Marta Leonor González
Me reconozco en los espejos que fui
como esas barcas mecidas por rocas,
vigiladas por un faro que anuncia fogatas,
canción apenas escuchada, aprendida en lugares antiguos.
A los días, les debo vigor
en los colores irrepetibles de los verdes que no veré
en la mano que me abraza y luego es ceniza.
No soy ese límite de horizontes que antes buscaba
adiós de eterna belleza,
Marta Leonor González
Me reconozco en los espejos que fui
como esas barcas mecidas por rocas,
vigiladas por un faro que anuncia fogatas,
canción apenas escuchada, aprendida en lugares antiguos.
A los días, les debo vigor
en los colores irrepetibles de los verdes que no veré
en la mano que me abraza y luego es ceniza.
No soy ese límite de horizontes que antes buscaba
adiós de eterna belleza,
ecuación que indique la trayectoria de una almeja,
tragaluz de infinitas definiciones, turbado rostro de mujer
herido por la cólera, solera de otros.
Del jardín secreto de las flores, no sé sus colores
que sé de mi cuerpo, cuando la tierra lo devorare
de los amigos que después de mi entierro brindarán por la vida
o copulen a una quinceañera en un motel de sábanas sucias.
No soy esa suma de posibilidades, el pozo donde descansa la furia,
el puño en el rostro de mi hermana o descalzada mujer por la locura.
En este espejo soy los cazadores de tesoros,
la madre, el padre, la hija, todos : luz y caverna.
Boleto para entrar al club
Se puede elegir la forma de morir
si el breviario lo permite,
la alcachofa hirviendo entre papilas que se retuercen
la cuerda para después del ayuno,
pinchar la pupila hasta ensangrentar la cereza,
repetirse que somos espejos, fisuras de resinas, retorcidos pinos
mecidos por la fiebre del viento que nos llega del norte.
Mientras tragas agujas y recreas cómo será tu cuerpo en la bañera,
alguien con dulzura desliza por sus muñecas una hoja con filos diligentes
en otra página, carótida mordida por una perra de veinte cabezas
si decides acariciar a una de sus crías.
Más antiguo será el arsénico, a hurtadillas lo buscarás
queriendo ser la poeta romántica,
el cuchillo en el corazón para que te nombren; amor,
la valiente que martillo, el tiro en la boca, antes sonreír frente al espejo
la muerte desdentada que se burla
con 400 formas de acariciarte en una cita de whisky y anfetaminas.
Morir tachando el calendario con pintura para uñas no es elegante,
es patético indicar con carta numerada
que la ira entra sin explicación como un falo ebrio.
No hay mejores venenos para un cuerpo en quietud,
aspirina, paracetamol, gasolina, insulina, cloroformo,
mercurio, valium, una lista de naufragios
el juego de póker perdido que desarma el aliento.
La suma de encuentros, cifras que se rompen,
fue como ahorcarse con el sombrero puesto, quemarse con los libros
escribir versos con sangre sobre la foto de un viejo amante.
Entonces venciste, árbol de cicatrices
con sombrilla cubriéndole el rostro a la muerte.
Complaciéndola con antifaz y pandereta para su baile.