos bohemios habituales del club de la serpiente mientras buscamos a la Maga por las calles de este tiempo y de esta ciudad, aunque no sea por lo pronto París ni el siglo XX.

Como toda literatura que provoca que nos dé vuelco el corazón y los sentidos, la escritura cortaziana está llena de curiosas evocaciones, desencuentros que florecen en encuentros, búsquedas incesantes por la justicia y la palabra justa, detalles aparentemente nimios que de pronto transforman el sentido de la existencia. Nos hace recordar que, a pesar de todos los condicionamientos económicos, de las imposiciones culturales, el embate generalizado contra la libertad y la inteligencia que vivimos hoy en día, siguen todavía entre nosotros vivitos y coleando los autonautas de la cosmopista, que nos invitan a deambular entre pasillos de hoteles que todavía existen antes del derrumbe para poder hablar, aunque sea un par de frases, con ese cronopio admirable que seguramente seguirá frecuentando Gonzalo Celorio cada vez que escribe cualquier cosa, y que gracias ahora al rescate de Blanco Móvil, nos permite volver a conectarnos en estos pliegues del destiempo.

 

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